martes, mayo 24, 2011

¿Reflejan los media la realidad del mundo?

¿Reflejan los media la realidad del mundo?



Nuevas censuras, sutiles manipulaciones

Ryszard Kapuscinski*
Periodista y escritor polaco

¿En qué medida los medios de comunicación son un espejo fiel del mundo? Desde que las nuevas tecnologías han convulsionado el periodismo y permitido la constitución de grandes grupos mediáticos con ambiciones planetarias, esta cuestión resulta más pertinente que nunca.

La instantaneidad y el directo han cambiado las condiciones del periodismo de investigación. Y el imperativo del beneficio ha reemplazado a las más nobles exigencias cívicas. Pero, en todas partes, resiste otro periodismo, más preocupado por la verdad y el rigor, como se ha constatado en Irán, en Burkina Faso, en Argelia y en otros lugares...

En los debates sobre los media se concede una atención excesiva a los problemas técnicos, a las leyes del mercado, a la competencia, a las innovaciones y a la audiencia. Y una atención insuficiente a los aspectos humanos. No soy un teórico de los media sino un simple periodista, un escritor que, desde hace cuarenta años, se dedica a recoger y tratar la información (y también a consumirla). Me gustaría compartir las conclusiones a las que he llegado al final de esta larga experiencia.

Mi primera observación se refiere a las dimensiones. Afirmar, como se hace a menudo, que "toda la humanidad" está pendiente de lo que hacen o dicen los media es una exageración. Incluso cuando acontecimientos como la apertura de los Juegos Olímpicos son vistos por dos millardos de telespectadores, eso no representa más que un tercio de la población del planeta.

Otros mega acontecimientos (Copa del Mundo de Fútbol, matrimonios o funerales de personalidades) son difundidos masivamente en las pantallas, y apenas un 10 o un 20% de humanos los miran. Ciertamente eso representa masas gigantescas pero no "toda la humanidad". Cientos de millones de personas no tienen ningún contacto con los media. En diversas regiones de África, la televisión, la radio e incluso los periódicos, son inexistentes. En Malaui no hay mas que un periódico; en Liberia, dos, bastante mediocres por otra parte, pero ninguna televisión.

En numerosos países la televisión no funciona más que dos o tres horas al día. Y en vastas extensiones de Asia - por ejemplo en Siberia, en Kazajstán o en Mongolia - hay algunas redes de televisión pero las personas no disponen de receptores que les permitan captar los programas. En la época de Leonidas Breznev, en los grandes espacios de la Siberia soviética, los programas de las radios occidentales no se interceptaban porque, a falta de receptores, nadie podía escucharlos.

Una gran parte de la humanidad vive todavía fuera de la influencia de los media y no tiene ninguna razón para inquietarse por las manipulaciones mediáticas o la mala influencia de los medios de masas. A menudo, en particular en América Latina y en África, la única función de la televisión es divertir.

Se encuentran televisores en los bares, los restaurantes y los hoteles. Las personas tienen la costumbre de ir al bar para tomar una copa y mirar la televisión. Y a nadie se le ocurre la idea de exigir que este media sea serio o que tenga cualquier función informativa o educativa. La mayor parte de los africanos o latinoamericanos no esperan de la televisión una interpretación seria del mundo, lo mismo que no la esperarían de un circo.

La gran revolución de las nuevas tecnologías es un fenómeno reciente. Su primera consecuencia importante ha sido un cambio radical en el universo del periodismo. Pensemos en la primera cumbre de jefes de Estado de África. Se celebró en 1963, en Addis Abeba (Etiopía).

Para cubrirla llegaron periodistas del mundo entero. Cerca de doscientos enviados especiales y corresponsales de grandes periódicos internacionales, de agencias de prensa y de estaciones de radio. Algunos equipos rodaban para documentales informativos pero no había ni un solo equipo de televisión.

Nos conocíamos todos; sabíamos lo que hacia cada uno y éramos incluso amigos. Auténticos maestros de la pluma y verdaderos expertos de las grandes cuestiones internacionales estaban presentes. Cuando pienso en ello, y sin ninguna nostalgia de una edad de oro que nunca existió, me parece que fue la última gran reunión de reporteros del mundo, el final de una época heroica en la que el periodismo estaba considerado como una profesión reservada a los mejores, una vocación elevada, noble, a la que el interesado se consagraba plenamente, de por vida.

Después ha cambiado todo. La búsqueda y la difusión de información se han convertido en una ocupación practicada en cada país por miles de personas. Las escuelas de periodismo se han multiplicado formando, año tras año, a noveles que llegan a la profesión. Esto no tiene ya nada que ver. En otros tiempos, el periodismo era una misión, no una carrera.

Hoy, no se cuentan los individuos que practican el periodismo sin identificarse con esta profesión, o sin haber decidido dedicarle plenamente su vida y lo mejor de ellos mismos. Es, para algunos, una especie de hobby, que pueden abandonar en cualquier momento para hacer otra cosa. Numerosos periodistas actuales podrían trabajar mañana en una agencia de publicidad y convertirse, pasado mañana, en agentes de cambio.

