martes, mayo 24, 2011

Kapuscinski en México

"En cada pueblo, una iglesia
y una escuela de periodismo"

Jaime Ramírez Garrido*

Ryszard Kapuscinski ha afilado su mirada. Si en las fotografías que hemos visto en las contraportadas de los cinco libros traducidos al castellano observamos una mirada penetrante, incisiva, tiempo después y en persona un fino punto azul en la punta de sus pupilas parece interrogarnos en cada oteo. Con esos ojos ha divisado la infinitud de la estepa blanca de Siberia o las inundaciones de luz de África.
Luego de 25 años ­cuando sirvió como corresponsal en México de la Agencia Polaca de Prensa durante cuatro años­, Kapuscinski regresó para impartir un curso organizado por la Universidad Iberoamericana y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez.
"Los periodistas somos esclavos de la amistad", afirmó en una conversación sostenida en la sede del curso. Hay gente a la que se le da la capacidad para amistar y a otras que no. Estas últimas no son periodistas. Ya en “El emperador”, una reconstrucción del régimen de Haile Selassie a través de los testimonios de sus colaboradores más cercanos ­el cocinero, el limpiador de los orines del perro, el escribidor, el guardarropero, etcétera­ señalaba la necesidad de un intermediario: "Cuando le enseñé a un compañero lo que estaba escribiendo sobre Haile Selassie o, más bien, la historia de la corte imperial y de su caída contada por los que habían llenado los salones, despachos y pasillos de palacio, ésta me preguntó si había ido solo a visitar a aquella gente, que permanecía escondida. ¿Solo? ¡Eso no era posible! Un hombre blanco, un extranjero... de no disponer de sólidas recomendaciones ninguno de ellos habría querido sincerarse conmigo. (Ya de por sí resulta difícil conseguir que los etíopes se muestren abiertos; saben callar como los chinos.) ¿Cómo llegar a saber dónde buscarlos, saber dónde estaban, saber qué habían sido, qué podrían decir? No, no estaba solo, tenía un guía".
Nuestro oficio corre con la amistad. Nunca podrá haber un periodista solo. No sabe ponerse en contacto. No sabe conseguir la confianza de la gente. Hay que tener cualidades propias, pero es necesario que otros nos ayuden.
En “El Imperio”, el recuento de sus visiones de la Unión Soviética, Kapuscinski recuerda su infancia. Su padre, víctima de la leva del Ejército Rojo; su madre, que se retiraba de la cocina cuando los niños comían para evitar que le diera más hambre, su excursión con sus compañeros de juegos a un cuartel de los invasores rusos a quienes pidieron de comer y ellos les enseñaron a fumar.
Estudió historia en la Universidad de Varsovia y de ahí, inmediatamente, comenzó a trabajar como reportero. En la conversación explica que ser corresponsal de guerra ­ha cubierto 17 revoluciones en 12 países­ nunca fue una elección sino un destino.
De la escuela, tras la guerra, cuando había muchas vacantes, comenzó a ejercer el periodismo como la forma de ganarse la vida. Sobre todas las guerras que ha observado también aclara: "Fui condenado a la guerra desde niño, sin elegir nada".
Un colega le pregunta sobre la fórmula para una buena crónica, definida por Carlos Monsiváis como capturar lo que pasa cuando nada pasa.
Recuerdo la definición de Walter Benjamin: "El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia".
Kapuscinski apela a cierta sensibilidad y gusto, que no todo mundo tiene. Es algo que se puede desarrollar y aprender, pero no hay reglas. Chejov dijo que había un hombre talentoso para cada dos millones, y la proporción se mantiene.
En “Ébano”, su libro más reciente en español, Kapuscinski nos invita a recorrer con él ese territorio que por comodidad llamamos África ­"en la realidad, dice, salvo por el nombre geográfico, África no existe"­ y a asombrarnos de la complejidad de sus problemas y la complicación de las soluciones que el resto del mundo ofrece.
En la conversación recuerda que por datos no paramos. El verdadero periodismo implica el contacto con el pueblo y no la lejanía de los datos, que no sustituyen a la reflexión. Los datos, dijo, deben procesarse por la imaginación.
Una enorme cantidad de datos no sustituye al pensamiento. Los datos abundan y nuestra imaginación no sabe cómo procesar tantos datos. La acumulación de datos no ayuda a resolver los problemas del mundo. Hace dos años asistí a un congreso internacional sobre la violencia organizada. Se presentaron cinco mil ponencias que resultaron en 25 tomos de material; sobre violencia organizada lo sabemos todo; sobre la pobreza lo sabemos todo; sobre ecología, cada vez acumulamos más y más información, pero eso no nos ayuda a dar un solo paso adelante.
El desarrollo de los nuevos medios de comunicación no resuelve los problemas del mundo. Es una nueva utopía. En los últimos años, nuestra imaginación ha sido apagada por avalanchas de información. Una cantidad de información imposible de absorber. La imaginación es un fenómeno histórico, no es algo dado para siempre. Hubo un tiempo en el que se construyeron catedrales, hoy a nadie se le ocurre hacer una catedral como la de Milán. Esa imaginación ya pasó.

