martes, mayo 24, 2011
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¿Reflejan los media la realidad del mundo?
La misión del periodista: Mesa redonda
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Los cínicos no sirven para este oficio: Edición de María Nadotti
Con Herodoto en la guerra
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Mr. K en México
La vuelta al mundo del nuevo Ulises
La política me es ajena
Visión del mundo
La globalización del mal
Un mundo, dos civilizaciones
De lo que se dice de Ruanda sólo es cierto su tragedia
Europa ya no es el centro del mundo
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"La guerra del fútbol"
Ryszard Kapuscinski
Editorial Anagrama 1992
Pensé que como mejor daría a conocer África sería escribiendo sobre el hombre que en aquella época era la figura más destacada de todo el continente, político, visionario, tribuno y mago: Nkrumah. Pág. 20
Así es que ahora, como si quisieran recuperar el irreversible atraso, prácticamente todos los años de la gran marcha de África inscriben un nombre nuevo en la historia; 1956, Gamal Nasser; 1957, Kwame Nkrumah; 1958, Sékou Touré; 1960, Patricio Lumumba. Pág. 44
"Disponía de cinco hombres y veinte negros", me dijo un inglés. Hombres como él son los que han creado este mito. El mito del color de la piel, total, absoluto, y que ha pervivido lozano y poderoso hasta nuestros días. Pág. 56
Siempre he estado de vuestro lado, con toda mi alma y en todos los momentos de mi vida. Siempre he considerado a los colonialistas como canallas de la peor especie. Estoy con vosotros, y os lo quiero demostrar con hechos. Pág. 57
Cada encuentro con la muerte tiene un precio que hay que pagar; bien lo saben los que lo han vivido. Pág. 73
... A pesar de que el mundo está lleno de infamia e ignominia, también existen en él sentimientos nobles como la honradez y la honestidad. Pág. 74
Apartheid
Es el país del apartheid, la doctrina que ha enaltecido el más vil de los instintos humanos, la repulsión hacia otra raza, dándole la dignidad de ley y convirtiéndola en un dogma de fe. En afrikans, apartheid significa "segregación", "separación". Sólo que se trata de una separación en nombre de la dominación.
El apartheid tiene dos versiones: la popular y la "científica". En su versión popular, cotidiana, la filosofía del apartheid se basa en el principio de que todo aquel que no es blanco "no es un ser humano". Los conquistadores españoles de las tierras de América del Sur escribían en sus informes dirigidos a Madrid: "En esos días morábamos en la isla: el ganado, los indígenas y los hombres". Esta misma idea impera hoy en día no tan sólo en Sudáfrica, sino también entre todos los colonos blancos establecidos en el continente. Y no únicamente entre los blancos. El hindú de Nairobi nunca se referirá a un africano usando otro término que no sea black monkey, aunque el africano en cuestión sea un profesor de universidad y el hindú un barrendero.
En la versión "científica", es decir, aquella que el afrikaner muestra ante el mundo, esta teoría se presenta de la manera siguiente: los blancos y los que no lo son pertenecen a dos razas distintas, cuya convivencia dentro de un mismo estado siempre constituye una amenaza: para los blancos, la de perder el poder; para los no blancos, la de sufrir injusticias. Por un lado, los blancos no se pueden permitir el lujo de conceder derechos políticos a los de color, pues si lo hicieran, la civilización occidental se vería absorbida por la autóctona. Por otro lado, habida cuenta de que el indígena trabaja para el bienestar de los blancos, sería injusto negarle los derechos civiles. Además, el de color, al igual que el blanco, tiene derecho a desarrollar su propia lengua y su cultura. Si el negro llegase a ser ciudadano de un estado europeo (como el afrikaner considera a su país), en lugar de ser un auténtico africano, se convertiría en una mera imitación del europeo. En ningún estado de Europa puede un africano gozar de la igualdad de derechos ni ostentar el poder, cosas que sí les son posibles en su continente. De ahí que el africano debe tener su propio país (homeland), un territorio que pueda considerar suyo y en el que tenga la oportunidad de alcanzar la más alta posición de que sea capaz. Las reservas de indígenas, existentes también en otros estados de corte europeo, constituyen precisamente esa tierra patria del africano. No obstante, tal vez habría que cambiarles el nombre. Si el africano abandona la reserva para trabajar en el negocio de un europeo, será tratado como mano de obra extranjera, por consiguiente, no podrá disfrutar de los derechos civiles ni políticos. Esto le permitirá comprender y recordar que, una vez realizado el trabajo previsto en el contrato, deberá abandonar la parte europea de Sudáfrica y regresar de nuevo a la reserva. Hay que conceder a las reservas la importancia que se merecen, sin dejar de tener presente que los blancos seguirán manteniéndolas bajo su tutela por muchos años más, debido a que los africanos aún no han alcanzado el estadio de desarrollo que les permitiría gobernarse por sí mismos. Pág. 88-89
Aunque es blanco, el afrikaner no se considera europeo. Pág. 90
En opinión del afrikaner, el europeo es un liberal que deshonra a la raza blanca al ceder terreno a los negros en otras partes de África, es un ser indigno y desmoralizado porque los domingos se dedica a ir al cine y a comer en los restaurantes, y, lo que es mucho peor, parte de los europeos son comunistas. Pág. 90
La de los afrikaners es una de las cuatro naciones de origen europeo que se asentaron en territorios de ultramar a raíz de las grandes conquistas coloniales de la época del capitalismo naciente. Las naciones restantes son: la estadounidense, la australiana y la canadiense. Pág. 91
Los afrikaners descienden de los holandeses. Pág. 91
Para conquistar a la tribu ksosa, los afrikaners y los ingleses tuvieron que librar nueve guerras; para conquistar a los matabela, cuatro; para vencer a los zulúes, tres, y así sucesivamente. Pág. 92
El colonialista blanco encontró fuerza suficiente para conquistar Sudáfrica, pero fue demasiado débil para convertirla en su propiedad exclusiva. Pág. 92
En 1652 un emisario de la compañía, Jan Van Riebeeck, fundó en el cabo de Buena Esperanza un villorrio -más bien una taberna, antes que un puerto- para que allí pudieran atracar los barcos holandeses que cubrían la ruta: Europa-Indias Orientales-Europa. Pág. 93
La nación afrikaner se formará precisamente con la mezcla de estos tres elementos: holandés, francés y alemán… Pág. 93
... el parlamento británico suprime la esclavitud en 1836, asentando con ello dos duros golpes a los afrikaners: por un lado hace tambalear los cimientos de su economía, basada en el trabajo de los esclavos, y por otro, atenta contra su religión, cuyo principio fundamental afirma que Dios creó al negro para ser esclavo. Pág. 95
... Y, en efecto, los buscadores del oro sudafricano fueron tan lejos que en 1872 fundaron su propio estado, bautizándolo con el nombre de República de los Uitlanders.
... Al final, en 1899, estalla la guerra entre afrikaners e ingleses. Pág. 97
... El nuevo gobierno se compone de seis afrikaners y cuatro ingleses. Pág. 98
... El primer partido afrikaner se funda en 1912, los afrikaners se hacen con el poder del estado en 1948, pero la Iglesia de los afrikaners existía desde el siglo XVII. Pág. 98
... era su Iglesia, propia y única, la cuna de la ideología, que hacía las veces de oráculo, guía espiritual y máxima autoridad. Fue también en su seno donde surgió –como otra ala de la nación– su partido político. Y fue ese partido el que más tarde se haría con el poder del estado. Pág. 99
Dos dogmas del calvinismo... El dogma de la predestinación afirma asimismo que el que nace en la fe es superior al que nace en el paganismo, puesto que en él se ha posado la mano de Dios, colocándolo en el camino de la salvación.
Segundo dogma, el referente a la creencia en el pueblo elegido. Pág. 100
Argelia se cubre el rostro
... Se dijo de todo porque no se sabía nada. Pág. 106
... Argelia pertenece a los países de África donde más ha durado el colonialismo. El poder de los franceses se mantuvo aquí durante 132 años. Pág. 107
... El último grito de la moda parisina llega aquí el mismo día de su aparición en Francia, igual que la prensa y los cotilleos de París. Pág. 108
El Sahara cubre nueve décimas partes de Argelia. Pág. 110
... Que en el país haya tres millones de parados no le interesa a nadie; es algo que no se discute.
... La burocracia devora la mitad del presupuesto del estado argelino. Así pues, resulta evidente que cualquier programa serio de construcción del socialismo en Argelia tiene que empezar por plantear la eliminación de la estructura colonial de los salarios, privando en consecuencia a la burocracia de sus privilegios materiales.
Francia ha legado a Argelia una economía típicamente colonial, es decir, subdesarrollada. Pág. 112
... El norte, que constituye el 5% de la superficie del país, y el resto.
... La agricultura absorbe el 70% de la población.
La guerra de Argelia se prolongó durante siete años y medio. Junto con la revolución china y la guerra de Vietnam, fue la mayor guerra de liberación de cuantas se hayan producido en el mundo. Pág. 113
... La guerra terminó con la derrota de Francia.
Aparte de las pérdidas humanas y materiales, la guerra también dejó sus huellas en la conciencia colectiva de la sociedad. Pág. 114
En la Argelia de hoy sigue viva la memoria de lo que hizo cada cual durante la guerra, y no ha cesado el odio mutuo entre los que estuvieron en distintas barricadas. El problema consiste en que los colaboracionistas de antaño son hoy los cuadros dirigentes, pues sólo ellos han tenido la oportunidad de convertirse en personal calificado. Pág. 115
... iría perfilándose hasta formar tres grupos, tres fracciones: Los emigrantes, los combatientes y los colaboracionistas. Esta es la clave fundamental para comprender los entresijos de la política argelina. Pág. 116
En estas páginas pretendo defender a Ben Bella, como también defenderé a Bumedián. Ben Bella no fue "el demonio" de la precipitada, nerviosa y demagógica declaración del 19 de junio, como Bumedián tampoco fue "el reaccionario" de un artículo de Unitá. Ambos son víctimas del mismo drama que viven todos los políticos del Tercer Mundo cuando son honestos, honrados y patriotas. Fue el drama de Lumumba y de Nehru, y es el drama de Nyerere y De Sékou Touré. El quid de este drama consiste en la tremenda resistencia de la materia con que topa cualquiera de ellos al dar su primer, segundo o tercer paso en la cumbre del poder. Todos ellos quieren hacer algo bueno; empiezan a hacerlo, y al cabo de un mes, de uno, dos o tres años, ven cómo nada les sale bien, cómo todo se les escapa de las manos y se encalla en los implacables médanos del desierto. Todo se conjura para obstaculizar el camino trazado: el secular subdesarrollo, el primitivismo de la economía, el analfabetismo, el fanatismo religioso, las rencillas y luchas tribales, la ancestral hambruna, el pasado colonial con su política de aplastar física y psíquicamente a los conquistados, el chantaje de los imperialistas, la avidez de los corruptos, el paro, los balances negativos. Siguiendo semejante camino, el progreso resulta difícil. El político empieza a debatirse en su impotencia ante lo imposible. Busca la salida en la dictadura. La dictadura crea la oposición. La oposición prepara el golpe.
Y el ciclo vuelve a repetirse.
Si bien es cierto que este mecanismo puede adoptar formas diferentes, el esquema principal resulta prácticamente invariable. En el mundo del subdesarrollo, las dictaduras surgen como obedeciendo a una cierta regla de periodicidad. En muchos casos, no se trata de frutos del ansia de poder que puedan tener algunos déspotas patológicos, sino de la consecuencia lógica de las condiciones que imperan en el país, en las cuales resulta imposible gobernar el estado de acuerdo con el modelo de Platón. Pág. 118-119
El socialismo de Ben Bella fue un experimento valiente y original. Simplificando, debía sostenerse sobre una economía socialista, pero sin renunciar a la estructura islámica. La oposición reprochaba a Ben Bella que hubiera hablado demasiado sobre el asunto pero que, en contrapartida, no hubiera hecho lo suficiente. Que el suyo era un socialismo verbal. Pág. 121
… todo esto ocurre en una situación ideológicamente indefinida... tres elementos que conforman el poder –el partido, el aparato del estado y el ejército– ...
En el mundo árabe no existe la tradición de partidos políticos como fuerzas dirigentes de la sociedad. Pág. 123
Este divorcio entre la política exterior y la interior, tan típico de los países del Tercer Mundo, nunca puede prolongarse demasiado. El país, su propio país, no tarde en volverlo a la dura realidad, pues no puede soportar por mucho tiempo semejante política. No se puede permitir tamaño lujo, y además, ni siquiera está interesado en hacerlo.
Tal vez la desaparición de Ben Bella vaticine el fin de la época de los grandes líderes del Tercer Mundo, políticos cuyas figuras se han elevado de un modo muy visible por encima de la mísera vida cotidiana de su país, que han sido más guías espirituales de su pueblo que administradores de estado.
Tal vez se avecina una época en la que una política exterior activa y que cuente en los foros internacionales, será sólo un lujo al alcance de los países desarrollados, y los países pobres tendrán que ajustarla a sus posibilidades, por lo general bastante menguadas y muy por debajo de sus aspiraciones nacionales. Pág. 125
La de Ben Bella era una personalidad compleja, con muchas facetas. Por un lado, no confiaba en nadie, y por otro, intentaba convencer a todo el mundo de su buena disposición hacia todos. Pág.127
... Olvidaba que el ejército no sólo se componía de los uniformados, sino también de aquellos que ya habían cambiado el uniforme por un traje civil, pero que habían iniciado su carrera formando parte de la tropa. Pág. 128
... Si se ve obligado a pronunciar una palabra, lo hace con tal esfuerzo que parece que esté tallando piedras. Pág. 130
... El golpe dejó al descubierto la absoluta dispersión de aquella sociedad, su desunión, su falta de elemento aglutinador, la ausencia total de fuerzas organizadas. Pág. 133
... En Argelia, la política es el dominio de veintiañeros, de treintañeros. Pág. 135
... En la escena política argelina sólo ha quedado el ejército. En Argelia, poco se sabe de lo que ocurre en su seno. El ejército tiene algo de mafia, algo de secta religiosa. Los oficiales no se cuadran al saludarse sino que se estrechan las manos y se dan besos en las mejillas. Pág. 135
... Entonces, Soglo en persona colocó frente al edificio el mortero en cuestión (era el único hombre en todo el ejército que sabía manejarlo) y anunció por un altavoz que si el gobierno no dimitía antes de las cuatro de la tarde, abriría fuego sobre el edificio. El gobierno tomó unánimemente la decisión de dimitir, acto que le fue comunicado a Soglo desde una ventana. De este modo acabó la crisis política de octubre de 1963. Pág. 142
... Las estrellas que iluminan la noche sahariana son inmensas.
... Durante la noche, el Sahara es verde como los infinitos prados de nuestra Mazovia. Pág. 146
Quien quiera comprender a África debería leer a Shakespeare.
En los dramas políticos de Shakespeare, todos los protagonistas muere, los tronos chorrean sangre y el vulgo, aterrorizado, contempla en silencio el gran espectáculo de la muerte. Pág. 156
... Toda ciudad yoruba tiene su rey, que se llama oba.
... Toda su cultura está impregnada de una intensa sensualidad, elemento que los yorubas introdujeron en su momento en la cultura sudamericana, principalmente en la brasileña y la cubana. Pág. 162
... A los africanos les gusta mucho meterse en juicios. Les apasiona recorrer las salas de los juzgados y tribunales. Los periódicos están llenos de noticias sobre juicios. Y el abogado se convierte en la figura de máxima cualificación: sabe lo que está permitido y lo que no lo está. La gente lo mira con admiración: éste sí que sabe desenvolverse en la vida evitando trampas. Pág. 163
La cárcel desempeña un papel muy importante en el proceso creador de los mitos. El político ocupa posiciones muy diferentes en la sociedad antes y después de pasar por la cárcel. La cárcel afianza su posición y le hace ganar la confianza y la simpatía de la opinión pública. Con un poco de suerte, puede subir de un solo salto varios peldaños de su carrera política. Y a menudo entra en la historia. Pág. 167
... Es mejor sudar que orinar; los riñones trabajan menos. Pág. 170
... Tampoco puede ser corresponsal el que tiene miedo de la mosca tse-tse, de la cobra negra, del elefante, de los caníbales, de beber agua de ríos y arroyos, de comer tartas hechas de hormigas asadas; el que se estremece con sólo pensar en las amebas y en las enfermedades venéreas, en que le robarán y lo apalearán; el que ahorra cada dólar para construirse una casa cuando vuelva a su país; el que no sabe dormir en una choza de barro africana, y el que desprecia a la gente sobre la cual escribe. Pág. 173
... Y es que nuestra profesión recuerda el trabajo del panadero: sus bollos conservan el sabor mientras están calientes y recién hechos; a los dos días, se vuelven duros como una piedra, y a la semana, cuando se cubren de moho, ya no sirven sino para ser arrojados a la basura. Pág. 173-174
... Sentado a su mesa, el hombre nos recuerda más a un minusválido metido en un corsé ortopédico que a un funcionario responsable ocupándose de un trabajo serio. Pág. 177
... Los muebles separan a la gente; los hombres se atrincheran tras ellos como detrás de unas barricadas. Los perdemos de vista como a los pájaros que se esconden en los huecos de los árboles. Pág. 178
... Los muebles como género, como espécimen, son meros instrumentos, hasta esclavos al servicio del hombre, pero en nuestro caso los papeles se invierten: el hombre se convierte en instrumento y esclavo del mueble. Pág. 178
En América Latina, decía, la frontera entre el fútbol y la política es tan tenue que resulta casi imperceptible. Es larga la lista de los gobiernos que cayeron o fueron derrocados por los militares sólo porque la selección nacional había perdido un partido. Los periódicos llaman traidores a la patria a los jugadores del equipo perdedor. Cuando Brasil ganó en México el Campeonato Mundial, un amigo mío, exiliado político brasileño, estaba destrozado: "La derecha militar", dijo, "tiene asegurados por lo menos unos cinco años de gobierno sin que nadie la importune". Pág. 189-190
... En toda Latinoamérica, los estadios cumplen esta doble función; en tiempos de paz sirven como terreno de juego, y en tiempos de crisis se convierten en campos de concentración. Pág. 196
Todas las guerras provocan un terrible desorden y no hacen sino malgastar vidas y cosas. La humanidad lleva miles de años de guerras y, sin embargo, parece que cada vez se empiece desde el principio, como si se tratase de la primera guerra en la historia. Pág. 197.
... Verdaderamente, resulta muy desagradable la sensación que experimenta uno cuando camina consciente de que en cualquier momento le pueden meter un balazo. Las piernas se le vuelven como de plomo y gotas de sudor le empapan la frente. Sin embargo, nadie reconoció abiertamente que tenía miedo. Pág. 199
... No hay guerra que se pueda transmitir a distancia. Pág. 210
... La guerra vista a distancia y hábilmente manipulada en una mesa de montaje no es más que un espectáculo. En la realidad, el soldado no ve más allá de la punta de su nariz, tiene los ojos cubiertos de polvo e inundado de sudor, dispara a ciegas y se arrastra por la tierra como un topo. Y, sobre todo, tiene miedo. Pág. 211
... La guerra crea una situación en la que uno convive permanentemente con la muerte. Es una experiencia que siempre queda profundamente grabada en la memoria. Más tarde, conforme avanzan los años, el hombre recurre con una frecuencia cada vez mayor a sus vivencias de la guerra, como si con el paso del tiempo se le multiplicaran los recuerdos, como si hubiera pasado toda su vida en una trinchera. Pág. 211
La guerra del fútbol duró cien horas. El balance: seis mil muertos, veinte mil heridos. Alrededor de cincuenta mil personas perdieron sus casas y sus tierras. Muchas aldeas fueron arrasadas. Pág. 213
El fútbol ayudó a enardecer aún más los ánimos de chovinismo y de histeria seudopatriótica, tan necesarios para desencadenar la guerra y fortalecer así el poder de las oligarquías en los dos países. Pág. 215
Los dos gobiernos estaban satisfechos de la guerra, porque durante varios días Honduras y El Salvador habían ocupado las primeras planas de la prensa mundial y habían atraído el interés de la opinión pública internacional. Los pequeños países del Tercer Mundo tienen la posibilidad de despertar un vivo interés sólo cuando se deciden a derramar sangre. Es una triste verdad, pero así es (1969).
... Pero el creer en una sola alma no es más que una simplificación primitiva del complicado enigma de la existencia humana, pues la verdad es que en el cuerpo del hombre habitan muchos espíritus, instalados en las diversas partes de su organismo. Pág. 220
... Simón el Profeta iba de una a otra, retocando los inmóviles rostros de los santos. Les cambiaba el tono claro de sus frentes y el rosado de sus mejillas, convertía en gruesos sus labios finos y en rizados sus cabellos lisos. Hasta que los santos se tornaban negros, a imagen y semejanza de Simon y de sus fieles. Este fue el primer gesto revolucionario en el Congo: deslizar un pincel por una imagen.
... De ahí que cada vez que un nuevo presidente llega al poder, siempre hay un grupo de personas que abandonan el país. Pág. 224
... Necesitan del silencio los tiranos y los ocupantes que velan para que su actuación pase inadvertida. Advirtamos con cuánto celo lo cuidaron y lo mimaron todos los colonialismos. Con qué discreción trabajó la Santa Inquisición. Con qué empeño evitó toda publicidad Leónidas Trujillo. Pág. 225
... El silencio exige que los campos de concentración se levanten en lugares apartados. El silencio precisa de un aparato policial gigantesco. Necesita de todo un ejército de delatores. El silencio exige que sus enemigos desaparezcan de repente y sin dejar rastro.
... El silencio posee la facultad de expandirse…
... También tiene la capacidad de aumentar de peso, y de ahí que hablemos del "peso del silencio" igual que hablamos del peso de los cuerpos sólidos o líquidos.
... Hoy en día se habla mucho de combatir el ruido, cuando combatir el silencio es mucho más importante. En la lucha contra el ruido está en juego la tranquilidad de nuestros nervios, mientras que en la lucha contra el silencio lo que está en juego es la vida humana. Pág. 226
... ¿Qué abunda más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular con facilidad el número de personas que trabajan para la publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio? ¿Cuál de las dos cifras sería mayor? Pág. 226-227
... Qué manera de desperdiciar las energías, pensé, qué humillación para la dignidad humana. Gentes sin nada que hacer, desocupadas, pululando por los suburbios de Lima y de Bogotá…
... Mil millones de personas capaces de trabajar que en toda su vida no han hecho nada o casi nada. No las necesita nadie, nadie las quiere en este mundo nuestro, en el que tanto queda por saber. Si se les diese una ocupación digna, la humanidad entraría en el camino de un progreso vertiginoso. Pág. 231
... Si bien aquí la gente es longeva, la mitad de sus vidas transcurre en la vejez. Pág. 233
... no existen medias tintas, todos los colores, llamativos, perfectamente definidos, chocan unos con otros con inusitada violencia. Pág. 238
Ogaden es un gran semidesierto, una sartén gigantesca en la que el aire abrasado por el sol hierve durante todo el día, y donde todo el esfuerzo del hombre se centra en la búsqueda de una sombra y de una brisa. Pág. 245
... para ellos, el mundo no se divide en países sino en lugares donde hay agua, y por tanto vida, y lugares donde impera la sequía, y por tanto la muerte. Pág. 249
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"Ébano"
Ryszard Kapuscinski
© Editorial Anagrama, 2000
El problema de África consistía en la contradicción entre el hombre y el medio, entre la inmensidad del espacio africano (¡más de treinta millones de kilómetros cuadrados!) y el hombre, indefenso, descalzo y pobre: su habitante. Se dirigiera la vista donde se dirigiese, todo estaba lejos, todo estaba desierto, deshabitado, infinito. Era necesario caminar cientos, miles de kilómetros para encontrar a otros seres humanos (no se puede decir: "a otro ser humano", porque en aquellas condiciones un hombre solo no podría sobrevivir). La información, el conocimiento, los avances de la técnica, los bienes de consumo, la experiencia de otros, nada de esto había penetrado, nada había encontrado el camino. No existía el intercambio entendido como una forma de participación en la cultura universal. Cuando surgía, se trataba de una excepción, era todo un acontecimiento, una fiesta. Y, sin el intercambio, no hay progreso.
La población de África no era sino una gigantesca y enmarañada red que, cubriendo todo el continente y hallándose en constante movimiento, fluía y se entrelazaba, se concentraba en un lugar y se dispersaba en otro. Una tela multicolor. Un tapiz abigarrado.
Esta forzada movilidad de su población ha hecho que en el interior de África no haya ciudades antiguas, tan antiguas –como las de Europa o de Oriente Medio– que se hayan conservado hasta hoy. Otra situación parecida –una vez más a diferencia de Europa y de Asia–: un gran número de comunidades (algunos dicen que todas) ocupa territorios en que no había vivido antes.
Todos han llegado de otros lares, todos son inmigrantes. África constituye su mundo común, pero dentro de sus fronteras, ellos se han desplazado, la han pateado durante siglos (en muchas partes del continente este proceso dura hasta hoy). De ahí el impactante rasgo de esa civilización: su provisionalidad, su carácter de algo accidental, su falta de continuidad material. La choza levantada tan sólo ayer hoy ya no existe. El campo cultivado hace tan sólo tres meses hoy es tierra baldía.
La continuidad que sí goza aquí de buena salud y cimenta diferentes comunidades es la de las tradiciones y ritos tribales y el profundo culto a los antepasados. De ahí que, más que una comunión material o territorial, el africano se siente ligado con sus allegados por una comunión espiritual. Pág. 25- 27
Perseguida e indefensa, África fue saqueada de sus gentes, arruinada y destruida. Quedaron despobladas vastas extensiones del continente y yermos de maleza cubrieron soleadas regiones de vegetación floreciente. Pero la huella más dolorosa y duradera la ha dejado aquella época en la memoria y la conciencia de los africanos: siglos de desprecio, humillación y sufrimiento han creado en ellos un complejo de inferioridad y un sentimiento de daño moral jamás reparado que anida en lo profundo de sus corazones.
El colonialismo vive su apogeo en el momento en que estalla la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el curso de la misma y la elocuencia simbólica de su realidad inician el declive y anuncian la derrota de este sistema. Pág. 33
Y, de pronto, los africanos alistados a la fuerza en los ejércitos británico y francés ven cómo, en la guerra europea en la que participan, un blanco se pelea con otro blanco, cómo dispara sobre él y le destruye las ciudades. Es toda una revelación, conmoción y sorpresa. Los soldados africanos del ejército francés ven cómo Francia, su soberana colonial, es vencida y conquistada. Los soldados africanos del ejército británico ven cómo Londres, la capital del imperio, es bombardeada; ven a los blancos presa del pánico, a blancos que huyen, suplican y lloran. Ven a blancos desarrapados, hambrientos y clamando por pan. Y a medida que avanzan hacia el este de Europa –y junto a los blancos ingleses dan palizas a los blancos alemanes– se topan aquí y allá con columnas de blancos vestidos con uniformes a rayas, hombres-esqueletos, hombres-despojos. Pág. 35
El joven activista y teórico ghanés Kwame Nkrumah se convirtió en gran entusiasta del panafricanismo. En 1947, tras acabar la carrera universitaria en Norteamérica, regresó a su país natal. Fundó un partido al que atrajo a combatientes de la Segunda Guerra así como a la juventud, y en una de las concentraciones de Acra lanzó el combativo lema de "¡Independencia ya!". En aquel tiempo, en el África colonial, el lema sonó como el estallido de una bomba. Pero diez años más tarde Ghana se convertía en el primer país independiente del África subsahariana; y Acra, el primer centro, aún provisional e informal, de todos los movimientos, ideas y acción para todo el continente. Pág. 35-36
El comercio de esclavos: dura cuatrocientos años, empieza en el siglo XV y ... ¿termina? Oficialmente, en la segunda mitad del XIX, aunque en algunas ocasiones dura más: por ejemplo, hasta 1936 en Nigeria del Norte. Dicho comercio ocupa un lugar central en la historia de África. Millones (entre 15 y 30: existen diversos cálculos) de personas fueron secuestradas y transportadas más allá del Atlántico en condiciones terribles. Se estima que durante un viaje así (de dos o tres meses de duración) moría de hambre, asfixia y sed casi la mitad de los esclavos; hubo casos en que murieron todos. Los supervivientes trabajaban más tarde en las plantaciones de caña de azúcar y de algodón en el Brasil, en el Caribe y en los Estados Unidos, construyendo la riqueza de aquel hemisferio. Los traficantes de esclavos (principalmente portugueses, holandeses, ingleses, franceses, norteamericanos, árabes y sus socios africanos) despoblaron el continente y lo condenaron a una existencia vegetativa y apática: incluso ya en nuestros tiempos, grandes superficies de aquella tierra seguían despobladas y se habían convertido en desiertos. Hasta hoy día África no se ha desprendido de esta pesadilla, no ha levantado cabeza tras semejante desgracia.
El comercio de esclavos también ha tenido consecuencias desastrosas en el terreno psicológico. Envenenó las relaciones personales entre los habitantes de África, les inyectó odio y multiplicó las guerras. Los más fuertes intentaban inmovilizar a los más débiles para venderlos en el mercado, los reyes comerciaban con sus súbditos; los vencedores, con los vencidos; y los tribunales, con los condenados.
Semejante comercio marcó la psique del africano con el estigma tal vez más profundo, doloroso y duradero: el complejo de inferioridad. Pág. 92
Toda esta filosofía de desprecio y odio obsesivos, de vileza y salvajismo, antes de inspirar la construcción de Kolymá y Auschwitz, hacía siglos que había sido formulada y escrita por los capitales del Martha y el Progresso, el Mary Ann o el Rainbow, cuando al mirar desde sus cabinas por el ojo de buey hacia los palmerales y las playas incandescentes, aguardaban a bordo de sus barcos, atracados en las islas de Sherbro, Kwale o Zanzíbar, el cargamento de turno de esclavos negros.
En este comercio –planetario a decir verdad, pues participaron en él Europa, las dos Américas y muchos países de Oriente Medio y Asia–, Zanzíbar se revela como una estrella negra y triste, una dirección nefasta, una isla maldita. Durante años, más aún, durante siglos enteros, se dirigen hacia ella caravanas de esclavos recién atrapados en el interior del continente, en el Congo y Malawi, en Zambia, Uganda y Sudán. A menudo atados con cuerdas para que no se escapen, sirven al mismo tiempo como porteadores: llevan al puerto, a los barcos, mercancías muy preciadas; a saber, toneladas de marfil, de aceite de palmera, pieles de animales salvajes, piedras preciosas, ébano...
Trasladados de tierra firme a la isla a bordo de barcazas, son expuestos en el mercado como un producto cualquiera. El mercado se llama Mkunazini y es una plaza, situada cerca de mi hotel, en la que hoy se levanta la catedral anglicana. El abanico de precios es muy amplio: desde el dólar por un niño hasta los doce por una muchacha joven y hermosa. Pág. 93
Lo que describo se produce en un momento en que el mundo árabe y el África negra, a un mismo tiempo, se hallan en el camino de la independencia. ¿Pero qué significa esto en Zanzíbar? Aquí los árabes dicen: Queremos independencia (bajo lo cual entienden: Queremos conservar el poder). Los africanos dicen lo mismo: Queremos independencia, pero cargan este lema de otro sentido, a saber: ya que somos mayoría, el poder debe pasar a nuestras manos.
He ahí la manzana de la discordia y el meollo del conflicto. Además, los ingleses no hacen sino añadir leña al fuego. Como están en buenas relaciones con los sultanes del Golfo Pérsico (de los cuales procede el sultán de Zanzíbar) y temen una África revuelta, declaran que Zanzíbar forma parte del mundo árabe y no africano, y al concederle independencia reafirman el poder de los árabes. Pág. 96
En su breve historia, muchos países africanos viven de esta manera su segunda etapa. La primera ha consistido en una descolonización rápida, en conseguir la independencia. Optimismo, entusiasmo y euforia se adueñaron de todo el mundo. La gente estaba convencida de que la libertad significaba un techo mejor encima de su cabeza, un cuenco de arroz más grande y unos zapatos, los primeros en la vida. Que se produciría un milagro: la multiplicación del pan, de los peces y del vino. No se produjo nada de esto. Todo lo contrario: aumentó vertiginosamente la población, para la cual faltó comida, escuelas y trabajo. Decepción y pesimismo no tardaron en reemplazar al optimismo. Toda la amargura, rabia y odio se dirigieron hacia las propias élites, que, voraces, se dedicaban a llenarse los bolsillos lo más deprisa posible. En un país que no tiene una gran industria privada, donde las plantaciones pertenecen a extranjeros y los bancos también son propiedad de capital extranjero, una carrera política es la única posibilidad de amasar una fortuna.
En resumen: la pobreza y la decepción de los de abajo y la codicia y la voracidad de los de arriba crean un ambiente emponzoñado y minado que el ejército olfatea; presentándose como defensor de los humillados y ofendidos, abandona los cuarteles y alarga la mano para tomar el poder. Pág. 115
En aquella época, en Etiopía murió un millón de personas, pero primero lo ocultó el emperador Haile Selassie, y luego, el hombre que le había arrebatado el trono y la vida, el comandante Mengistu. Los separaba la lucha por el poder, los unía la mentira. Pág. 146
Amín es un bayaye típico… llegó a campeón de Uganda de los pesos pesados. Pág. 151
Son los años cincuenta: se acerca la época de la independencia. Ha llegado el tiempo de la africanización, también en los ejércitos. Pero los oficiales británicos y franceses quieren quedarse en ellos el mayor tiempo posible. Para demostrar que son insustituibles, de entre sus subordinados africanos ascienden a hombres de tercer orden, sin muchas luces pero obedientes; de la noche a la mañana, convierten a cabos y sargentos en coroneles y generales. Bokassa en la República Centroafricana, Soglo en Dahomey y Amín en Uganda pueden servir de ejemplo. Pág. 152
A fin de cuentas, la mayor parte de los blancos ha muerto en el mundo no a manos de negros sino de blancos, y la mayoría de los negros ha muerto en nuestro siglo a manos de negros, y no de blancos. Pág. 152
La SRB sembró el terror en Uganda. La fuerza de este organismo radicaba en el hecho de que cada uno de sus miembros tenía acceso a Amín. Pág. 157
Amín huyó a Libia y luego se instaló en Arabia Saudí, que de esta manera le pagó por sus servicios en la expansión del Islam. Pág. 158
Pues bien, en África los niños llevan años, muchos, mucho tiempo, matando a otros niños, y en masa. A decir verdad, las guerras contemporáneas que se libran en este continente son guerras de niños. Pág. 160
Estas escaramuzas armadas de la chiquillería resultan especialmente encarnizadas y sangrientas, porque el niño carece del instinto de conservación, no siente ni comprende el horror de la muerte, desconoce el miedo que sólo la madurez le hará conocer. Pág. 160
Las guerras de niños se han hecho posibles también gracias al desarrollo tecnológico. Hoy las armas de repetición de mano son ligeras y cortas; sus nuevas generaciones se asemejan cada vez más a juguetes infantiles. Pág. 161
"La civilización moderna -concluye- aquí no ha aportado nada: ni la luz eléctrica, ni el teléfono, ni la televisión. Lo único que han traído son las metralletas. Pág. 165
La emboscada es la forma de lucha que con más frecuencia se aplica en África. Para los que la organizan, tiene muchas ventajas. Los artífices de las asechanzas aprovechan, antes que nada, el factor sorpresa... Pág. 166
El punto principal de la ceremonia de celebración de la fiesta nacional consistía, año tras año, en un desfile de estas vacas ante la tribuna real. Pág. 179
Como suele suceder en casos semejantes, no encuentran sino una respuesta: retrasar soluciones, demorarlo todo. Hasta entonces, los belgas habían gobernado Ruanda apoyándose en los tutsis: se apoyaban en ellos y los utilizaban. Pero los tutsis forman la capa más instruida y ambiciosa de los banyaruanda, y son precisamente ellos los que ahora exigen la independencia. Y además, ¡ya!, cosa para la que los belgas no están preparados en absoluto. Así que Bruselas, bruscamente, cambia de táctica: abandona a los tutsis y empieza a apoyar a los hutus, más sumisos y dispuestos a compromisos. Comienza por iniciarlos contra los tutsis. Los efectos de tal política no se hacen esperar. Los hutos, animados y envalentonados, se lanzan a la lucha. En 1959 estalla en Ruanda una sublevación campesina. Precisamente allí, único caso en África, el movimiento de liberación adoptó formas de revolución social, antifeudal. De entre toda África, sólo Ruanda vivió su toma de la Bastilla, su destronamiento de un rey, su Gironda y su Terror. Pág. 180-181
Así se origina la tragedia ruandesa, el drama del pueblo de los banyaruanda, la imposibilidad –como el caso palestino– de conciliar las razones de dos comunidades que reclaman el derecho a un mismo territorio; un pedazo de tierra, empero, demasiado pequeño y apretado para darles cabida. En medio de este drama nace la tentación –en un principio débil y poco definida, pero con el paso de los años cada vez más clara e insistente– de la Endlösung, la solución final. Pág. 183
Toda la historia de las relaciones entre hutus y tutsis no es más que una negra cadena de incesantes pogromos y masacres, de destrucciones mutuas, de migraciones forzosas y odios enconados. En la pequeña Ruanda no hay lugar para dos pueblos tan extraños y enemistados a muerte. Pág. 192
Existen cálculos dispares del número de víctimas. Unos hablan de medio millón, otros de uno. Nadie obtendrá jamás cifras exactas. Lo que más aterra en todo esto es el hecho de que unos hombres inocentes han dado muerte a otros hombres inocentes, haciéndolo, además, sin motivo alguno, sin ninguna necesidad. Aún así, incluso si no se tratase de un millón sino, por ejemplo, de un solo hombre inocente, ¿acaso no sería ello prueba suficiente de que el diablo mora entre nosotros, sólo que en la primavera de 1994 se encontraba precisamente en Ruanda? Pág. 193
La primera guerra sudanesa se prolongó durante diez años, hasta 1972. Después, a lo largo de otros diez, hubo una paz, frágil e inestable, tras lo cual, en 1983, cuando el gobierno islámico de Jartum intentó imponer a todo el país la ley coránica (sharia), empezó una nueva fase, la más terrible, de la vieja contienda, que dura hasta hoy. Se trata de la mayor guerra y la más larga de la historia de África y, seguramente, es la más grande del mundo en el momento presente, pero, como se desarrolla en una provincia profunda de nuestro planeta y no constituye amenaza directa para nadie –en Europa o Norteamérica, pongamos por caso–, no despierta mayor interés. Por añadidura, los escenarios de esta guerra, sus extensos y trágicos campos de la muerte, a causa de las dificultades del transporte y de las drásticas restricciones de Jartum, permanecen prácticamente inaccesibles para los medios de comunicación; de modo que la mayoría de la gente en el mundo no tiene ni la más remota idea de que Sudán es escenario de una gran guerra. Pág. 207
Así nació la dominante clase de los latifundistas árabes, que, aliada con el generalato y la élite burocrática, tomó el poder en 1956 y lo ejerce hasta hoy, liderando una guerra contra el "negro" Sur, al que trata como a una colonia suya, al tiempo que oprime a sus hermanos de etnia, los árabes del Norte.
La guerra, incluso la más larga y grande, desciende deprisa a la zona de la no-memoria y cae en el olvido. Pág. 209
¿Documentos? Aquí jamás los ha habido. No hay órdenes escritas, ni mapas del estado mayor, ni claves, ni octavillas, ni llamamientos, ni periódicos, ni correspondencia. No existe la costumbre de escribir memorias ni diarios (muchas veces, las más, es que, simplemente, no hay papel). No existe tradición de escribir la historia. Pág. 210
El régimen de Jartum lleva años utilizando el arma del hambre para aniquilar la población del Sur. Hace hoy con los dinka y con los nueros lo que Stalin hizo con los ucranianos en 1932: condenarlos a la muerte por hambre. Pág. 211
El somalí nace en algún lugar junto a un camino, en una cabaña-refugio o, simplemente, bajo el cielo raso. Jamás sabrá su lugar de nacimiento, que tampoco será inscrito en parte alguna. Al igual que sus padres, no tendrá una aldea o un pueblo natal. Tiene una única identidad: la que marca su relación con la familia, el grupo de parientes y el clan. Cuando se encuentran dos desconocidos, empiezan diciendo: ¿Que quién soy? Soy Soba, de la familia de Ahmad Abdullah, la cual pertenece al grupo de mussa Araye, que, a su vez, pertenece al clan de Hasean Said, el cual forma parte de la unión de clanes isaaq, etc. Tras semejante presentación, le toca el turno al segundo desconocido, quien procederá a facilitar los detalles de su origen y definir sus raíces, y ese intercambio de información, que se prolonga durante largo rato, resulta sumamente importante, pues ambos desconocidos intentan averiguar lo que los une o separa, y si se fundirán en un abrazo o se abalanzarán el uno sobre el otro con un cuchillo. Pág. 217
Cuando el niño cumple ocho años, se le concede un gran honor: a partir de este momento, junto con sus compañeros, se encargará de cuidar de un rebaño de camellos, el tesoro más preciado de los nómadas somalíes. Entre ellos, todo se mide por el valor de los camellos: la riqueza, el poder, la vida. Sobre todo la vida. Si Ahmed mata a un miembro de otra familia, la suya tiene que pagar a la del muerto una indemnización. Si ha matado a un hombre, cien camellos; y si a una mujer, cincuenta. Si no, ¡habrá guerra! Sin camellos la persona no puede existir. Se alimenta de la leche de las hembras. Traslada su casa a lomos del animal. Sólo vendiéndolo puede fundar una familia: entrar en posesión de una esposa exige pagar un precio, siempre en camellos, a los parientes de la elegida. Finalmente, salvará la vida, pagando la correspondiente indemnización con dichos animales. Pág. 218
A mí me resultaba de lo más chocante que cada vez que encontrábamos a unos somalíes al borde de la muerte, acompañados de unos camellos en el mismo estado, aquellos hombres por nada del mundo querían separarse de sus animales, aun a sabiendas de que no los aguardaba sino una muerte segura. Pág. 221
Pues bien, aquellos somalíes eran capaces aun de hacer ahorros, de vender el maíz y el azúcar a los mercaderes que deambulaban por el campamento, de acumular una suma de dinero necesaria para comprar un camello y huir al desierto. Pág. 221
En aquella ocasión vi una vez más que en África, a pesar de que los robos se repiten a cada paso, la reacción ante el ladrón entraña un rasgo irracional, rayano en la locura. Pág. 226
… por eso, paradójicamente, el trabajo de la policía no consiste tanto en perseguir a los ladrones como, más bien, en defenderlos y salvarles el pellejo. Pág. 227
… se ve en la tradición e imaginación de sus habitantes no existe la noción del espacio dividido, diversificado y segmentado. Pág. 229
Aquí, la vida es un esfuerzo continuo, un intento incesante de encontrar ese equilibrio tan frágil, endeble quebradizo entre supervivencia y aniquilación. Pág. 229
Una vez hice el esfuerzo de ir al mediodía de choza en choza. Eran las doce. En todas ellas, sobre el suelo de barro o sobre esteras y camastros, estaban tumbadas personas mudas e inmóviles. Sus rostros aparecían cubiertos de sudor. La aldea era como un buque submarino en el fondo del océano: existía pero sin dar señales de vida, sin voz y sin movimiento alguno. Pág. 230
Al enterarse de la huida de su líder, aquel ejército poderoso y armado hasta los dientes se desmoronó en pocas horas. Los soldados, hambrientos y desmoralizados, en un instante se convirtieron en mendigos, ante los ojos de los atónitos habitantes de la ciudad. Pág. 234
Alguien trajo de Londres un número de Hal-Abuur (Journal of Somali Literature and Culture), revista trimestral somalí, publicado en verano de 1993. Los conté: de entre sus diecisiete autores, científicos y escritores –intelectuales somalíes de primera fila– nada menos que quince vivían en el extranjero. He aquí uno de los problemas de África: la mayor parte de su intelligentsia vive fuera del continente; en los EEUU, en Londres, en París, en Roma... En sus países, in situ, han quedado: abajo, las masas formadas por un campesinado ignorante, atemorizado y explotado hasta la última gota de sudor; y arriba, la clase de los burócratas corruptos hasta la médula o la soldadesca arrogante (el lumpenmilitariat, como la define el historiador ugandés Ali Mazrui). ¿Cómo puede África desarrollarse, participar en la gran transformación del mundo, sin la intelligentsia, sin una propia clase media culta? Además, cuando un académico o escritor africano es objeto de represalias en su patria, lo más normal es que éste no busque refugio en otro país de su continente sino, y sin dilación, en Boston, Los Ángeles, Estocolmo o Ginebra. Pág. 236-237
- África necesita una nueva generación de políticos que sepan pensar de la nueva manera. La presente tiene que marcharse. En lugar de pensar en el desarrollo, sólo piensa en cómo mantenerse en el poder;
¿Una salida para África? Crear un nuevo clima político:
a) aceptar, como obligatorio, el principio del diálogo;
b) garantizar la participación de la sociedad en la vida pública;
c) respetar os derechos humanos básicos;
d) empezar la democratización.
Si hacemos todo esto, los políticos de nuevo cuño surgirán solos. Políticos que tendrán su propia visión de las cosas, clara y nítida. Pág. 240
Exactamente sobre el mismo tema hablo un día con A., un inglés viejo que lleva años viviendo en África. A saber: la fuerza de Europa y de su cultura, a diferencia de otras culturas, radica en su capacidad crítica y, sobre todo, en su capacidad para la autocrítica. En su arte de análisis e investigación, en sus búsquedas continuas, en su inquietud. La mente europea reconoce que tiene límites, acepta su imperfección, es escéptica, duda y se plantea interrogantes. Otras culturas carecen de tal espíritu crítico. Más aún, tienden a la soberbia, a considerar todo lo propio como perfecto; en una palabra, se muestran todo menos críticas con ellas mismas. Las culpas de cualquier mal las cargan, exclusivamente, sobre otros, sobre fuerzas ajenas (complots, espías, dominación exterior, en la forma que sea). Perciben toda crítica como un ataque maligno, como una prueba de discriminación, como racismo, etc. Los representantes de estas culturas consideran la crítica como una ofensa a sus personas, como un intento premeditado de humillarlos, incluso como una forma de enseñarse con ellos. Si se les dice que su ciudad está sucia, lo perciben como si les dijésemos que lo están ellos, que tienen sucias las orejas, el cuello, las uñas, etc. En lugar de sentido autocrítico, llevan dentro un montón de resentimientos, complejos, envidias, rencores, enojos y manías. Esto hace que, desde el punto de vista de su cultura, de su estructura, sean incapaces de progresar, de crear en ellos, en su interior, una voluntad de cambio y desarrollo. Pág. 240-241
La cultura africana no conoce el transporte rodado, la gente lo lleva todo ella misma, preferentemente sobre la cabeza. Pág. 242
El bidón de plástico tiene un número de virtudes ilimitado. Una de las más importantes radica en que sustituye a la persona en una cola. Pág. 243
Liberia no constituye sino la prolongación del orden establecido por el sistema de la servidumbre, impuesto por la voluntad de los propios esclavos, que no desean destruir un sistema injusto, sino que lo quieren conservar, desarrollar y usar en provecho de sus intereses personales. Salta a la vista que una mente sometida, envilecida por la experiencia de la esclavitud, una mente –en palabras de Milosz– "nacida en la no libertad, encadenada desde el alumbramiento", no sabe pensar, no sabe imaginarse un mundo libre en el que las personas, todas, también lo fuesen. Pág. 252
Un año antes del nacimiento de Lenin, esto es en 1869, se crea en Monrovia el True Whig Party, que detentará el monopolio del poder en Liberia a lo largo de ciento once años, es decir, hasta 1980. Pág. 255
Sólo siendo miembro del partido se podía llegar a conseguir algo. Sus adversarios o estaban encarcelados o vivían en el exilio. Pág. 255
Tanto como el poder a Tubman, a Tolbert lo fascinaba el dinero. Era la corrupción personificada. Pág. 257
En la madrugada del 12 de abril de 1980, un grupo de soldados irrumpió en la residencia presidencial y descuartizó a Tolbert en la cama. Le sacaron las entrañas y las arrojaron al patio, para que las devorasen los perros y los buitres. Pág. 257
El poder de los ricos, mundanos y bien asentados américo-liberianos (que mientras tanto habían conseguido huir del país) pasó ahora a manos de una tribu selvática, mísera, analfabeta y asustada ante su nueva situación, los krahn, que, repentinamente sacados de sus cabañas hechas de esparto y hojas trenzadas, por primera vez en su vida veían cosas como una ciudad, un coche o unos zapatos. Comprendían, eso sí, que la única manera de sobrevivir consistía en aterrorizar o en liquidar a sus enemigos, reales y potenciales, es decir, a todos los no krahn. Pág. 259
En la opinión pública local, político es sinónimo de jefe de un gang de delincuentes que hace negocios con el tráfico de drogas y de armas, y pone el dinero a buen recaudo en cuentas abiertas en bancos extranjeros, porque sabe que su carrera no durará mucho, que él mismo acabará teniendo que huir y necesitará medios de vida. Pág. 261
Cuando estuve en Monrovia, el casete que mostraba cómo se había torturado al presidente era el producto más atractivo en el mercado de medios de comunicación. Pág. 262
Después de cien metros ya me veo rodeado por niños pequeños de caras hinchadas y ojos cansados, algunos sin un brazo o sin una pierna. Mendigan. Son los soldados de las Small Boys Units de Charles Taylor, las más terribles de sus unidades. Taylor recluta a niños pequeños y les da armas. También les da drogas, y cuando se hallan bajo sus efectos, empuja a esos niños al ataque. Los chiquillos, atontados, se comportan como kamikazes, se lanzan al fragor de la lucha, van directamente al encuentro de las balas, estallan junto con las minas. Cuando su dependencia crece hasta tal punto que dejan de ser útiles, Taylor los expulsa. Algunos llegan hasta Monrovia y acaban su breve vida en alguna cuneta o basurero, comidos por la malaria o por el cólera o por los chacales. Pág. 264
El número de ‘warlords’ va en aumento. Es una nueva fuerza, una nueva clase de soberanos. Al apropiarse de los bocados más suculentos, de las partes más ricas de sus países, hacen que el Estado, aunque consiga mantenerse a flote, siempre será débil, pobre e impotente.
Por eso mismo África es tan infrecuente escenario de guerras interestatales: a los países del continente los une una misma desgracia; inseguros de su destino, comparten un futuro incierto. Por el contrario, abundan las guerras civiles, es decir aquellas en cuyo curso los warlords se reparten el país entre ellos y saquean a sus habitantes y se adueñan de las tierras y de las materias primas.
Aunque también sucede a veces que los ‘warlords’ lleguen a la conclusión de que todo lo que había por robar ya ha sido rapiñado y se ha agotado la fuente de sus ingresos. Entonces empiezan lo que llaman un proceso de paz. Convocan una conferencia de las facciones en lucha (la llamada warring factions conference), firman un acuerdo y fijan una fecha para unas elecciones. En respuesta, el Banco Mundial les concederá todos los préstamos y créditos que soliciten. Entonces los warlords serán todavía más ricos de lo que han sido, pues al Banco Mundial se le puede arrancar mucho más que a unos compatriotas muertos de hambre. Pág. 270
No perdamos de vista que África cuenta con auténticas masas de mullahs y morabitos islámicos, con ministros de cientos de sectas y de fracciones cristianas y, también, con sacerdotes al servicio de dioses y objetos de culto africanos. Pág. 277
Estoy pensando en el campamento que hemos dejado atrás al salir de Dakar, en el sino de sus habitantes. En lo provisional de su existencia, en las preguntas acerca de su finalidad y sentido, preguntas que, por lo demás, tampoco plantean a nadie, ni siquiera a sí mismos. Si el camión no trae comida, morirán de hambre. Si la cisterna no trae agua, morirán de sed. No tienen para qué ir a la ciudad, y en cuanto al campo, no tiene por qué volver. No cultivan nada, no crían nada, no producen nada. Tampoco estudian. No tienen una dirección, ni dinero, ni documentación. Todos han perdido sus casas; muchos, a sus familias. No tienen a quién acudir para quejarse ni a nadie de quién esperar algo. Pág. 288
La africana es una cultura del intercambio. Tú me das algo y es mi obligación corresponderte. Y no sólo una obligación. Lo exige mi dignidad, mi honor y mi humanidad. Pág. 291
Las dos comunidades, la sedentaria y agrícola bantú y la rauda y errante tuareg, siempre se han regido por filosofías opuestas. Para los bantúes, la tierra, sede de sus antepasados, constituye la fuente de su fuerza, incluso de la vida. Sepultan a sus muertos en los campos que cultivan, a menudo en las proximidades de sus casas o incluso bajo el suelo de la choza en que viven. De esta manera, el que ha muerto sigue compartiendo, aunque sólo sea simbólicamente, la existencia de los vivos, a los que protege, aconseja, concilia, bendice o castiga. La tierra de la tribu, de la familia, no sólo es una fuente de sustento sino también un valor sagrado, el lugar del que ha nacido el hombre y al que volverá. Pág. 298
El tuareg –errante–, hombre de espacios abiertos y confines infinitos, el veloz jinete de la caballería ligera, el costado del Sahara, muestra una actitud muy diferente hacia los antepasados. El que muere desaparece de la memoria de los vivos. Los tuaregs entierran a sus muertos en el desierto, en cualquier lugar, obedeciendo a una sola regla: no volver por allí nunca más. Pág. 298
La mayoría de estas sectas tiene sus sedes centrales en los Estados Unidos, en las Antillas y otras islas del Caribe, o en Gran Bretaña. Precisamente de allí salen, con destino a sus filiales y misiones africanas, las dotaciones económicas, la ayuda para la medicina y la enseñanza. En vista de ello, la pobre África es una cantera inagotable de aquellos que desean engrosar las filas de las sectas. Éstas, a su vez, cuidan mucho de que sus adeptos ocupen una determinada posición social y económica. Por eso no aceptan a pobres diablos muertos de hambre. Ser miembro de una secta significa todo un ennoblecimiento. África alberga a muchos miles de tales comunidades y sus miembros se cuentan por millones. Pág. 304
El mercado africano es un gran amontonamiento de baratijas de diverso pelaje. Una mina de chucherías y trastos chapuceramente hechos. Montañas de birrias y de pegotes kitsch. Pág. 314
Sea como fuere, resulta muy difícil no toparse con alguien que no haya rozado el elemento y la pasión más arrebatadora de África: el comercio. Pág. 315
La guerra se acabó en 1991 y dos años más tarde Eritrea se convirtió en un país independiente. Y lo había sido un logro y el orgullo de los eritreos ahora se ha convertido en su problema y su tragedia: Pág. 324
Eritrea: dos alturas, dos climas y dos religiones. En el altiplano, allí donde se levanta Asmara y no hace tanto calor, vive la comunidad tigriña. Pertenece a ella la mayoría de los habitantes del país. Los tigriña son cristianos, coptos para ser exactos. La otra parte de Eritrea son las tórridas llanuras semidesérticas a orillas del Mar Rojo, entre Sudán y Djibuti. Pág. 326-327
… bajo el sol africano, para existir, el hombre necesita sombra, y el árbol es su único depositario y administrador. Pág. 330
… los africanos están dotados de una naturaleza gregaria y muestran una gran necesidad de participar en todo aquello que constituye la vida colectiva. Pág. 330
Si entre dos habitantes de la aldea surge una disputa, el tribunal reunido bajo el árbol no buscará la verdad ni intentará averiguar quién tiene razón, sino que se dedicará, única y exclusivamente, a quitar hierro al conflicto y a llevar a las partes hacia un acuerdo, no sin considerar justas las alegaciones de ambas. Pág. 330-331
… la discusión exige mirar al rostro del hablante; que se vea si sus palabras y sus ojos dicen lo mismo. Pág. 331
¿Cuánto? Hasta donde llega la memoria. Aquí, la frontera de la memoria también lo es de la Historia. Antes no había nada. El antes no existe. La Historia no llega más allá de lo que se recuerda. Pág. 331
El africano nunca deja de sentirse amenazado. Pág. 332
Aquí todo se produce de manera multiplicada, desbocada, histéricamente exagerada. Pág. 332
El africano es un hombre que desde que nace hasta que muere permanece en el frente, luchando contra la –excepcionalmente malévola– naturaleza de su continente, y ya el mero hecho de que esté con vida y sepa conservarla constituye su mayor victoria. Pág. 332
Pero por eso mismo, libre de lastres, del rigor de los datos y las fechas, la Historia alcanza aquí su encarnación más pura y cristalina: la del mito. Pág. 333
En tal concepción del tiempo, no existe la noción de progreso, cuyo lugar lo ocupa la de durar. África es un eterno durar. Pág. 333
De modo que el lugar bajo el mango permanecerá vacío hasta la madrugada. Al alba en la tierra aparecerán, al mismo tiempo, el sol y la sombra del árbol. El sol despertará a la gente, que no tardará en ocultarse ante él, buscando la protección de la sombra. Es extraño, aunque rigurosamente cierto a un tiempo, que la vida del hombre dependa de algo tan volátil y quebradizo como la sombra. Por eso el árbol que la proporciona es algo más que un simple árbol: es la vida. Si en su cima cae un rayo y el mango se quema, la gente no tendrá dónde refugiarse del sol ni dónde reunirse. Al serle vetada la reunión, no podrá decidir nada ni tomar resolución alguna. Pero, sobre todo, no podrá contarse su Historia, que sólo existe cuando se transmite de boca en boca en el curso de las reuniones vespertinas bajo el árbol. Así, no tardará en perder sus conocimientos del ayer y su memoria. Se convertirá en gente sin pasado, es decir, no será nadie. Pág. 333
Pero en África la soledad es imposible; solo, el hombre no sobrevivirá ni un día: está condenado a muerte. Por eso, si el rayo destruye el árbol, también morirán las personas que han vivido a su sombra. Y así está dicho: el hombre no puede vivir más que su sombra. Pág. 334
-El desierto te enseñará una cosa –me dijo en Niamey un vendedor ambulante sahariano–: que hay algo que se puede desear y amar más que a una mujer. El agua. La sombra y el agua, dos cosas volátiles e inseguras, que aparecen para luego desaparecer no se sabe por dónde. Pág. 334
El drama de éstas –incluida la europea– consistió, en el pasado, en el hecho e que sus primeros contactos recíprocos pertenecieron a una esfera dominada, las más de las veces, por hombres de la más baja estofa: ladrones, sicarios, pendencieros, delincuentes, traficantes de esclavos, etc. También se dieron casos –pocos– de otra clase de personas: misioneros honestos, viajeros e investigadores apasionados, pero el tono, el estándar y el clima los creó y dictó, durante siglos, la internacional de la chusma rapiñadora. Pág. 336
No les interesaba sino conquistar, saquear y masacrar. Pág. 336
La monopolización de los contactos interculturales por una clase compuesta de brutos ignorantes decidió y selló el mal estado de sus relaciones recíprocas. Pág. 336-337
Cada una de las lenguas europeas es rica, sólo que su riqueza no se manifiesta sino en la descripción de su propia cultura, en la representación de su propio mundo. Sin embargo, cuando se intenta entrar en territorio de otra cultura, y describirla, la lengua desvela sus límites, su subdesarrollo, su impotencia semántica. Pág. 338
El espíritu de África siempre se encarna en un elefante. Porque al elefante no lo puede vencer ningún animal. Ni el león, ni el búfalo, ni la serpiente. Pág. 339-340
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