Las tecnologías punta han provocado una multiplicación de los media. ¿Cuáles son las consecuencias? La principal es el descubrimiento de que la información es una mercancía cuya venta y difusión pueden proporcionar importantes beneficios. Antaño, el valor de la información iba asociado a diversos parámetros, en particular al de la verdad. También se concebía como un arma que favorecía la lucha política.

Todavía está fresco el recuerdo de los estudiantes que, en la época del comunismo, quemaban en la calle ejemplares de los periódicos del partido al grito de "la prensa miente". Hoy todo ha cambiado. El precio de la información depende de la demanda, del interés que suscita. Lo que prima es la venta. Una información será juzgada sin valor si no consigue interesar a un publico amplio.

El descubrimiento del aspecto mercantil de la información ha motivado la afluencia del gran capital hacia los media. Los periodistas idealistas, esos dulces soñadores en búsqueda de la verdad que antes dirigían los periódicos, han sido reemplazados, a menudo, a la cabeza de las empresas, por hombres de negocios.

Todos los que visitan las redacciones de los soportes más diversos, pueden constatar estos cambios. Antes, los media estaban instalados en inmuebles de segunda categoría y disponían de oficinas estrechas, oscuras y mal amuebladas, donde hormigueaban periodistas andrajosos y sin dinero, rodeados de montañas de papeles en desorden, de periódicos y de libros.

Hoy, basta visitar los locales de una gran cadena de televisión: Los inmuebles son palacios suntuosos, todos de mármol y espejos. Al visitante le guían maniquíes-azafatas a través de largos pasillos enmoquetados. Estos palacios son ahora las sedes de un poder del que antes solo disponían los presidentes de los Estados o los jefes de gobierno. Este poder se encuentra ahora en manos de los patronos de los nuevos grupos mediáticos.

Es el mercado quien verifica

Desde que está considerada como una mercancía, la información ha dejado de verse sometida a los criterios tradicionales de la verificación, la autenticidad o el error. Ahora se rige por las leyes del mercado. Esta evolución es la más significativa entre todas las que han afectado al terreno de la cultura. Consecuencia: se ha sustituido a los antiguos héroes del periodismo por un número imponente de trabajadores de los media, prácticamente todos hundidos en el anonimato. La terminología utilizada en Estados Unidos es reveladora de este fenómeno: el "media worker" suplanta, frecuentemente, al periodista.

El mundo de los media ha explotado, de tal manera, que comienza a vivir por sí mismo, como una entidad autosuficiente. La guerra interna entre los grupos mediáticos es una realidad más intensa que la del mundo que les rodea. Importantes equipos de enviados especiales recorren el mundo. Forman una gran jauría, en el seno de la cual cada reportero vigila al otro. Hay que tener la información antes que el vecino. El 'scoop' o la muerte. Por eso, aunque varios acontecimientos se producen simultáneamente en el mundo, los media sólo cubrirán uno: el que haya atraído a toda la jauría.

En más de una ocasión he formado parte de esa jauría. Además la he descrito en mi libro "D'une guerre a l'aurtre" (1) y sé cómo funciona. La crisis provocada en 1979 por la captura de rehenes norteamericanos en Teherán es un ejemplo. Aunque, en la práctica, no pasaba nada en la capital de Irán, miles de enviados especiales llegados del mundo entero permanecieron durante meses en la ciudad.

La misma jauría se desplazó, años más tarde, al Golfo, durante la guerra de 1991 a pesar de que no se podía hacer nada porque los norteamericanos prohibían a cualquiera acercarse al frente. En el mismo momento, se producían acontecimientos atroces en Mozambique y Sudán; pero eso no emocionó a nadie porque la jauría se encontraba en el golfo. En diciembre de 1991, durante el golpe de Estado, Rusia tuvo derecho a las mismas atenciones. Mientras que los hechos realmente importantes, las huelgas y las manifestaciones, tenían lugar en Leningrado, el mundo lo ignoraba porque los enviados de todos los media no se movían de la capital, esperando que ocurriera algo en Moscú, donde reinaba una calma absoluta.

Las nuevas tecnologías, sobre todo el teléfono móvil y el correo electrónico, han transformado radicalmente las relaciones entre los reporteros y sus jefes. Antes, el enviado de un periódico, el corresponsal de una agencia de prensa o de una cadena de televisión, disponía de una gran libertad y podía dar libre curso a su iniciativa personal. Buscaba la información, la descubría, la verificaba, la seleccionaba y le daba forma. Actualmente, y cada vez más a menudo, no es más que un simple peón que su jefe desplaza a través del mundo desde sus oficinas, que pueden encontrarse en la otra punta del planeta.

Por su parte, este jefe tiene al alcance de su mano informaciones procedentes de multitud de fuentes (cadenas de informaciones en continuo, despachos de agencias, Internet) y puede, de esta manera, tener su propia visión de los hechos, eventualmente muy distinta de la del reportero que cubre el acontecimiento en el lugar de los hechos.