Novelas verdaderas

Bajtín inventó la teoría de la novela polifónica para aplicarla a la obra de Dostoievski. Sin embargo, las crónicas de Kapuscinski son polifónicas. El cronista se comporta como un director de orquesta que va cediendo la palabra a diversos actores, a coros, que interviene para darles el contexto de grandes excesos de la historia del mundo (la longitud del dedo índice de una estatua de Lenin que Stalin planeaba construir: seis metros; la emboscada de sequía y guerra en Angola; el banquete que obsequia el emperador de Etiopía y queda a la mitad porque todos su homólogos regresan a sus países antes que les den golpe de Estado).
Sus historias, nos dice, superan a la ficción de las novelas: nunca he tratado de escribir novela ni obras teatrales ­aunque muchos de mis libros están adaptados­ sólo he escrito poesía. Lo que pasa en el mundo me parece tan fascinante que las novelas me parecen aburridas.

El periodista ya no es aristócrata

Le pregunto sobre un artículo publicado tras la muerte de la princesa Diana. En éste se refería a las escuelas de periodismo que enseñan trucos que se podrían aprender en pocos meses trabajando en una redacción y no enseñan lo fundamental que debería saber un periodista: historia y cultura de los pueblos.
Antes, explicó, quienes ejercíamos el periodismo éramos pocos. Con la revolución tecnológica y en la comunicación es una profesión de masas. Hay miles de personas que son trabajadores de medios. Esta profesión perdió la calidad de la aristocracia. Todos son periodistas hoy. En cada pueblo del mundo hay una iglesia y una escuela de periodismo. Claro que en esta situación no hay alta calidad. En cada país tenemos uno o dos muy buenos periódicos, pero hay muchos periódicos. Y no se puede esperar que todos sean buenos. Cuando hoy hay casi un millón de trabajadores de medios habrá diez mil buenos. No todos los periodistas pueden ser buenos, pero siempre hay nuevos periodistas, aclaró.
Al leer a Kapuscinski describiendo personas increíbles, habitantes de paisajes inhóspitos, extremos, a veces intento imaginar su equipaje. Le pregunto: usted que ha atravesado Siberia, ese espacio ilimitado, según usted dice, no está hecho para el hombre, usted que ha hecho de la frontera ­física y literaria­ su país, usted que ha atravesado varias veces Africa, usted que encontró en los detalles del paisaje centroamericano indicios del destino de sus habitantes y penetró en los secretos de los más absolutos poderes ­el sha, el emperador, Stalin­, ¿con qué equipaje ha recorrido el mundo? Se tarda en responder: siempre intento cargar lo menos posible, pero usted sabe como pesan los libros y los papeles que valen la pena.

* Jaime Ramírez Garrido es escritor.

Abril 2001


Ir a Índice


Reflexiones y remembranzas de un reportero

El periodismo como pasión, entendimiento y aprendizaje

Ryszard Kapuscinski

Reportero trotamundos. Testigo de los acontecimientos más relevantes del Tercer Mundo durante la segunda mitad del Siglo XX. Cronista y escritor excepcional. Hombre políglota que transpira confianza, proyecta humildad y comparte sus reflexiones y experiencias.
Autor de 20 libros sobre el acontecer mundial, entre ellos El emperador, El Sha, La guerra del fútbol y otros reportajes, El Imperio, Ébano y La guerra de Angola. Periodista polaco que ha vivido las entrañas de 27 revoluciones y la caída de dos imperios.
Tales son los trazos que delinean mínimamente a Ryszard Kapuscinski quien, a principios de marzo, visitó México con el propósito de impartir un taller para periodistas latinoamericanos, convocado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -presidido por el Nóbel Gabriel García Márquez- y la Universidad Iberoamericana, con el patrocinio de CEMEX.
A lo largo de ese fructífero encuentro -que tuvo una duración de 16 horas repartidas en cuatro días--, Kapuscinski tuvo oportunidad de ofrecer sus concepciones, planteamientos y experiencias en torno a distintas facetas del quehacer periodístico. De tales exposiciones, se presentan los siguientes apuntes -rescatados en un estilo libre por Omar Raúl Martínez, asistente a dicho seminario- que perfilan la mirada de un periodismo motivado por la búsqueda de entendimiento humano a través de una prosa arraigada entre la subjetividad, la historia y la literatura.



Antes, el periodismo era una misión practicada por unas pocas personas con amplios conocimientos de cultura e historia. Lamentablemente ahora ha pasado a ser una profesión de masas en la que no todos son competentes. Hoy lo tratan como una carrera más que puede abandonarse mañana si no rinde los frutos económicos esperados. En consecuencia ha perdido cierto aire aristocrático que lo distinguió en el pasado. Tan es así que en nuestros días, en cada pueblo hay una iglesia y una escuela de periodismo.

Aprender y ganar

Los reporteros significan un grupo especial entre los periodistas: entregan tiempo, ambiciones, aspiraciones y energía para cumplir con su oficio. Dedicación, concentración y reflexión permanentes constituyen su savia. No obstante, algunos se duermen en sus laureles por enfocarse más en el dinero a costa de la calidad. En ese sentido conviene señalar que en los primeros pasos reporteriles es preferible centrar las miras en la calidad aunque no pueda ganarse mucha plata. Simultáneamente no se logran ambas cosas. Si al inicio se elige ganar menos, al final el periodista sale ganador. Porque nuestro oficio no arroja resultados inmediatos. Hay que trabajar años y años. Antes de los 30 ó 35 todo es aprendizaje. No hay que desesperarse por ganar reconocimientos. La paciencia debe ser una de nuestras virtudes.
En nuestra profesión, más que volvernos cínicos o fríos, el tiempo nos hace más sensibles y vulnerables por las tragedias testimoniadas.

Cazadores furtivos

Nuestra profesión de cronistas, de reporteros, de periodistas, requiere de mucha lectura: es una debilidad pero a la vez una fortaleza de nuestro quehacer. Sin embargo, la mayoría se preocupa más en cómo escribir y muy poco en qué leer. En tales menesteres la ayuda de los colegas es indispensable. Debemos ser cazadores furtivos de otros campos: filosofía, sociología, psicología, antropología, literatura... Y profundizar en los temas. Hacerse sabios. Todo ello con el afán de hacer ver al lector.