A veces, el jefe no puede esperar pacientemente a que el reportero termine su trabajo. Y es él quien informa al reportero del desarrollo de los acontecimientos y lo único que espera de su enviado especial es la confirmación de la idea que se ha hecho sobre el asunto. Muchos reporteros, hoy, tienen miedo a buscar la verdad por sí mismos.

En México, uno de mis amigos trabajaba para las cadenas de televisión norteamericanas. Me lo encontré en la calle; estaba a punto de filmar enfrentamientos entre estudiantes y policía. "¿Qué ocurre, John?", le pregunté. "No tengo la menor idea, me respondió sin dejar de filmar. No hago más que grabar, me contento con tomar las imágenes; después, las envío a la cadena que hace lo que quiere con este material".

La ignorancia de los enviados especiales sobre los acontecimientos que están encargados de describir es, a veces, sorprendente. Cuando las huelgas de Gdansk, en agosto de 1981, que dieron nacimiento al sindicato Solidarnosc, la mitad de los periodistas extranjeros llegados a Polonia a cubrir el acontecimiento no podían situar Gdansk (el antiguo Dantzig) en un mapa.

Aún sabían menos sobre Ruanda cuando las masacres de 1994: la mayor parte de ellos pisaban por primera vez el continente africano y habían desembarcado directamente en el aeropuerto de Kigali, en aviones fletados por la ONU, sabiendo apenas dónde se encontraban. Casi todos ignoraban las causas y las razones del conflicto. Pero el defecto no es culpa de los reporteros. Ellos son las primeras víctimas de la arrogancia de sus patronos, de los grupos mediáticos y de las grandes redes de televisión. "¿Qué más me pueden exigir?, me decía recientemente el cámara del equipo de una gran cadena de televisión norteamericana. En una semana he tenido que filmar en cinco países de tres continentes distintos ".

La historia «telefalsificada»

Esta metamorfosis de los media plantea una cuestión fundamental: ¿Cómo entender el mundo? Hasta ahora se aprendía la historia gracias al saber que nos legaban nuestros ancestros, a lo que contenían los archivos y a lo que descubrían los historiadores. Hoy, la pequeña pantalla es la nueva (y prácticamente la única) fuente de la historia, destilando la versión concebida y desarrollada por la televisión.

Mientras que el acceso a los documentos sigue siendo difícil, la versión que difunde la televisión, incompetente e ignorante, se impone sin que podamos cuestionarla. El ejemplo más esclarecedor de este fenómeno es, quizá, Ruanda, país que conozco bien. Cientos de millones de personas en el mundo han visto las imágenes de las víctimas de las matanzas étnicas con comentarios, en su mayor parte, completamente erróneos. ¿Cuántos telespectadores han completado esta visión recurriendo a obras fiables sobre Ruanda? El peligro es que se consumen mucho mas fácilmente los media que los libros.

La civilización se vuelve cada vez dependiente de la versión de la historia imaginada por la televisión. Una versión a menudo falsa y sin fundamento. El telespectador de masas, al filo del tiempo, no conocerá más que la historia "telefalsificada", y sólo un pequeño número de personas tendrán conciencia de que existe otra versión más auténtica de la historia.

Rudolph Arnheim, gran teórico de la cultura, ya predijo, en los años 30, en su libro Film as Art (2), que el ser humano confundiría el mundo percibido por sus sensaciones y el mundo interpretado por el pensamiento, y creería que ver es comprender. Pero eso es falso. La televisión, escribió Arnheim, "será un examen más riguroso para nuestro conocimiento. Podrá enriquecer nuestros espíritus, lo mismo que podrá volverlos letárgicos ". Tenía razón.

La confusión, en general inconsciente, entre ver y saber, y ver y comprender, la utiliza la televisión para manipular a las personas. En una dictadura se sirve de la censura; en una democracia de la manipulación. El blanco de estas agresiones es siempre el mismo: el ciudadano de a pie. Cuando los media hablan de ellos mismos, enmascaran el problema de fondo con la forma, sustituyen con la técnica, la filosofía. Se preguntan cómo editar, cómo montar o como imprimir.

Discuten problemas de montaje, de bases de datos o de la capacidad de los discos duros. En cambio, cuestionan el contenido de lo que quieren editar o imprimir. El problema del mensajero es reemplazado por el del mensaje. Desgraciadamente, como lamentaba Marshall McLuhan, el mensajero tiene tendencia a convertirse en el contenido del mensaje.

Tomemos el ejemplo de la pobreza en el mundo que es, sin duda, el problema más grave de este fin de siglo. ¿Cómo lo tratan las grandes redes de televisión? La primera manipulación consiste en presentar la pobreza como sinónimo del drama del hambre. Pero los dos tercios de la humanidad viven en la miseria a causa de un reparto no equitativo de las riquezas en el mundo.

La hambruna, en cambio, aparece en ciertos momentos y en regiones muy precisas, pero es generalmente un drama de dimensión local. Además, sus causas se deben, la mayoría de las ocasiones al clima, a cataclismos como la sequía o las inundaciones; y a veces también a las guerras. Hay que añadir que los mecanismos de lucha contra el hambre, en tanto que plaga imprevista y puntual, son relativamente eficaces. Para combatirla, se utilizan los excedentes alimentarios de que disponen los países ricos y se les envía masivamente allí donde la necesidad se deja sentir. Estas operaciones de lucha contra el hambre, como en Sudán o en Somalia, son las que se nos han enseñado en las pantallas de televisión. En cambio, no se ha pronunciado ni una palabra sobre la necesidad de erradicar la miseria mundial.

La segunda estratagema utilizada por los manipuladores de la miseria es su presentación en emisiones de carácter geográfico, etnográfico y turístico, que descubren regiones exóticas del planeta. De esta manera, la miseria es asimilada al exotismo, y la televisión difunde el mensaje de que los lugares predilectos de la miseria son las regiones exóticas. Vista desde este ángulo, la miseria aparece como un fenómeno curioso, una atracción casi turística. Tales imágenes abundan, particularmente, en cadenas temáticas como Travel, Discovery, etc.

La ultima artimaña de estas manipulaciones consiste en presentar la miseria como un dato estadístico, un banal parámetro del mundo real. Esta manera de ver la miseria la condena a perpetuidad; el ser humano no puede así sentirla más que como una amenaza para la civilización dado que necesita aprender a vivir con ella.

Volvamos al punto de partida: ¿Los media reflejan el mundo? Digamos que de manera muy superficial y fragmentaria. Se concentran en las visitas presidenciales o los atentados terroristas; e incluso esos temas parecen interesarles menos. Durante estos cuatro últimos años, la audiencia de los telediarios de las tres principales cadenas norteamericanas ha bajado del 60% al 38% el total de telespectadores.

El 72% de los temas son de carácter local y se refieren a la violencia, drogas, agresiones y delitos. Solo el 5% de su tiempo está dedicado a las noticias del extranjero; e incluso numerosas ediciones ignoran este apartado. En 1987, la edición norteamericana del semanario Time dedicó once portadas a temas internacionales; diez años más tarde, en 1997, solamente una. La selección de las informaciones se basa en el principio "cuanta más sangre haya mejor se vende" (3).

Los «anticuerpos necesarios»

Vivimos en un mundo paradójico. Por una parte se nos dice que el desarrollo de los medios de comunicación ha conseguido unir a todas las partes del planeta entre sí, para formar una "aldea global"; y, por otra, la temática internacional ocupa cada vez menos espacio en los media, ocultada por la información local, por los titulares sensacionalistas, por los cotilleos, los personajillos y toda la información-mercancía.

Pero, seamos justos, la revolución de los media está en plena carrera. Se trata de un fenómeno reciente en la civilización humana; demasiado reciente para que ya haya podido producir los anticuerpos necesarios para combatir las patologías que genera: la manipulación, la corrupción, la arrogancia, la veneración de la pornografía. La literatura sobre los media es, a veces muy crítica, a menudo incluso implacable. Más pronto o más tarde, esta crítica influirá, al menos en parte, en el contenido de los media.

Además, hay que reconocer que muchas personas se sientan delante del televisor porque esperan ver exactamente lo que la televisión les ofrece. a los anos 30, el filósofo español Ortega y Gasset escribía en su libro "La rebelión de las masas", que la sociedad es una colectividad de personas satisfechas de ellas mismas, de sus gustos y sus opciones. Finalmente, el mundo de los media es diverso.

Es una realidad de varios pisos. Junto a los "media basura" hay otros formidables: existen algunos prodigiosos programas de televisión, excelentes emisiones de radio y destacables periódicos. Para quien desee realmente una información honesta, de reflexión en profundidad y basada en sólidos conocimientos, no faltan los media de calidad. A veces es difícil disponer del tiempo necesario para asimilar la oferta existente. Los media son frecuentemente vilipendiados para justificar la letargia en la que han caído nuestras propias conciencias, y nuestra pasividad.

Y nadie ignora que, en la redacción de los periódicos, en los estudios de radio y televisión, hay periodistas sensibles y de gran talento, personas que tienen la estima de sus contemporáneos, que consideran que nuestro planeta es un lugar apasionante, que vale la pena que sea conocido, comprendido y salvado.

La mayor parte del tiempo, esos periodistas trabajan dando muestras de abnegación y de dedicación, con entusiasmo y espíritu de sacrificio, renunciando a las facilidades, al bienestar, hasta llegar a ignorar su seguridad personal. Con el único objetivo de dar testimonio del mundo que nos rodea. Y de la multitud de peligros y esperanzas que entraña.

(*) Publicado en Le Monde Diplomatique, Julio-Agosto 1999

Este texto retoma, en lo esencial, el discurso pronunciado por el autor, en Estocolmo, durante la ceremonia de entrega de los premios de periodismo Stora Jurnalstpriset
(1) Flammarion, París, 1998.
(2) Léase de Rudolph Arnheim, La Pensée visuelle, Flammarion, París, 1976.
(3) Léase a Serge Halimi, "Un journalisme de racolage", Le Monde Diplomatique, agosto de 1998.


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Mesa redonda: La misión del periodista

Ryszard Kapuscinski

Bogotá, jueves 17 de agosto de 2000.

"El periodista especializado en conflictos armados debe ser consciente que se enfrenta a una tragedia humana, con terribles consecuencias futuras, donde todas las partes están perdiendo. Debe entender que en medio de la guerra no hay objetividad: la cubrimos para que se acabe lo más rápido posible y para que se produzca la menor cantidad de muertos.

Antes que especializarse en la guerra, el periodista debe ser un buen ser humano", dijo el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, al iniciar el debate de la mesa redonda efectuada en el Foro Gobernabilidad Democrática y Periodismo en la Coyuntura Política Colombiana que realizó el Instituto Luis Carlos Galán, en la biblioteca Luis Ángel Arango.

"Hoy día tenemos 72 conflictos armados en el planeta –agregó el veterano corresponsal de guerra, autor de 20 libros traducidos a más de 30 idiomas– sin embargo no todo el mundo los conoce, pues no son conflictos entre Estados: Han cambiado el carácter de las guerras y los actores de los conflictos.

En las guerras tradicionales la primera víctima era el soldado mientras que en las guerras modernas, los soldados evitan encontrarse porque actúan contra la sociedad civil. Durante la I Guerra Mundial por cada 8 soldados caía un civil; hoy día, por cada soldado muerto son asesinados 8 civiles, la mayor parte de ellos mujeres y niños, pues los hombres se van a la guerra, donde siempre hay algo que comer y donde son mayores las posibilidades de conservar la vida".

A su turno, Salud Hernández, corresponsal del diario "El Mundo" de España señaló que en el conflicto colombiano es imposible desarrollar simpatía por cualquiera de las partes, dada la degradación y la confusión del conflicto. "Creo que debemos intentar reproducir la realidad lo mejor posible –dijo la periodista española–, ser notarios de la realidad y no los jueces". También aceptó la frivolización del periodismo, en respuesta a una afirmación de Kapuscinski, pero explicable por la cada vez mayor presión del tiempo.

Por su parte el director de emisión de City TV, Hernando Salazar, afirmó que los periodistas colombianos se encuentran confundidos frente al conflicto, estamos atrapados por la técnica, fundamentalmente quienes trabajamos en televisión". Finalmente señaló que los medios de comunicación colombianos han eludido debates fundamentales, como el de la conveniencia e inconveniencia del protagonismo que se les da a los actores del conflicto.

Finalmente el investigador y director del Instituto de estudios de Comunicación de la Universidad de Nacional, Armado Silva, disertó sobre la falta de contextualización del periodismo nacional que, además, ha convertido la noticia en una máxima comercial: "hombres muerden perros y los perros venden historias".

También señaló cómo las nuevas y exuberantes divas de los noticieros de televisión, impiden la realización de un duelo colectivo frente a la tragedia de la guerra, pues "carnavalizan la muerte con sus cuerpos calientes, luego del primer bloque de noticias , donde se mostraron los cadáveres, los cuerpos fríos". A su juicio "el centro de la información debería estar en la muerte y no en los cadáveres, fetiches de cadáveres, convertidos en objeto de goce".

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En la piel del reportero

Ryszard Kapuscinski Periodista del Tercer Mundo

Para mí es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir.

En ese último libro que va a salir en español, que salió hace dos años en Polonia, escribí sobre mis experiencias de cuando llegué a una aldea en África, en un país llamado Senegal. En esa aldea no había luz eléctrica, pero se podía comprar una pequeña linterna china que costaba un dólar, pero nadie allí tiene un dólar. Entonces, no había televisión, ni Internet, ni esas tecnologías.

Cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y era ese el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía. Por supuesto había que entender el idioma y todo lo que pasaba durante la noche. A las 10 u 11 de la noche a dormir y esto, para un reportero, ya era una experiencia realmente dura, porque era en casetas pequeñas de adobe y piso de pura tierra donde se acomoda toda la familia. Y toda la familia significa muchas personas.

La noche era muy caliente y era imposible dormir con la invasión de mosquitos y sin poder moverse hasta que aparecía el sol a las 6 de la mañana. Era una experiencia bastante difícil, pero si no compartía con esta gente no vería de otra manera la vida de África. Si pasaba la noche en el Hilton o en el Sheraton no era consciente al escribir sobre sus vidas. Lo mismo pasa en las guerras. La profesión de reportero requiere, para poder escribir, que este tipo de experiencias se sientan en la propia piel.

La otra cosa que hago y que considero también importante para un reportero es viajar solo. Es importante ver el mundo que se investiga y penetra con los ojos propios. La presencia de otra persona influye sobre nuestra percepción del mundo. Sus gestos, sus comentarios, cambian esta limpia relación entre el reportero y el mundo que lo rodea.

Hace tres años hicimos un documental sobre África con un equipo inglés que por primera vez iba a ese continente. Recorrimos lugares apartados y cuando llegábamos a cualquier sitio llamaban desde sus teléfonos móviles a Londres. Viajaron conmigo tres meses pero, emocional y mentalmente, no estaban en África, todo el tiempo estuvieron en Inglaterra. Sólo hicieron su deber.

Para mí una de las características del reportero es la empatía, esa habilidad de sentirse inmediatamente como uno de la familia. Compartir los dolores, los problemas, los sufrimientos, las alegrías de la gente, que de inmediato reconocen si él está realmente entre ellos o si es un pasajero que vino, miró alrededor y se fue.

Un reportero solo no puede hacer nada. Nuestra profesión depende de la ayuda y voluntad de otros. A veces estamos en algún lugar durante 15 minutos o media hora y dentro de ese tiempo se decide toda nuestra carrera, porque en esos minutos algún chofer nos puede llevar a una mina de combate o puede negarse.

Considero que una característica importante en nuestro trabajo con la gente es la humildad. Debemos entender que el sentido de la gratitud frente al otro, es algo elemental. Yo tenía muchos amigos que empezaron hace años en esta profesión y se fueron porque tenían demasiada arrogancia, tenían demasiado sentido de su profesión y por eso la gente los eliminó. Para mí es fundamental entender lo modesto que resulta ser periodista, porque no hay ninguna otra profesión en la que se dependa tanto de los otros.

De la tecnología a la palabra

La utopía de los poderes de comunicación mundial es que con la actual tecnología se resuelve todo. Yo creo en esos, claros e importantes, avances tecnológicos pero no podemos perder la cabeza ahora, que en los medios de comunicación se ha acelerado nuestra profesión por el manejo de una información inmediata. Claro que una información inmediata hace al mundo muy rápido. Aunque esto no influye en el conjunto serio del periodismo de reportajes, de ensayo, de crónicas. Un periodista talentoso puede escribir todo en un pedazo del periódico, no necesita más que eso.

Yo fui a un país como el Congo, con una guerra de 50 años. Hablaba con la gente, veía un acontecimiento, un golpe de estado, buscaba información para tratar de entender lo que estaba pasando y luego formaba el cuadro de lo que me pasaba y escribía. Ese era realmente mi trabajo.

Cuando estuve durante la masacre de Ruanda de 1994, llegaron muchos periodistas conectados por e-mail, por teléfonos, que no veían lo que pasaba allí. Ellos llamaban a sus jefes en Nueva York, Londres, Madrid, y estos les decían "necesitamos confirmar esto..., tenemos la noticia de que en ...". Ahí ya no eran independientes, ya no eran reporteros, solo seguían órdenes de sus jefes que ni siquiera sabían donde quedaba Ruanda.

Los mejores reportajes los escribí cuando mi oficina central no sabía dónde estaba. Mi hábito fue tratar de huir de esta gente que no conocía la realidad del lugar donde me encontraba. Ahora, la preocupación de los medios de comunicación no es el cubrimiento, sino es la lucha entre ellos por la competencia. Ya no miran si pasó algo importante, miran donde están los demás para que no se les adelanten.

Al terminar el siglo XIX, cuando apareció el teléfono, se creía que la prensa escrita se acabaría, pero el teléfono sólo sirvió para su desarrollo. A principio del siglo XX, cuando apareció el cinema se dijo que había llegado el fin para la palabra escrita.

Luego cuando se desarrolló la radio también se dijo lo mismo, al igual que con la televisión, pero ya no hay discusión, la prensa sigue desarrollándose. Todos los medios solamente amplían el método de existencia de la palabra, de transmisión de la palabra. No se acaban unos a otros, se amplían.

Curso para navegantes de la globalización

La palabra globalización se empieza a utilizar después del fin de la Guerra Fría. La globalización es un problema muy difícil de discutir: con esta palabra se entiende un montón de cosas y se usa como en el arte se utiliza la palabra postmodernidad. Hay que empezar con la definición ¿Qué entendemos en este momento por globalización? ¿Qué hay detrás de esa definición? Sin esto no se puede discutir sobre el problema, porque cada uno tiene su propia definición: financiera, económica, política.

La globalización es un fenómeno contradictorio de dos corrientes distintas. Es un río de integración de toda la tecnología, el mundo financiero, los medios de comunicación, pero simultáneamente es otro río en dirección opuesta que lleva a la desintegración, con conflictos étnicos, con ambiciones regionales, con tendencias particulares, en una gran corriente que vive y se desarrolla en contra de la misma globalización.

En un seminario en Ayacucho (Perú) en el que participé el tema fue Globalización y Cultura Andina. Allí había dos escuelas de pensamiento; unos decían que globalización era un sinónimo de la palabra imperialismo y los otros decían que era una tendencia existente, importante y productiva para la humanidad.

Hoy sentimos que algo está pasando y que tenemos una nueva conciencia de lo global, en temas como el agua y la contaminación del aire. Sin embargo, las fuerzas que participan en la globalización no están definidas, todavía son flotantes, no son precisas, no se han cristalizado. Entonces la lucha no va a ser sobre la existencia de la globalización, sino como utilizar este fenómeno para nuestros propios intereses y nuestros propios fines.

Periodismo con Cortina de Hierro

No fue fácil trabajar bajo el régimen socialista. Polonia era un país más pobre que Checoslovaquia o Hungría y para balancear esa situación teníamos más libertad que en Rusia. Muchos rusos aprendían polaco para leer nuestra prensa, porque comparada con la de ellos era libre. Incluso en los años 80, durante la época del movimiento solidaridad, nuestra prensa fue prohibida en la Unión Soviética.

En estos países socialistas había que conocer los complicados mecanismos de la censura. Había períodos en los cuales la censura era blanda y otros en los cuales es muy dura. Entonces, si uno tenía experiencia y conocía los mecanismos, sabía en qué momento podía publicar algo y cuando no.

Existían varios tipos de prensa, una era oficial que publicaba todo con censura en periódicos, radio y televisión. Pero teníamos dos prensas sin censura no oficiales, una clandestina y otra que se publicaba de manera restringida a dirigentes y funcionarios. Allí también se publicaba todo, porque a la clase dirigente le interesaba estar bien informada, por eso permitían publicar todo, aunque no se podía vender oficialmente el los kioscos sino a través de vendedores clandestinos.

Luego pude salir del país y trabajar en Asia, África, América Latina. Entonces a nadie le importaba la gente de estos lugares y todo lo que pasaba allí. Yo nunca traté de ser corresponsal en los lugares de gran competencia como París, Madrid, New York o Roma. Nadie quería ir a arriesgar la vida para escribir sobre la guerra de Angola, así que yo no tenía competencia.

Yo escribí un libro que se llama El Sha de la siguiente manera: durante la revolución en Irán, la más grande revolución de masas en la segunda mitad del siglo pasado, nuestra agencia decidió enviar a un periodista que me dijo "Estoy muy desesperado, es que me quieren mandar a cubrir esta revolución y yo no quiero, no me interesa, tengo miedo". Yo le dije "Si quieres yo puedo ir en tu lugar". "No, no, no creo, no es posible", contestó. Y le dije "Sí. Yo voy con mucho gusto". Entonces fuimos donde el jefe de redacción al que le dije "Mira él no quiere ir, yo si, yo voy inmediatamente". Entonces me fui un año a Irán y así escribí el libro, gracias a este accidente.

El precio de escribir libros

Yo sabía que para poder viajar por el mundo, a países apartados, sin tener dinero, debía pagar con un trabajo duro y difícil, tal vez el peor trabajo del periodismo, el de agencia de prensa. Es para esclavos. Tenía que pagar este precio para luego escribir libros.

A la agencia de prensa hay que enviarle noticias cortas, por aquello de los costos, el tiempo y la competencia. Era un periodismo pobre y formal de no más de 800 palabras.

Y yo viviendo en África, en Asia con esa realidad tan rica, tan colorida, tan diferente a la europea. Tenía que escribir sobre esto, que no cabía en los cables formales de la agencia de prensa, entonces me encerraba en mí cuarto a elaborar notas que se convertirían luego en libros, mientras mis colegas se iban al bar a tomar whisky. Esa fue una satisfacción personal frente al periodismo corriente, que es por definición cortés y no le da cabida para la descripción.

El peso de la palabra

Cada país de América Latina tiene por lo menos un diario serio y en algunos hay buenas revista semanales, lo que significa que en la mayor parte de estos países el nivel profesional es alto. El otro problema es si esta prensa tiene influencia sobre la situación política. Pero eso no depende de ella sino de la cultura de la sociedad.

Actualmente vivimos un período de banalización de la palabra. La palabra ya no tiene el peso de antes. El problema ahora en la comunicación no es la falta de verdad sino que existen demasiadas cosas.

Todos los años, en otoño, se realiza la Feria Mundial del Libro, en Francfort (Alemania). En esta Feria se presentan más de 600 mil títulos. Si uno la visita durante 5 ó 6 días, no es posible ir a todos las salas a leer títulos. En la época comunista la prensa soviética tenía cuatro páginas y si en ellas aparecía algún artículo crítico, alguien perdía la línea o lo mandaban a un campo de concentración. Cada palabra tenía peso, valor de vida o muerte.

Hoy la gente en Rusia lamenta y llora esos tiempos, porque había sentido al escribir algo. Ahora se puede escribir sobre cualquier cosa, y a nadie le importa. Desde hace 10 años tenemos en Polonia plena libertad, entonces la prensa escribe que este ministro es un coco, es un mentiroso y qué pasa, nada, ese ministro sigue haciendo lo que quiere en su puesto, ya todo es normal y nada cambia.

Un ciudadano llamado periodista

El periodista de hoy está entre dos fuerzas, la del poder que le dice que cuidado, que tenga responsabilidad y la de los jefes que lo presionan para que tenga chivas, si no las tiene lo sacan. Esto ya es normal en toda la prensa. Ya no existen reglas fijas, todo depende de la situación.

Yo estoy en contra de esa prensa sensacionalista. Olvidamos que un periodista es un ciudadano del común. Entonces como periodistas debemos tener responsabilidad no solo profesional, sino en sentido ciudadano: ¿es esto bueno para mi ciudad, para mi nación o para mi patria? No en el sentido partidario, sino en el sentido más alto de la responsabilidad.

No podemos olvidar que la situación de un joven periodista que apenas empieza es débil frente a un periodista maduro con cierta posición que se puede permitir mayor libertad de opinión, de comportamiento. En los periódicos las cosas siempre se manejan de diferente maneras, en unos es más grande libertad y en otros es más pequeña. Lo importante en todos los casos es poseer no sólo responsabilidad profesional, sino ciudadana.


Periodista para toda la vida

Todos somos seres humanos y como tal somos diferentes. Igual ocurre en nuestra profesión, unos son mejores que otros. Además, en esto del periodismo contemporáneo mucha gente llega a la profesión para no quedarse toda la vida, si encuentra algo mejor pago en una compañía de carros se va. El periodismo no es solamente una profesión, es una manera de vivir y de pensar. Nosotros decíamos con cierto orgullo que el periodismo era ese algo que íbamos a hacer toda la vida.

Estoy seguro de que esta profesión requiere algo de sentido de misión, de vocación, porque es muy dura y si no se tiene valentía es mejor cambiar de oficio. Cuando me encuentro con estudiantes de primer año de periodismo les digo "si ustedes quieren todavía tiempo, todavía son jóvenes, si pueden hacer algún otro trabajo no hagan nada de esto", porque si no están comprometidos con la profesión, ésta puede convertirse en un quehacer de cosas automáticas.

El peligro de esta profesión es la rutina y creer que cuando se aprende algo ya lo sabemos todo. En el mundo de hoy la gente posee conocimiento y educación y si el periodista quiere ser aceptado por la gente debe tener mucho más conocimiento que ellos.

A veces pensamos que el hecho de trabajar en una redacción nos permite todo y eso no es verdad. Trabajar en una redacción no es suficiente, lo importante es entender que si quiere seguir en la profesión se debe estudiar permanentemente y eso es muy duro hoy, porque cada día aparecen nuevos descubrimientos, nuevas ramas de la ciencia, nuevos conceptos de filosofía, de historia, de antropología, de sicología, de miles de cosas.

En la actualidad los éxitos son tan altos que estar en la cumbre es sumamente difícil. Es como en el deporte, donde la lucha es por romper los récord de los otros. Estamos llegando al límite y en ese terreno nos tenemos que mover, aunque ahí sea difícil dar un paso más adelante. En esta profesión obtener algunos logros es sumamente duro, pero es la única guía, no hay otra.
Reportero sin imaginación

Hoy vivimos el fenómeno de la mezcla de géneros, ese debilitamiento de fronteras entre los géneros y las técnicas que podemos tomar de las artes, llamadas 'collage' o ensamblaje. Es necesario romper esas fronteras tradicionales y buscar nuevos métodos, nuevas guías de expresión, nuevas formas para describir este mundo.

Sabemos que no podemos llegar a descripciones plenas, pero tenemos que tratar de aproximarnos. En el ‘nuevo journalism’ nos damos cuenta de cómo los métodos tradicionales de periodismo no reflejan la riqueza de la situación que se describe. Es entonces cuando tenemos que buscar ayuda en los métodos de la literatura de no ficción para enriquecer nuestro periodismo. Pero no el periodismo diario de acontecimiento, sino periodismo de profundidad.

Entonces ese 'journalism' no cabe en la fórmula de la noticia periodística, sino que abarca esa parte del oficio que trata de profundizar en nuestro conocimiento del mundo, para hacerlos más ricos y plenos. Es como el cubismo en la pintura, porque entiende que una forma lleva en sí muchas formas y trata de mostrarla desde varios puntos simultáneamente.

Yo soy un pobre reportero que no tiene desgraciadamente la imaginación de escritor. Si yo la tuviera jamás habría ido a estos terribles lugares en donde estuve. Además creo que si se logra de escribir sobre lo que pasa en el mundo, esto tiene mayor peso que las obras de ficción.

Si ustedes leen Le Monde encontrarán en la primera página todos los días la publicidad sobre una nueva novela francesa, entonces tenemos 256 novelas francesas por año. Yo siempre hago este ejercicio, le pregunto a los demás por un título de una novela que tenga en la mente o un escritor importante de novelas francesas hoy. Y nada.

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