Aprendizaje continuo

Años atrás tenía amigos muy talentosos profesionalmente, pero con el transcurso del tiempo desaparecieron del mapa. ¿Qué pasó? Ellos no se desarrollaron por sí mismos. No leían. No participaban en discusiones. No viajaban. Descuidaban su formación...
Debemos aprender a ser humildes y nunca dejar de aprender. Si se apaga el entusiasmo por aprender, se seca el fuego interno. Y si no se prepara uno, se marchita ese entusiasmo. La llama interna no puede descuidarse. No conviene esperar tal sequedad. Mejor prepararse, interesarse, involucrarse, y leer, leer, leer...
Momentos definitorios

El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. En esa búsqueda solitaria todo depende de la gente. Es un oficio que se emprende a solas, pero está a merced de lo que hacen y dicen los demás. Los primeros 15 minutos frente a personas desconocidas y circunstancias nuevas son definitorios. Esos momentos son los que determinan el futuro e incluso parte de la vida. Esa conciencia genera una extraña e intensa sensación. En un ensayo, cierto autor señala que las relaciones se definen en los primeros segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros.

Abrirse al encuentro

Hay mucha gente susceptible a la arrogancia. Y como reportero resulta imprescindible una sincera humildad. Porque lo primero ha de ser el entendimiento frente al otro: el ser humano con todas sus inquietudes y su propio mundo. Como entrevistador no es recomendable la dureza. Mejor crear una atmósfera de confianza. Y la primera señal para encauzar la confianza está en la sonrisa. Lo ideal es abrirse al diálogo pese al tipo de gente. Escuchar al entrevistado y poner de nuestra parte para entenderlo.
El valor de la amistad

Definitivamente en nuestro oficio todo depende de los otros. Un periodista solo no puede hacer nada porque su vida y su quehacer dependen del otro. Si uno no sabe relacionarse con la gente y ganarse su amistad, se ve impedido para desarrollar su labor profesional. Sin el apoyo y la confianza de los otros es imposible ejercer el periodismo.

Conocer y entender el mundo

Para comprender una cultura ajena hay que internarse y asentarse en su tierra. Sólo así podrá captarse esa otredad. Para ello hay que tener plena disposición y desconectarnos de "nuestro" mundo. De esa suerte se entenderán las distintas realidades del entorno visitado. Eso es muy difícil y casi nadie lo intenta realmente. Son pocos los interesados en conocer el mundo. La mayoría de la gente está satisfecha sin conocer nuevos lugares. La inmigración, por lo general, se liga con sucesos lamentables. Se inmigra no por placer o para conocer sino por tragedias.
Dos talleres

Tenemos dos tipos de taller a lo largo de la vida profesional; el del reporteo y la escritura cotidiana, enraizado en la velocidad de la noticia; y el de la pesquisa y la indagación profunda, compenetrado en proyectos históricos de largo aliento. El primero era un sacrificio y me permitía sobrevivir económicamente, pero a la vez me abría la pauta para el segundo al aportar los nutrientes básicos para engendrar mis libros. Resulta obligado plantearse proyectos más profundos, de largo aliento, porque si nos limitamos sólo al primer taller, circunscrito a la veloz coyuntura, estamos perdidos. Así, en el segundo y reposado taller aprovecho lo que no pude incluir en las notas enviadas, en su momento, para la agencia informativa. El lenguaje y manejo periodístico de agencia es muy pobre: de hecho, como me cobraban 50 centavos de dólar por palabra, sólo podía usar 200 palabras para describir intensos y relevantes sucesos de un día. Por eso escribí mis libros.
Trabajar como reportero, con informaciones rápidas, era el precio por hacer lo que me gustaba: conocer gente, sumergirme en culturas, investigar sucesos, aprender del mundo, escribir mis libros, el ser escritor... Resulta fundamental tener conciencia de ello para dominar la situación y no afectarse por las circunstancias. En ese sentido es preciso estar por encima de los hechos para dominarlos como un piloto a la nave que conduce.


Ir a Índice

Página principal

No hay comentarios.: