martes, mayo 24, 2011

Índice

Ensayos
Ignacio Ramonet
El periodismo del nuevo siglo
Milan Kundera
La imagología
Álex Grigelmo
La ética en la jungla periodística
George Orwell
La libertad de prensa
Timothy Garton Ash
La historia del presente
Tomás Eloy Martínez
Defensa de la utopía
Periodismo y narración: Desafíos para el siglo XXI
Las grandes preguntas del periodismo

Discursos
Francisco Umbral
Periodismo y literatura

Entrevistas
Juan Villoro
"El periodismo es literatura bajo presión"
Jorge Lanata
"No soy un delirante"
Román Cendoya
"La autocensura existe"
Florentino Portero
"La información internacional"

Lecciones
Mario Vargas Llosa
La hora de los charlatanes
Carlos Fuentes
La responsabilidad del escritor
Ryszard Kapuscinski
El reportero del mundo
Roy Peter Clark
Cómo escribir una buena historia en menos de 800 palabras
La falsa dicotomía y el periodismo literario
Rick Bragg
Del storytelling a las noticias de impacto
Mark Kramer
El periodismo narrativo se pone de moda
Reglas quebrantables para los periodistas literarios
Thomas French
El veredicto está en el párrafo 112
Hugo Kugiya
Reportajes
Norman Sims
Los periodistas literarios
Martín Barbero
Medios: olvidos y desmemorias
Martín Caparrós
La crónica de viaje
Miguel Ángel Bastenier
Integración regional y medios de comunicación
El blanco móvil
Umberto Eco
Crítica del periodismo
Toño Angulo Daneri
La diferencia de estar allí
Jesús Castañón
El lenguaje deportivo, una fiesta social

Crónicas
Buena lectura

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Kapuscinski en México

"En cada pueblo, una iglesia
y una escuela de periodismo"

Jaime Ramírez Garrido*

Ryszard Kapuscinski ha afilado su mirada. Si en las fotografías que hemos visto en las contraportadas de los cinco libros traducidos al castellano observamos una mirada penetrante, incisiva, tiempo después y en persona un fino punto azul en la punta de sus pupilas parece interrogarnos en cada oteo. Con esos ojos ha divisado la infinitud de la estepa blanca de Siberia o las inundaciones de luz de África.
Luego de 25 años ­cuando sirvió como corresponsal en México de la Agencia Polaca de Prensa durante cuatro años­, Kapuscinski regresó para impartir un curso organizado por la Universidad Iberoamericana y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez.
"Los periodistas somos esclavos de la amistad", afirmó en una conversación sostenida en la sede del curso. Hay gente a la que se le da la capacidad para amistar y a otras que no. Estas últimas no son periodistas. Ya en “El emperador”, una reconstrucción del régimen de Haile Selassie a través de los testimonios de sus colaboradores más cercanos ­el cocinero, el limpiador de los orines del perro, el escribidor, el guardarropero, etcétera­ señalaba la necesidad de un intermediario: "Cuando le enseñé a un compañero lo que estaba escribiendo sobre Haile Selassie o, más bien, la historia de la corte imperial y de su caída contada por los que habían llenado los salones, despachos y pasillos de palacio, ésta me preguntó si había ido solo a visitar a aquella gente, que permanecía escondida. ¿Solo? ¡Eso no era posible! Un hombre blanco, un extranjero... de no disponer de sólidas recomendaciones ninguno de ellos habría querido sincerarse conmigo. (Ya de por sí resulta difícil conseguir que los etíopes se muestren abiertos; saben callar como los chinos.) ¿Cómo llegar a saber dónde buscarlos, saber dónde estaban, saber qué habían sido, qué podrían decir? No, no estaba solo, tenía un guía".
Nuestro oficio corre con la amistad. Nunca podrá haber un periodista solo. No sabe ponerse en contacto. No sabe conseguir la confianza de la gente. Hay que tener cualidades propias, pero es necesario que otros nos ayuden.
En “El Imperio”, el recuento de sus visiones de la Unión Soviética, Kapuscinski recuerda su infancia. Su padre, víctima de la leva del Ejército Rojo; su madre, que se retiraba de la cocina cuando los niños comían para evitar que le diera más hambre, su excursión con sus compañeros de juegos a un cuartel de los invasores rusos a quienes pidieron de comer y ellos les enseñaron a fumar.
Estudió historia en la Universidad de Varsovia y de ahí, inmediatamente, comenzó a trabajar como reportero. En la conversación explica que ser corresponsal de guerra ­ha cubierto 17 revoluciones en 12 países­ nunca fue una elección sino un destino.
De la escuela, tras la guerra, cuando había muchas vacantes, comenzó a ejercer el periodismo como la forma de ganarse la vida. Sobre todas las guerras que ha observado también aclara: "Fui condenado a la guerra desde niño, sin elegir nada".
Un colega le pregunta sobre la fórmula para una buena crónica, definida por Carlos Monsiváis como capturar lo que pasa cuando nada pasa.
Recuerdo la definición de Walter Benjamin: "El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia".
Kapuscinski apela a cierta sensibilidad y gusto, que no todo mundo tiene. Es algo que se puede desarrollar y aprender, pero no hay reglas. Chejov dijo que había un hombre talentoso para cada dos millones, y la proporción se mantiene.
En “Ébano”, su libro más reciente en español, Kapuscinski nos invita a recorrer con él ese territorio que por comodidad llamamos África ­"en la realidad, dice, salvo por el nombre geográfico, África no existe"­ y a asombrarnos de la complejidad de sus problemas y la complicación de las soluciones que el resto del mundo ofrece.
En la conversación recuerda que por datos no paramos. El verdadero periodismo implica el contacto con el pueblo y no la lejanía de los datos, que no sustituyen a la reflexión. Los datos, dijo, deben procesarse por la imaginación.
Una enorme cantidad de datos no sustituye al pensamiento. Los datos abundan y nuestra imaginación no sabe cómo procesar tantos datos. La acumulación de datos no ayuda a resolver los problemas del mundo. Hace dos años asistí a un congreso internacional sobre la violencia organizada. Se presentaron cinco mil ponencias que resultaron en 25 tomos de material; sobre violencia organizada lo sabemos todo; sobre la pobreza lo sabemos todo; sobre ecología, cada vez acumulamos más y más información, pero eso no nos ayuda a dar un solo paso adelante.
El desarrollo de los nuevos medios de comunicación no resuelve los problemas del mundo. Es una nueva utopía. En los últimos años, nuestra imaginación ha sido apagada por avalanchas de información. Una cantidad de información imposible de absorber. La imaginación es un fenómeno histórico, no es algo dado para siempre. Hubo un tiempo en el que se construyeron catedrales, hoy a nadie se le ocurre hacer una catedral como la de Milán. Esa imaginación ya pasó.

Novelas verdaderas

Bajtín inventó la teoría de la novela polifónica para aplicarla a la obra de Dostoievski. Sin embargo, las crónicas de Kapuscinski son polifónicas. El cronista se comporta como un director de orquesta que va cediendo la palabra a diversos actores, a coros, que interviene para darles el contexto de grandes excesos de la historia del mundo (la longitud del dedo índice de una estatua de Lenin que Stalin planeaba construir: seis metros; la emboscada de sequía y guerra en Angola; el banquete que obsequia el emperador de Etiopía y queda a la mitad porque todos su homólogos regresan a sus países antes que les den golpe de Estado).
Sus historias, nos dice, superan a la ficción de las novelas: nunca he tratado de escribir novela ni obras teatrales ­aunque muchos de mis libros están adaptados­ sólo he escrito poesía. Lo que pasa en el mundo me parece tan fascinante que las novelas me parecen aburridas.

El periodista ya no es aristócrata

Le pregunto sobre un artículo publicado tras la muerte de la princesa Diana. En éste se refería a las escuelas de periodismo que enseñan trucos que se podrían aprender en pocos meses trabajando en una redacción y no enseñan lo fundamental que debería saber un periodista: historia y cultura de los pueblos.
Antes, explicó, quienes ejercíamos el periodismo éramos pocos. Con la revolución tecnológica y en la comunicación es una profesión de masas. Hay miles de personas que son trabajadores de medios. Esta profesión perdió la calidad de la aristocracia. Todos son periodistas hoy. En cada pueblo del mundo hay una iglesia y una escuela de periodismo. Claro que en esta situación no hay alta calidad. En cada país tenemos uno o dos muy buenos periódicos, pero hay muchos periódicos. Y no se puede esperar que todos sean buenos. Cuando hoy hay casi un millón de trabajadores de medios habrá diez mil buenos. No todos los periodistas pueden ser buenos, pero siempre hay nuevos periodistas, aclaró.
Al leer a Kapuscinski describiendo personas increíbles, habitantes de paisajes inhóspitos, extremos, a veces intento imaginar su equipaje. Le pregunto: usted que ha atravesado Siberia, ese espacio ilimitado, según usted dice, no está hecho para el hombre, usted que ha hecho de la frontera ­física y literaria­ su país, usted que ha atravesado varias veces Africa, usted que encontró en los detalles del paisaje centroamericano indicios del destino de sus habitantes y penetró en los secretos de los más absolutos poderes ­el sha, el emperador, Stalin­, ¿con qué equipaje ha recorrido el mundo? Se tarda en responder: siempre intento cargar lo menos posible, pero usted sabe como pesan los libros y los papeles que valen la pena.

* Jaime Ramírez Garrido es escritor.

Abril 2001


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Reflexiones y remembranzas de un reportero

El periodismo como pasión, entendimiento y aprendizaje

Ryszard Kapuscinski

Reportero trotamundos. Testigo de los acontecimientos más relevantes del Tercer Mundo durante la segunda mitad del Siglo XX. Cronista y escritor excepcional. Hombre políglota que transpira confianza, proyecta humildad y comparte sus reflexiones y experiencias.
Autor de 20 libros sobre el acontecer mundial, entre ellos El emperador, El Sha, La guerra del fútbol y otros reportajes, El Imperio, Ébano y La guerra de Angola. Periodista polaco que ha vivido las entrañas de 27 revoluciones y la caída de dos imperios.
Tales son los trazos que delinean mínimamente a Ryszard Kapuscinski quien, a principios de marzo, visitó México con el propósito de impartir un taller para periodistas latinoamericanos, convocado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -presidido por el Nóbel Gabriel García Márquez- y la Universidad Iberoamericana, con el patrocinio de CEMEX.
A lo largo de ese fructífero encuentro -que tuvo una duración de 16 horas repartidas en cuatro días--, Kapuscinski tuvo oportunidad de ofrecer sus concepciones, planteamientos y experiencias en torno a distintas facetas del quehacer periodístico. De tales exposiciones, se presentan los siguientes apuntes -rescatados en un estilo libre por Omar Raúl Martínez, asistente a dicho seminario- que perfilan la mirada de un periodismo motivado por la búsqueda de entendimiento humano a través de una prosa arraigada entre la subjetividad, la historia y la literatura.



Antes, el periodismo era una misión practicada por unas pocas personas con amplios conocimientos de cultura e historia. Lamentablemente ahora ha pasado a ser una profesión de masas en la que no todos son competentes. Hoy lo tratan como una carrera más que puede abandonarse mañana si no rinde los frutos económicos esperados. En consecuencia ha perdido cierto aire aristocrático que lo distinguió en el pasado. Tan es así que en nuestros días, en cada pueblo hay una iglesia y una escuela de periodismo.

Aprender y ganar

Los reporteros significan un grupo especial entre los periodistas: entregan tiempo, ambiciones, aspiraciones y energía para cumplir con su oficio. Dedicación, concentración y reflexión permanentes constituyen su savia. No obstante, algunos se duermen en sus laureles por enfocarse más en el dinero a costa de la calidad. En ese sentido conviene señalar que en los primeros pasos reporteriles es preferible centrar las miras en la calidad aunque no pueda ganarse mucha plata. Simultáneamente no se logran ambas cosas. Si al inicio se elige ganar menos, al final el periodista sale ganador. Porque nuestro oficio no arroja resultados inmediatos. Hay que trabajar años y años. Antes de los 30 ó 35 todo es aprendizaje. No hay que desesperarse por ganar reconocimientos. La paciencia debe ser una de nuestras virtudes.
En nuestra profesión, más que volvernos cínicos o fríos, el tiempo nos hace más sensibles y vulnerables por las tragedias testimoniadas.

Cazadores furtivos

Nuestra profesión de cronistas, de reporteros, de periodistas, requiere de mucha lectura: es una debilidad pero a la vez una fortaleza de nuestro quehacer. Sin embargo, la mayoría se preocupa más en cómo escribir y muy poco en qué leer. En tales menesteres la ayuda de los colegas es indispensable. Debemos ser cazadores furtivos de otros campos: filosofía, sociología, psicología, antropología, literatura... Y profundizar en los temas. Hacerse sabios. Todo ello con el afán de hacer ver al lector.

Aprendizaje continuo

Años atrás tenía amigos muy talentosos profesionalmente, pero con el transcurso del tiempo desaparecieron del mapa. ¿Qué pasó? Ellos no se desarrollaron por sí mismos. No leían. No participaban en discusiones. No viajaban. Descuidaban su formación...
Debemos aprender a ser humildes y nunca dejar de aprender. Si se apaga el entusiasmo por aprender, se seca el fuego interno. Y si no se prepara uno, se marchita ese entusiasmo. La llama interna no puede descuidarse. No conviene esperar tal sequedad. Mejor prepararse, interesarse, involucrarse, y leer, leer, leer...
Momentos definitorios

El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. En esa búsqueda solitaria todo depende de la gente. Es un oficio que se emprende a solas, pero está a merced de lo que hacen y dicen los demás. Los primeros 15 minutos frente a personas desconocidas y circunstancias nuevas son definitorios. Esos momentos son los que determinan el futuro e incluso parte de la vida. Esa conciencia genera una extraña e intensa sensación. En un ensayo, cierto autor señala que las relaciones se definen en los primeros segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros.

Abrirse al encuentro

Hay mucha gente susceptible a la arrogancia. Y como reportero resulta imprescindible una sincera humildad. Porque lo primero ha de ser el entendimiento frente al otro: el ser humano con todas sus inquietudes y su propio mundo. Como entrevistador no es recomendable la dureza. Mejor crear una atmósfera de confianza. Y la primera señal para encauzar la confianza está en la sonrisa. Lo ideal es abrirse al diálogo pese al tipo de gente. Escuchar al entrevistado y poner de nuestra parte para entenderlo.
El valor de la amistad

Definitivamente en nuestro oficio todo depende de los otros. Un periodista solo no puede hacer nada porque su vida y su quehacer dependen del otro. Si uno no sabe relacionarse con la gente y ganarse su amistad, se ve impedido para desarrollar su labor profesional. Sin el apoyo y la confianza de los otros es imposible ejercer el periodismo.

Conocer y entender el mundo

Para comprender una cultura ajena hay que internarse y asentarse en su tierra. Sólo así podrá captarse esa otredad. Para ello hay que tener plena disposición y desconectarnos de "nuestro" mundo. De esa suerte se entenderán las distintas realidades del entorno visitado. Eso es muy difícil y casi nadie lo intenta realmente. Son pocos los interesados en conocer el mundo. La mayoría de la gente está satisfecha sin conocer nuevos lugares. La inmigración, por lo general, se liga con sucesos lamentables. Se inmigra no por placer o para conocer sino por tragedias.
Dos talleres

Tenemos dos tipos de taller a lo largo de la vida profesional; el del reporteo y la escritura cotidiana, enraizado en la velocidad de la noticia; y el de la pesquisa y la indagación profunda, compenetrado en proyectos históricos de largo aliento. El primero era un sacrificio y me permitía sobrevivir económicamente, pero a la vez me abría la pauta para el segundo al aportar los nutrientes básicos para engendrar mis libros. Resulta obligado plantearse proyectos más profundos, de largo aliento, porque si nos limitamos sólo al primer taller, circunscrito a la veloz coyuntura, estamos perdidos. Así, en el segundo y reposado taller aprovecho lo que no pude incluir en las notas enviadas, en su momento, para la agencia informativa. El lenguaje y manejo periodístico de agencia es muy pobre: de hecho, como me cobraban 50 centavos de dólar por palabra, sólo podía usar 200 palabras para describir intensos y relevantes sucesos de un día. Por eso escribí mis libros.
Trabajar como reportero, con informaciones rápidas, era el precio por hacer lo que me gustaba: conocer gente, sumergirme en culturas, investigar sucesos, aprender del mundo, escribir mis libros, el ser escritor... Resulta fundamental tener conciencia de ello para dominar la situación y no afectarse por las circunstancias. En ese sentido es preciso estar por encima de los hechos para dominarlos como un piloto a la nave que conduce.


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Premio Príncipe de Asturias

Ryszard Kapuscinski


"La política me es ajena"



Los premios Príncipe de Asturias 2003 siguieron llegando ayer a Oviedo, donde recibirán mañana sus galardones. Ryszard Kapuscinski declaró su desinterés por la política y el Primer Mundo. Miquel Barceló, que llega hoy a la capital asturiana, habló desde su estudio de Mallorca sobre su proceso creativo y sobre la situación del mundo: "Las injusticias avanzan por todas partes". También se refirió en términos muy críticos a Estados Unidos y a la guerra de Irak, una constante en las reflexiones de los galardonados. Jürgen Habermas declaró que la secesión del País Vasco no está justificada; y la científica Jane Goodall y el teólogo Gustavo Gutiérrez se colocaron del lado de los desheredados, "los últimos de la historia".

Ernesto Ekaizer

Ryszard Kapuscinski (Pinsk, 1932), de 71 años, recibirá mañana el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003. El que fuera el gran reportero del Tercer Mundo en los años sesenta y setenta del siglo pasado es ahora un escritor. Necesita tiempo, mucho tiempo. Todo el material acumulado a lo largo de 40 años verá la luz en nuevos libros. No le interesa el Primer Mundo, el mundo desarrollado. Ni tampoco la Europa del Este. "Cuando empecé como reportero me tocó cubrir un acontecimiento que no tenía precedentes: el surgimiento del Tercer Mundo. Supe que un hecho como éste no se repetiría en el futuro", dijo ayer en una entrevista con EL PAÍS. "Cuando hablamos del siglo XX hablamos del nazismo, del comunismo o del holocausto, pero a veces olvidamos que durante ese periodo se independizó toda la humanidad. Nada parecido he visto en el mundo desarrollado".

¿Cómo es la jornada del escritor Kapuscinski en Varsovia?

Me levanto muy temprano, entre las cinco y las seis de la mañana. Éstas son las mejores horas para escribir. Tengo actividades de carácter académico, lo que me impide escribir todos los días. Y dedico mucho tiempo a la lectura. Lo que escribo requiere mucha elaboración. Si quieres presentar nuevos ángulos de una realidad tienes que trabajar duro...

Ya no es reportero, sino escritor.

Sí. Estoy tratando de concentrarme en los libros. He viajado demasiado a lo largo de mi vida en comparación con lo que he escrito. Siento que tengo muchas cosas que contar.

¿Por ejemplo?

Ahora estoy escribiendo un libro que se llamará Viajes con Herodoto. Empieza con mis primeras experiencias fuera de Europa, como India o China. Cuando eres corresponsal sientes la gran presión de los acontecimientos. No tuve tiempo para escribir. Pero acumulé bastante material que ahora verá la luz en forma de libros.

¿Cómo le va con Internet?

No utilizo Internet, no uso e-mails.

¿No le resulta útil como fuente de documentación?

No, no es lo que yo necesito. Yo no busco pura información. Me interesan las ideas, el pensamiento o las reflexiones. Y si me hace falta un dato lo veo en la enciclopedia o en el diccionario. Mi escritura intenta incorporar la reflexión, filosófica o en un planteamiento cercano a la antropología cultural. Internet es una dispersión para mí. No me aporta valor añadido.

Estos días se ha publicado en España su libro Un día más con vida, donde narra la independencia de Angola y la guerra civil en dicho país africano. Hay escenas que recuerdan a John Reed. ¿Le recuerda a usted?

Sí, claro.

Evocan al Reed corresponsal de guerra, el que escribe, por ejemplo, México insurgente.

Claro. Fue un gran reportero. Uno de los más grandes, un verdadero pionero. Une al reportaje clásico la visión personal. Él y otros, como Curzio Malaparte, sentían que el reportaje puede sobrevivir solamente si busca instrumentos en la literatura, en la novela. Se trata de mirar la realidad y transmitirla de una manera muy personal. Escribimos sobre acontecimientos reales y sobre personajes de carne y hueso. La idea me vino en África. Me di cuenta de que enviaba noticias muy pobres a mi agencia, sobre todo en relación con lo que yo mismo estaba viendo. Exigían 600 palabras, frases esquemáticas. En aquella época, los años sesenta y setenta, la televisión no tenía el peso de hoy. Reflexioné sobre esto. La noticia pura y dura encorsetaba la realidad. Había que usar nuevas formas, nuevos métodos, y estos ya existían en la literatura. Hoy aquellos cables y mensajes que yo envié a Varsovia se han quedado obsoletos. Mis libros perduran y se siguen publicando, como es el caso de Un día más con vida. Es falso, pues, que el reportaje sea un género de corta duración.

Cuando empezó a trabajar como corresponsal, en los años sesenta y setenta, eran los tiempos de la Guerra Fría. ¿Lo que pasa ahora en el mundo le recuerda en cierto modo a aquella época?

En los últimos años, sí. En los primeros noventa del siglo pasado el mundo vivió el mejor periodo desde la Segunda Guerra Mundial. Fue el fin de la Guerra Fría. Se abrió la esperanza de un mundo sin guerras ni conflictos. Yo confié mucho en esa nueva fase. Tenía cierto optimismo, reservado quizá, pero la verdad es que eso terminó mal. Lo que está pasando ahora en Irak confirma que estamos viviendo otra vez una etapa de tensión, de desconfianza, de conflictos. Y esto me pone muy triste. Sí, la tensión de hoy, los conflictos, me evocan a la Guerra Fría. Esta tendencia de guerra preventiva que se está desarrollando en la política mundial es muy peligrosa.

¿Qué porcentaje de esta tendencia, como la llama usted, se deriva de los atentados contra las Torres Gemelas del 11 S?

Esos atentados aceleraron la tendencia. Pero el concepto no es nuevo. Comenzó a gestarse poco después de terminada la Guerra Fría: Somalia, Liberia, Afganistán, Irak son sus ejemplos.

El filósofo André Glucksmann defendió esta semana en París el derecho a la injerencia "humanitaria" en un país, por encima de la soberanía. ¿Usted está en contra?

Soy muy crítico con este planteamiento. Cuando lees estas opiniones pienso que corresponden a gente que no conoce el mundo. Esta gente vive en París, pero no sabe nada. Yo me he pasado 50 años en el Tercer Mundo. No he apoyado los bombardeos en la ex Yugoslavia y tampoco la guerra de Irak. No puede ser la respuesta. ¿Sabe cuál es el drama de hoy? Que no existe ningún planteamiento serio de política internacional.

¿No es una paradoja que usted haya sido premiado aquí en España, y que al mismo tiempo su país y España hayan enviado tropas a Irak, y que las tropas dependen allí de un general polaco?

(Risas) Sufro mucho cuando hay este tipo de conflictos y guerras. La política me es ajena. No me gusta.

¿Y América Latina? ¿Nunca pensó escribir sobre su paso por allí?

Sí, lo haré. Yo estuve allí a finales de 1967. Empecé en el Chile de Eduardo Frei Montalbán. Viví el triunfo de Salvador Allende y el asesinato de Schneider. Recuerdo que Allende nos invitó a mí y a otros dos colegas a su casa de la calle Guardia Vieja, en Santiago, una casa modesta y muy bonita. Después viví la campaña de la derecha chilena contra Allende, y me destinaron en Brasil cuatro meses antes del golpe del 11 de septiembre de 1973. Sí, después de Herodoto escribiré sobre América Latina.

Charlatanería
Prácticamente no lee periódicos. Ni, dice, novelas. Para escribir el libro Viajes con Herodoto ha identificado 142 libros de gran interés. Pero no ha podido leer ni la mitad. Para el siguiente, que narrará sus peripecias en América Latina, tiene previsto consultar 250 títulos. Ryszard Kapuscinski estima que los corresponsales de guerra ya no son lo que eran. ¿Los corresponsales empotrados o encamados en Irak? No creo que fuera posible allí una cobertura periodística independiente, fiel. Hasta donde yo sé, la libertad de movimiento era muy limitada", explica.
El ahora escritor no critica a los medios de comunicación en general. "El mundo de los medios es muy grande y diverso, algunos son buenos y otros son malos, no hay que generalizar". Lo peor cree que es la tendencia de los periodistas a tratar de conocer y opinar sobre todo. "Estoy en contra de esto. La especialización es fundamental. Es la salvación para esta profesión".

Extensión: 1.383 palabras

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“Europa ya no es el centro del mundo”

Occidente se aisló para entregarse al consumismo y no se ha enterado de que ha surgido un nuevo mundo más independiente, retador y rebelde

El periodista polaco denuncia que el continente europeo se enfrenta ahora a un gran reto: encontrar para sí un espacio en un mundo que antes dominó desde una posición privilegiada y que ahora ha perdido. Ryszard Kapuscinski es autor de una veintena de libros, entre los que destaca 'Ébano', 'El emperador' y 'Los cínicos no sirven para este oficio'.



Ryszard Kapuscinski

La constatación de que el mundo es muy diverso es trivial, pero hay que partir de esa trivialidad, porque es al mismo tiempo un rasgo típico de la familia humana, es decir, la humanidad, un rasgo que, a pesar de los muchos milenios que han pasado desde que apareció el hombre contemporáneo, no ha cambiado.
Ahora bien, aunque la diversidad es un rasgo que salta a la vista, su comprensión y aceptación encuentran una resistencia constante en la mente de los humanos. Nuestra mente se inclina por el autoritarismo y la unificación, y exige que todo y en todas partes sea idéntico y homogéneo. Nuestra mente desea que cuenten solamente nuestra cultura y nuestros valores, de los que pensamos, sin consultar con nadie, que son la única cultura y valores perfectos y universales. Y ésa es una de las grandes contradicciones del mundo.
Por un lado está la diversidad objetiva, omnipresente e incuestionable, y, por otro, los mecanismos de la mente que se esfuerzan por percibir el mundo de manera unificada e indiscutiblemente homogénea. ¡Cuántos conflictos, incluidos los más sangrientos, han sido generados por esa contradicción inexorable!, ¡y por otro omnipresente e incuestionable!
¿Y cómo se presentó la cuestión en el pasado? Sin remontarnos a un pasado demasiado lejano podemos constatar que, en los últimos cinco siglos, desde la expedición de Cristóbal Colón, reinó un equilibrio singular. Su característica principal era la dominación en todo ese tiempo de la cultura europea. Esa cultura, sus símbolos, cánones y modelos servían como criterios universales para todos. Europa dominaba en el mundo, tanto en la esfera política y económica como en la cultural, y era el punto de referencia y de valoración para todas las restantes culturas, tan distintas.
En esos 500 años era suficiente conocer la cultura europea e, incluso, ser europeo, de nacimiento o naturalizado, para sentirse dueño de la casa en cualquier parte, para sentirse amo del mundo. El europeo, para sentirse así, no necesitaba conocimientos ni preparación. Tampoco necesitaba una mente o un carácter de virtudes singulares.
Yo observé ese fenómeno todavía en las décadas de los años cincuenta y sesenta en África y Asia. Un europeo muy mediocre en su país, incluso un individuo por debajo de la media, conseguía inmediatamente en Malasia o Zambia el cargo de alto comisario, presidente de una gran sociedad o director de un hospital o escuela. La población local escuchaba con humildad sus enseñanzas y se esforzaba por asimilar sus ideas y opiniones.
En el Congo belga, las autoridades coloniales crearon la categoría de personas llamadas evolués, es decir, de aquellos africanos que habían salido del salvajismo tribal, pero que todavía no se merecían la denominación de personas europeizadas. El evolué era alguien que se dirigía hacia algo. Bruselas tenía la esperanza de que, gracias a sus esfuerzos, inversiones, paciencia y buena voluntad, esos individuos algún día conseguirían ascender hasta el nivel europeo, cumbre del ser humano.
Albert Memni describió, en su libro The colonizer and the colonized, el doloroso y humillante proceso al que eran sometidos los evolués. En su libro autobiográfico Portrait d'un juif, Memni, tunecino de origen judío, afirma que, tradicionalmente, la suerte del judío era apenas algo más llevadera que la suerte del musulmán. Los dos eran empujados a los guetos; de los dos se sospechaba que eran conspiradores eternos, empeñados en destruir el orden del mundo; los dos solían ser utilizados como cabezas de turco; los dos eran percibidos, a la vez, como causantes de todas las desgracias y tragedias. Esa sensación de acorralamiento siempre estuvo acompañada por una misma sensación de humillación y de marginación.
El siglo XX no fue solamente un siglo de totalitarismos y guerras. Fue también el siglo de la descolonización, de la gran liberación. Las tres cuartas partes de la humanidad se liberaron entonces del yugo colonial, y, al menos formalmente, conquistaron la categoría de ciudadanos del mundo con plenos derechos. Nunca antes hubo en la historia un suceso similar y jamás volverá a haberlo en el futuro.
Sin embargo, el proceso de descolonización interesó entonces, sobre todo, en sus dimensiones políticas y económicas. Interesaron, ante todo, los problemas relacionados con los regímenes que surgirían en los nuevos Estados, cómo serían gestionados, cuánta ayuda debían recibir del extranjero, cómo tratar su endeudamiento y de qué manera organizar la lucha contra el hambre. Pero resultó que el gran movimiento de los continentes colonizados hacia la libertad tenía también una enorme carga cultural. Fue un proceso que dio comienzo a un nuevo mundo, a un mundo de gran riqueza y diversidad cultural.
Obviamente, en la Tierra siempre existió una gran diversidad cultural, y lo confirman la arqueología y la etnografía, así como las tradiciones transmitidas de padres a hijos y la historia escrita. Pero en los tiempos modernos la dominación de la cultura europea fue tan aplastante y total que otras culturas se encontraron en un estado de inhibición o hibernación, como era el caso de las culturas árabes y china, o de marginación total o exclusión, como sucedió con la cultura de los bantú o de los pueblos andinos.
Brecha en el eurocentrismo
La primera brecha en el monopolio del eurocentrismo, en la dominación de la cultura europea, fue abierta a mediados del siglo XX, en la época de la descolonización. En los siguientes cuatro decenios, por culpa de la guerra fría, el proceso fue frenado y despojado de la dinámica que pudo tener. Las férreas y duras reglas de la guerra fría impidieron el desarrollo de la cultura. Ésa es una experiencia común de todo el mundo que vivió el colonialismo.
No obstante, las culturas no europeas que resurgían y que apenas habían empezado a cuajar y adquirir vigor, a pesar de las dificultades y limitaciones, consiguieron sobrevivir, desarrollarse y adquirir conciencia sobre su propia existencia. Como consecuencia, cuando terminó la guerra fría resultaron ser ya tan independientes y dinámicas que pudieron pasar ya a la segunda etapa, ahora en marcha, etapa que yo definiría como toma de autoconciencia, de creciente autovaloración positiva, de aparición de ambiciones palpables relacionadas con la ocupación de un nuevo e importante lugar en un mundo multicultural que se democratiza.
¡Son enormes los cambios que se han producido en el mundo extraeuropeo! En el pasado, Europa ocupaba una posición muy fuerte tanto en las instituciones como entre la gente. Por eso, aunque se viajase a los rincones más alejados del mundo, siempre se tenía la sensación de que, en algún sentido, siempre se estaba en Europa. Europa estaba presente en todas partes.
Cuando llegaba a Morondava, en Madagascar, me alojaba en un hotel europeo; cuando volaba de Salsbury a Fort Lama, aunque el avión era de una compañía local, lo pilotaban europeos; en el quiosco de la prensa de Lagos compraba The Times o The Observer. Actualmente, en Morondava, el hotel es malgache, los pilotos son africanos y en Lagos sólo se vende prensa nigeriana.
Cambios culturales
Los cambios que se han producido en las instituciones culturales son aún mayores. En las universidades de Kampala, Varanasi y Manila los profesores europeos han sido reemplazados por profesores locales, y en la Feria Internacional del Libro de El Cairo predominan, con mucho, los libros en lengua árabe.
A propósito, la palabra internacional tiene en Europa un significado distinto que en el Tercer Mundo. Por ejemplo, cuando veo el noticiario en Gabarone, la capital de Botsuana, me enteraré, en las informaciones sobre el extranjero, principalmente de lo que pasa en Mozambique, Suazilandia y Zaire. El mismo informativo en La Paz se centrará, en la información del extranjero, en las noticias sobre Argentina, Colombia y Paraguay. Desde cada punto de la Tierra el mundo tiene una imagen distinta y es percibido de manera diferente. Si no aceptamos esa sencilla verdad nos será muy difícil entender el comportamiento de otros, así como los motivos y objetivos de sus actos.
Lamentablemente, a pesar de los avances conseguidos por las comunicaciones, los hombres nos conocemos mutuamente de manera muy superficial e, incluso, muy poco y muy mal. Marshall McLuhan, un entusiasta de la revolución mediática, opinaba que la televisión transformaría el mundo en "una aldea global".
Hoy ya sabemos que su metáfora ha resultado totalmente falsa. El rasgo principal de la aldea es que todos sus habitantes suelen conocerse bien e, incluso, estar emparentados. La aldea es un lugar de relaciones estrechas, cálidas, incluso íntimas, de presencia conjunta y vivencias conjuntas. El mundo en que vivimos lo vemos a diario, no es una aldea global, sino, en el mejor de los casos, una metrópoli global. Una estación de trenes global por la que pasa la "muchedumbre solitaria" de David Riesman, muchedumbre integrada por individuos que se cruzan de manera indiferente, de personas sumidas en el estrés, neuróticas, que no se conocen ni quieren conocerse ni acercarse mutuamente. La verdad parece ser otra; cuanto más electrónica tenemos a nuestro alrededor, menos contactos humanos se necesitan.
Europa desaparece de muchas esferas de la vida de nuestro planeta. El excelente reportero italiano Ricardo Orizio publicó el año pasado un libro titulado Las tribus blancas perdidas, sobre los restos de los grupos de europeos que vivían en Sri Lanka, Jamaica, Haití, Namibia y Guadalupe. Se trata, por lo regular, de personas de edad avanzada y solitarias. Los jóvenes emigraron y de Europa no llegó gente nueva.
En los últimos decenios, Europa se ha retirado con su cultura de las regiones que tradicionalmente fueron espacio de influencia de las culturas china, hindú, islámica y africana. Al perder el interés político por esas regiones y al tener en ellas intereses económicos cada vez más secundarios, Europa se vio incapacitada para encontrar una nueva presencia y poder convivir con las culturas de otras civilizaciones. El vacío dejado por Europa está siendo rellenado eficazmente por enérgicas y vigorosas culturas locales, muy numerosas y con grandes ambiciones.
En los últimos tres años realicé muchos y muy largos viajes por países de Asia, África y América Latina. Viví con cristianos latinoamericanos y con musulmanes asiáticos, con budistas y animistas, con indígenas del Puno e hindúes, con habitantes de la Guayana y sudaneses. Mis primeros contactos con todas esas comunidades se produjeron hace varios decenios, cuando empezaban a salir de una dominación extranjera que había durado siglos enteros. ¿Qué fue lo que más me chocó en esa gente ahora? ¿Qué fue lo que más me llamó la atención? Su comportamiento, el orgullo por su propia cultura que sentían y manifestaban, por sus creencias, por la pertenencia a una civilización diferente y propia.
No advertí complejos de inferioridad, tan visibles y humillantes como en el pasado. Por el contrario, advertí un deseo imperioso de ser respetados y tratados en pie de igualdad. En el pasado, mi condición de europeo me daba ciertos privilegios. En mis últimos viajes fui tratado con hospitalidad, pero sin el menor privilegio. Antes me preguntaban sobre Europa, mientras que hoy no lo hacen, porque tienen sus propios asuntos y problemas. No dejé de ser un europeo, sólo que era un europeo destronado.
Revolución de la dignidad
Esa revolución de la dignidad y del valor propio se produjo con mucha rapidez, pero no de la noche a la mañana, no con la velocidad del relámpago. ¿Por qué no fue advertida por Occidente? Porque Occidente, en vez de interesarse por lo que sucedía en el mundo que dominaba desde hacía 500 años, se entregó al placer del consumismo, y para aumentarlo se encerró en su propio círculo y se aisló, con una gran indiferencia, del mundo que lo rodeaba, de todo lo que sucedía en él. Fue así como no se dio cuenta de que surgió un mundo nuevo, un mundo antes vencido, sometido y sumiso, pero ahora cada vez más independiente, retador y rebelde.
El proceso de aislamiento de Occidente del mundo subdesarrollado y pobre fue descrito hace poco por el reportero francés Jean-Christophe Rufin en su libro L'empire et les nouveaux barbares. Rupture Nord-Sud. Occidente, escribe Rufin, quiere aislarse, como en sus tiempos lo pretendió Roma, con una línea de contención, o con ayuda de una frontera infranqueable de apartheid. Se olvida, sin embargo, que los bárbaros de hoy constituyen ya el 80% de la población del mundo. La primera reacción de Occidente, ante el renacimiento de los pueblos del Tercer Mundo, es el aislamiento hermético ante ellos. Pero, ¿hacia dónde conduce ese camino marcado por la desconfianza y la animosidad en un mundo saturado de armas, en un mundo en el que todos están armados?
La estrategia del aislamiento y del encierro no es una buena solución. ¿Cómo arreglar, pues, las cosas? ¿Con encuentros, un mejor conocimiento mutuo, más diálogo? Todo parece indicar que ese comportamiento ya no puede ser considerado como una simple recomendación, sino como una obligación apremiante en un mundo multicultural. En ese sentido, Europa se enfrenta a un gran reto. Tiene que encontrar un nuevo espacio para sí en un mundo que antes dominó, en el que tuvo una posición privilegiada, que ahora ha perdido.
Espacio de intercambio
Tendrá que acomodarse en un mundo habitado por muchas otras culturas que presionan y ascienden hacia la cumbre, por ejemplo, mediante la emigración de muchos intelectuales del Tercer Mundo a los países de la civilización europea.
Mientras tanto, el nuevo ambiente cultural que surge en el planeta puede resultar muy inspirador y creativo para Europa. Los encuentros de las culturas y civilizaciones no tienen por qué convertirse en choques. Como lo indicaron Marcel Maus, Bronislaw Malinowski y Margaret Mead, puede ser un espacio de intercambio enriquecedor y de fértiles contactos.
Georg Simmel consideraba, incluso, que el proceso fundamental de la vida de las sociedades humanas consiste en la creación de valores generados por el espíritu del intercambio.
Esto abre una nueva oportunidad ante Europa. La fuerza de la cultura europea siempre surgió de su capacidad de transformarse, reformarse y adaptarse a las condiciones nuevas. Esas virtudes son indispensables también ahora para que Europa pueda seguir desempeñando un importante papel en el mundo multicultural. Todo depende de su voluntad, de su vigor y de sus ilusiones.
Los pensadores europeos de mediados del siglo XX con frecuencia reflexionaron sobre el futuro de la civilización humana, sus formas y su contenido.
Por ejemplo, Florian Znaniecki, en un su libro titulado Los hombres de hoy y la civilización del futuro, escrito en los años treinta, señaló: "Nos encontramos ante una alternativa. O surge una civilización universal que pueda salvar todo lo que merezca ser salvado de las civilizaciones nacionales y conduce a la humanidad hasta alturas inalcanzables incluso para los utópicos, o las civilizaciones nacionales se derrumbarán, lo que significa que, aunque el mundo de la cultura no sea destruido, sus principales sistemas, sus modelos más valiosos, perderán toda su significación vital...".

Ryszard Kapuscinski leyó este texto durante la ceremonia en la que recibió el premio literario italiano Grinzane Cavour (2003).

Extensión: 2.449 palabras

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Discurso

"Yo dudo mucho que haya habido jamás nada accidental. Todo lo que ocurre es intrínsecamente semejante al hombre a quien le ocurre". Aldous Huxley

Con Herodoto en la guerra



Ryszard Kapuscinski

Ryszard Kapuscinski, periodista y escritor polaco, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003. (Texto recogido por Francesco M. Cataluccio).

© Ryszard Kapuscinski, 2003. Traducción del italiano de María Luisa Rodríguez Tapia


La guerra es la degradación del hombre al mismo nivel que la bestia. Cada guerra es una derrota para todos. No hay ningún vencedor. He visto muchas guerras, pero recuerdo especialmente cómo acabó la II Guerra Mundial. Hubo unos días de euforia, pero luego fue saliendo a la luz la enorme infelicidad que la acompañaba: los mutilados, los niños huérfanos, las ciudades heridas y arrasadas, la gente irremediablemente enloquecida.
La guerra no termina el día en el que se firma el armisticio. El dolor persiste mucho tiempo. Existe un cuento del escritor polaco Jerzy Andrzejeswki que se titula El verdadero final de la gran guerra. El verdadero final de la guerra se produce muchos, muchos años después de la declaración oficial. En el fondo, la guerra no acaba nunca. La guerra es consecuencia de la interrupción de las comunicaciones entre los hombres. No hay que olvidar nunca que la capacidad de comunicarse es la esencia de la humanidad. A veces, en momentos como éstos, uno siente la necesidad de salirse de la corriente del río y sentarse en la orilla a observar las cosas desde fuera. Los acontecimientos se suceden, veloces y caóticos, y engendran remolinos contradictorios e incomprensibles. Es preciso aprender a mirar bajo la superficie, donde todo va más despacio y es posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos viviendo, lo que Fernand Braudel llamaba "la larga duración".
Yo quería escribir un libro sobre la globalización. En el último año y medio he vuelto a viajar por el mundo para recoger material y hablar con la gente, sobre todo en Latinoamérica. Pero me he dado cuenta de que este mundo cambia tan deprisa, de forma tan radical y violenta, que no puedo escribir ningún libro ni dar ninguna descripción convincente. No hay tiempo para hacer alguna reflexión profunda desde fuera. Y, sin embargo, estoy convencido de que lo que hace falta es precisamente intentar hacer una reflexión serena sobre el mundo. Ahora bien, para hacerla, es preciso distanciarse de los acontecimientos, encontrar una perspectiva más amplia y elaborada. Eso es lo que estoy haciendo ahora. Y para ello me he puesto a seguir los pasos de Herodoto: el maestro de todos nosotros, el primer reportero, un fenómeno único en la literatura mundial.
Herodoto fue el primero que entendió que, para comprender y describir el mundo, hace falta recoger gran cantidad de material y, para ello, uno tiene que salir de su tierra, viajar, conocer a personas que nos relaten sus historias. Nuestra escritura es el resultado de lo que hemos visto y de lo que nos ha contado la gente. Los reporteros somos el resultado de una escritura colectiva. El material de nuestros textos lo constituyen los relatos de cientos de personas con las que hemos hablado.
Herodoto no describía el mundo como hacían los filósofos presocráticos, partiendo de su propio pensamiento, sino que contaba lo que había visto y oído en sus viajes. Su filosofía consistía en que hay que moverse y descubrir ideas nuevas. Estaba convencido de que las culturas se mezclan y que, incluso cuando hay un conflicto, no tiene por qué ser un aniquilamiento. Herodoto polemiza con sus compatriotas, demuestra y prueba, por ejemplo, que los griegos, sin la cultura egipcia, no serían nada. Ninguna civilización existe de forma aislada: hay una interacción constante. Es un cronista y, al mismo tiempo, un patriota griego. Pero nunca emite una palabra de odio. Nunca usa términos como enemigo o aniquilamiento. El lenguaje del odio no tiene lugar en sus escritos. Escoge palabras dramáticas, que sirven para mostrar la desgracia humana dentro del conflicto. Lo que más le importa es destacar las razones de las dos partes. No juzga, da a los lectores las facultades y los materiales necesarios para formarse su propia opinión. Muchas veces, más que de cronista, tiene actitud de estudioso: después de narrar, se hace preguntas.
Todo se basa en un interrogante dramático: ¿por qué se hace la guerra? Oí hablar por primera vez de Herodoto cuando estudiaba historia en la Universidad de Varsovia, pero estábamos en el periodo estalinista y sus libros, aunque estaban traducidos, permanecían guardados en las cajas de la editorial. Porque su obra es una gran apología de la democracia, una acusación contra sátrapas y tiranos. Muestra que la guerra era el conflicto entre la democracia y la dictadura, y que la primera venció porque los hombres libres están dispuestos a dar la vida por conservar su libertad. En aquella época, en Polonia, publicar un libro que exaltaba la democracia y la libertad, y que condenaba las dictaduras orientales, era imposible. Hubo que esperar a 1954, tras la muerte de Stalin y en un clima de tímida liberalización, para que se publicaran las Historias.
En 1956, recién terminados los estudios, tuve posibilidad de partir al extranjero por primera vez, a India, Pakistán y Afganistán, enviado por el periódico de las juventudes comunistas, El Estandarte de los Jóvenes. La directora me regaló para el viaje un ejemplar de las Historias de Herodoto. Con aquel libro inicié mi viaje en el periodismo, empezando por una escala de dos días en Roma. Italia fue el primer país que veía fuera del bloque soviético. Desde arriba, me acuerdo, vi una ciudad toda iluminada. Me hizo una tremenda impresión que aún hoy me dura. Y aquel libro me ha acompañado en todos mis viajes. Incluso ahora lo llevo siempre conmigo, como fuente de inspiración, reflexión y placer. Un modelo de objetividad e información completa para nuestro oficio de "investigadores del mundo".
Para muchos, este trabajo no es más que una forma de ganar dinero, pero también hay muchos jóvenes que se preguntan sobre lo que hacen y buscan maestros y ejemplos (lo veo constantemente en los contactos que mantengo en la universidad, durante conferencias y presentaciones de mis libros). El libro sobre Herodoto será para ellos: lo veis, diré, hace 25 siglos, vivió un hombre que comprendió que el periodismo es un oficio que debe practicarse con escrúpulos, honradez y respeto, y que combate contra el partidismo y el chauvinismo. Herodoto quiso presentar el mundo como un lugar habitado por personas que pueden y deben vivir juntas y en paz.
Mi trabajo es una misión y debe estar sujeto a unos valores; debe ayudar a mantener el equilibrio del mundo, un orden no sólo político, sino ético. La guerra de Irak tiene muchas facetas. Una de ellas, por ejemplo, es la guerra televisiva entre Al Yazira y CNN, una gran guerra de manipulación. Un conflicto de propaganda a través de los medios. Cada uno intenta mostrar la guerra que le conviene para sus fines (tanto nacionales como internacionales). No es ninguna cosa nueva. Hace unos años, un amigo mío, el gran periodista Philip Knightley, escribió un libro que todos deberían hoy releer: The first casualty (La primera víctima). En él, Knightley muestra que las informaciones sobre las guerras, desde la de Crimea hasta la de Vietnam, siempre se han manipulado. Los re-porteros contaban los hechos de forma bastante objetiva, pero, cuando las noticias llegaban a las sedes de los periódicos, en Londres o París, se distorsionaban completamente, por razones políticas o de conveniencia. De forma que los datos que figuraban en el papel impreso no tenían ninguna relación con la realidad. Si en una página se colocara la información que contaban los diarios y, en la de al lado, los hechos que de verdad habían ocurrido, se descubrirían dos historias opuestas.
La primera víctima de cualquier guerra es la verdad. Y sigue siéndolo hoy. He estudiado los comunicados de prensa de la guerra de 1972 entre Israel y Egipto. De creer lo que decían, las dos fuerzas en combate habían destruido recíprocamente tres veces los medios reales del enemigo. En cuanto comienza un conflicto, lo que interesa no son las noticias, sino sus efectos psicológicos. Así se entiende mejor, por ejemplo, la continua destrucción de la verdad llevada a cabo en Rusia, desde la Revolución bolchevique hasta la caída de la URSS, e incluso después. Rusia es un país que siempre se ha sentido en guerra, rodeado de enemigos. Por consiguiente, no podía haber más que una manipulación constante de los hechos: nada de objetividad, sólo propaganda. Hoy, la máquina que selecciona las noticias y las manipula tiene que ser mucho más potente, porque todo ocurre bajo la mirada de las cámaras de televisión. Todo el mundo puede sentirse implicado emocionalmente desde su casa.
Hay que tener presente que en mí han convivido dos oficios: el periodista de agencia de prensa (la agencia polaca Pap) y el historiador-escritor. Ser corresponsal, un trabajo agotador, era mi única forma de tener dinero para viajar. Ahora bien, como periodista, tenía que estar sujeto a los criterios de brevedad y ahorro. No podía ofrecer un cuadro completo de la situación, en mis artículos no había sitio para las sensaciones, el trasfondo de las cosas, las reflexiones, los paralelismos históricos. Trabajaba en los países del llamado Tercer Mundo y redactaba informaciones muy "pobres". Reducía todo a los hechos desnudos. Pero así impedía que mis lectores obtuvieran un sentido de las proporciones. Fuera de su alcance quedaba un mundo inmenso. Por eso empecé a escribir libros. Volvía de los viajes con un material riquísimo que me permitía, en mi casa de Varsovia, explicar con calma el mundo de aquellos hechos que antes sólo había contado telegráficamente.
Nunca he escrito mis libros sobre el terreno ni al instante; algunos, muchos años después. Sólo así podía entrar, como Herodoto, hasta el fondo de las cosas. Lograba superar el carácter telegráfico de los despachos de agencia empleando un lenguaje distinto. Mis viajes de trabajo se convirtieron en la forma de recargar las baterías del historiador-escritor. Cuando tenía un día libre, tomaba apuntes o cogía la cámara de fotos para fijar (como se ve en mi álbum Desde África) rostros, colores y todas las cosas que, por desgracia, no es posible describir con números y datos. Siempre he intentado unir el lenguaje rápido de la información con la lengua reflexiva del cronista medieval. Mis libros y mis fotos tienen sabor de autenticidad porque estuve verdaderamente en esos lugares, viví esas situaciones, a veces incluso con riesgo para mi vida.

Extensión: 1.699 palabras

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“Los cínicos no sirven para este oficio”

“Los cínicos no sirven para este oficio”


Edición de María Nadotti
Anagrama 2002

“El concepto de totalidad existe en la teoría, pero nunca en la vida”.
Ryzarsd Kapuscinski

“El único informe posible es personal y provisional”.
María Nadotti

Mr. K:

1. Periodismo: dos niveles

Uno artesanal, que es el nivel más bajo.
Uno que es más elevado, que es el más creativo. Ponemos un poco más de nuestra individualidad y de nuestras ambiciones. Requiere de toda nuestra alma, nuestra dedicación y nuestro tiempo.

2. Constante profundización de conocimientos

“En la segunda mitad del siglo XX, especialmente en estos últimos años, tras el fin de la Guerra Fría, con la revolución electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre de repente que la verdad no es importante y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta en la información es el espectáculo.
Una vez que hemos creado la información espectáculo podemos vender esa información en cualquier parte”.

“De esta manera, la información se ha separado de la cultura: ha comenzado a fluctuar en el aire; quien tenga dinero puede cogerla, difundirla y ganar más dinero todavía. Nos encontramos en una era de la información completamente distinta. En la situación actual, es este el hecho novedoso”.

“El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo del buen periodismo”.

“La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio. La pobreza no se rebela. Encontraréis situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre alberga alguna esperanza. Entonces se rebela, porque espera mejorar algo”.

“…el componente de la esperanza es fundamental para que la gente reaccione”.

“Nuestro imaginario ha sido educado para pensar en pequeñas unidades: la familia, la tribu, la sociedad. En el siglo XIX se pensaba en términos de nación, región o de continente. Pero no tenemos ni instrumentos ni experiencia para pensar en escala global, para comprender lo que significa, para darnos cuenta de cómo las otras partes del planeta influyen en nosotros o como nosotros influimos en ellas”.

“Fuentes: personas, documentos, el mundo que nos rodea”.

“Estoy convencido de que el Siglo XX ha sido un siglo extremadamente fascinante. Ha sido descrito como un siglo de desastres: la Primera y la Segunda guerras mundiales, las dictaduras, los regímenes totalitarios, el fascismo, el comunismo…
“Yo creo que en el siglo XX hemos vivido una experiencia histórica única: la creación de un planeta independiente”. (Hay más de 200 estados independientes, el colonialismo dejó de existir y las colonias casi no existen).

“…por lo menos nominalmente seis mil millones de personas son seres humanos políticamente independientes. Creo que esta es una característica positiva de nuestro siglo…”.

“Todo periodista es un historiador. Lo que él hace es investigar, explorar, describir la historia en desarrollo. . Tener una sabiduría e intuición de historiador es una cualidad fundamental para todo periodista”

“En el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tenéis también la explicación de por qué ha sucedido. En el mal periodismo solo encontramos la descripción, sin ninguna conexión o referencia al contexto histórico. Encontramos el relato del mero hecho, pero no conocemos ni las causas ni los precedentes. La historia siempre responde a la pregunta: ¿Por qué?”.

“El problema de la televisión y, en general, de todos los medios de comunicación, es que son tan grandes, influyentes e importantes que han empezado ha construir un mundo propio. Un mundo que tiene poco que ver con la realidad. Pero, por otro lado, estos medios no están interesados en reflejar la realidad del mundo, sino en competir entre ellos. Acaban observando a la competencia y no a la vida real”.

África

“Hay diferentes África, cada distinta de la otra. Solo el deseo y la lucha por la independencia las unía en 1958”.

“1960 fue el año de las independencias“.

“Halie Selassie era neutral entre los que escogieron el socialismo o el capitalismo. En la cumbre de Addis Abeba surgió Kwane Nkrumah (Ghana) como el visionario de una África unida”.

“El congolés Patrice Lumumba es un ’Che’ Guevara africano”.

“La independencia no modificó la estructura del poder blanco: aquí están las raíces del naufragio de África”.

Después vinieron los golpes de estado por militares, “yo conté cuarenta en los sesenta”.

“La gente de África había creído que la libertad encendería la chispa del desarrollo, que la independencia haría posible una vida mejor. Eran ingenuidades, pero esta gran esperanza había puesto en movimiento a África. El decenio de las sequías (1970) mató esa esperanza”.

“¿Sabe cuál es la nueva potencia en África? China”.

“Sudáfrica es un país espléndido, pero son muchas sus contradicciones y hasta que no sean eliminadas, la posibilidad de nuevas oleadas de violencia siempre será algo real. Ahora la paz y la esperanza, gracia a este verdadero milagro, han triunfado. Los blancos no han huido. Pocos, poquísimos se han marchado. Mandela con su excepcional historia es uno de los padres de África”.

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Un mundo, dos civilizaciones

"Ocurre esto muchas veces, no hacemos las preguntas porque aún no estábamos preparados para oír las respuestas, o, simplemente, por tener miedo de ellas. Y, cuando encontramos el valor suficiente para hacerlas, es frecuente que no nos respondan, como hará Jesús cuando un día le pregunten, Qué es la verdad, entonces se callará hasta hoy". José Saramago

Un mundo, dos civilizaciones

Ryszard Kapuscinski

En las sociedades históricas todo ha sido decidido en el pasado. Sus energías, sentimientos y pasiones están orientados al pasado, dedicados a la discusión de la historia, al significado de la historia. Viven en el reino de la leyenda y de los linajes fundadores. Son incapaces de hablar del futuro, porque el futuro no despierta en ellos la misma pasión que su historia. Es gente histórica, que nace y vive en la historia de las grandes luchas, divisiones y conflictos. Son como un viejo ex combatiente de guerra, que sólo quiere hablar de la gran experiencia que le proporcionó tan hondas emociones que nunca pudo olvidarlas. Las sociedades históricas viven con este peso que nubla sus mentes y su imaginación. Están obligadas a vivir profundamente en la historia; así se identifican. Si la pierden, pierden su identidad. Entonces no sólo serán anónimos, habrán dejado de existir. Olvidar la historia sería olvidarse de sí mismos, una imposibilidad biológica y psicológica. Es una cuestión de supervivencia.
Pero para crear nuevos valores, una sociedad tiene que tener una mente limpia que le permita concentrarse en algo orientado al futuro. Ésta es la tragedia en la que están atrapadas las sociedades históricas. Estados Unidos es, en cambio, una nación afortunada. No tiene problemas con la historia. Su mentalidad está abierta al futuro. Al ser una sociedad joven puede ser creativa sin que el peso de la historia tire de ella, sujetándola por la pierna, atando sus manos. El peligro para EE.UU. –y para el resto del mundo– es que su desarrollo sea tan dinámico y creativo que llegue a convertirse en un mundo completamente distinto en este mismo planeta. EE UU produce a diario elementos de una civilización totalmente nueva que se aleja cada vez más de la del resto del mundo. La diferencia no está sólo en la riqueza y la tecnología, sino en la mentalidad. La posición y el poder del dinámico EE UU y la parálisis de las sociedades históricas es el gran problema para el futuro de la humanidad. A diferencia de lo que creíamos hace 20 años, el mundo no converge, sino que se separa como las galaxias.
Cuando fui por primera vez a África, hace 30 años, encontré algo de agricultura, infraestructura y medicina modernas. Había un cierto paralelo con la Europa que había sido destruida por la guerra. Hoy, hasta lo que el colonialismo dejó en África se ha deteriorado. No se ha construido nada nuevo. Y mientras tanto, EE UU está entrando en el ciberespacio.
Tras la II Guerra Mundial, hubo un gran despertar de las conciencias en el Tercer Mundo. La guerra demostró, especialmente para África y Asia, que los países amos, como Francia o Gran Bretaña, podían ser vencidos. Además, los centros de poder del mundo se desplazaron de los imperios alemán, japonés, francés y británico a EE UU y la URSS, países sin tradición de potencia colonial. Estos acontecimientos convencieron a los jóvenes nacionalistas del Tercer Mundo de que podían alcanzar la independencia.
La lucha por la independencia tuvo tres etapas. Primero llegaron los movimientos de liberación nacional, especialmente en los países asiáticos más grandes. La India obtuvo la independencia en 1947 y China en 1949. Este periodo concluyó con la Conferencia de Bandung en 1955, donde nació la primera filosofía política del Tercer Mundo: el no alineamiento. La promovieron las grandes y pintorescas figuras de los cincuenta: Nehru en la India, Nasser en Egipto y Sukarno en Indonesia. La segunda etapa, en la década de los sesenta, se caracterizó por un gran optimismo: la descolonización se extendió con rapidez junto a la filosofía de la no alineación como guía. En 1964, 14 países africanos consiguieron la independencia. En la tercera etapa, que comenzó en los años setenta, el gran optimismo que había acompañado al nacimiento de las naciones empezó a esfumarse. Se comprobó que pensar que independencia nacional significaría automáticamente independencia económica y cultural era utópico e irreal.
La cuarta etapa se abrió con la revolución iraní de 1979, que surgió como una reacción a las optimistas iniciativas de desarrollo. El carácter tecnocrático de los valores modernos y los planes industriales del periodo optimista pasaron por alto la dimensión crucial de las sociedades históricas: los valores éticos y religiosos de la tradición. Las sociedades histórico-tradicionales rechazaron esta nueva forma de vida porque sentían que amenazaban a la parte más elemental de su identidad.
La rápida importación de tecnología en Irán, por ejemplo, era también percibida por los iraníes como una humillación para un pueblo con una cultura tan antigua. Como no eran capaces de aprender la tecnología, se sentían avergonzados. Esa humillación provocó una reacción muy fuerte. Los iraníes casi destruyeron las fábricas de azúcar construidas por especialistas europeos debido a la enorme ira que sentían. Consideraban que, como extranjera, esa tecnología había sido incorporada para dominarles. El cambio fue tan rápido que no fueron capaces de aceptarlo. Las grandes masas iraníes que siguieron al ayatolá Jomeini pensaban que los grandes planes económicos del sha y sus consejeros occidentalizados no servían para conducirlos al paraíso. En consecuencia, se acentuaron aún más los valores antiguos. La gente se defendía escondiéndose en los viejos valores. Las viejas tradiciones y la antigua religión eran el único cobijo a su alcance.
Los movimientos emocionales y religiosos que contemplamos hoy día en todo el mundo islámico son sólo el comienzo. La revolución iraní abrió un nuevo periodo en los países del Tercer Mundo: el periodo de la descolonización cultural. Pero esta contrarrevolución no puede triunfar. No es creativa, sino defensiva. Sigue estando definida por aquello que niega. Conduce a la parálisis. Mientras tanto, EE UU sigue avanzando, en comparación, a la velocidad de la luz. Nada cambiará a no ser que las sociedades históricas aprendan a crear, a hacer una revolución de la mente, de la actitud, de la organización. Si no destruyen la historia, ésta les destruirá a ellos.

Ryszard Kapuscinski es periodista y escritor polaco. © New Perspectives Quarterly. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International. Domingo, 24 de febrero de 2002. © Diario El País

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De lo que se dice de Ruanda sólo es cierto su tragedia

Ryszard Kapuscinski

De todo cuanto oyen y leen los europeos sobre Ruanda, lo único que es rigurosamente cierto es la tragedia de su población. El resto está contaminado por una ignorancia casi total.

Para enderezar los entuertos hay que empezar por decir que el conflicto que azota al corazón geográfico de Africa no es étnico, racial ni tribal. Quienes definen a los hutus y tutsis como dos tribus, dos etnias enfrentadas, no saben lo que dicen. Los tutsis, que llegaron a Ruanda y a Burundi hace cientos de años, seguramente de algún lugar de la península Arábiga o de Etiopía, son, utilizando la terminología conocida en España, la «casta de hidalgos», los aristócratas, mientras que los hutus forman la casta de los pobres, de los campesinos.

Los tutsis eran, de siempre, los propietarios de grandes rebaños, mientras que los hutus eran labradores.
Se trata, pues, de una estructura social más similar a la de la India que a la que enfrenta a distintas etnias en diferentes partes del mundo; por ejemplo, en la ex Yugoslavia.

Los tutsis y los hutus, divididos en castas, convivieron, mal que bien, en Ruanda (y en Burundi) durante varios siglos, formando una sociedad bien organizada de tipo feudal. Los primeros síntomas de un conflicto enconado aparecieron en los años sesenta, cuando Africa, recién salida del colonialismo, conoció el comienzo de la gran explosión demográfica, que sigue siendo su talón de Aquiles.

La región de los Grandes Lagos es la parte de Africa más densamente poblada. Allí lo esencial es la tierra, y el conflicto entre los tutsis ganaderos y los hutus labradores es un conflicto por la tierra, porque de ella depende la subsistencia de la casta, y tanto más en una zona donde la superficie de la tierra de utilidad agrícola, dadas las condiciones climáticas que imperan en el trópico, con sus abundantes lluvias, se reduce incesantemente.

La explosión demográfica coincidió con la lucha de clases por la tierra y con la crisis, muy dramática, de las estructuras de los Estados africanos que nacieron de la lucha por la liberación nacional y la independencia del colonialismo. Hemos sido testigos del desmoronamiento de Estados como Somalia, Liberia y Chad; de la guerra civil que destruye sistemáticamente Angola y de la que, a lo largo de 30 años, ya ha dividido en dos partes a Sudán.
Esa crisis de las estructuras del Estado se manifestó también en el Africa de los Grandes Lagos, es decir, Ruanda, Burundi y la parte oriental de Zaire. Esa región de Africa, muy alejada de los centros civilizadores y del mar, «descubierta» para Europa apenas en el año 1899, sufre un subdesarrollo singular. Las sociedades que la habitan han conservado hasta hoy sus anacrónicas estructuras porque no tuvieron posibilidad alguna de evolucionar hacia la modernidad.
Los colonialistas –primero los alemanes y luego los belgas– siempre aprovecharon las divergencias existentes en Ruanda entre los tutsis y los hutus para gobernar con más facilidad. Incluso, cuando concedieron la independencia al país, siguieron tratando de ser los árbitros supremos y perpetuar así su dominación.

En 1985 los tutsis que se encontraban en Uganda se unieron a la oposición armada local y conquistaron el poder para el actual presidente Yoveri Museveni. Los tutsis ruandeses que combatieron en Uganda, forjados como experimentados militares en muchas batallas, llegaron a la conclusión de que había llegado el momento de iniciar la reconquista del poder, se llenaron de coraje y decidieron invadir Ruanda para conseguir al fin el tan añorado retorno a su país. La invasión de los tutsis exiliados en Uganda comenzó en 1990.
Su gran sueño era retornar a sus tierras. Fue así como declararon la guerra a un cacique terriblemente sanguinario, el entonces presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana, de la casta hutu. Nada lo hubiese salvado de no haber sido por la ayuda que le prestó el Gobierno de Francia.

Es verdad que la intervención armada francesa a favor del régimen militar de Habyarimana no consiguió derrotar a los tutsis, pero sí logró contener su avance, y Ruanda quedó, en la práctica, partida en dos, una controlada por el Frente de Liberación de Ruanda, integrado por los refugiados y exiliados tutsis que, deseando volver a su país, habían entrado desde Uganda, y la otra controlada por el régimen de hutu Habyarimana.
A partir de entonces, los hutus, apoyados por los franceses que incluso adiestraron a escuadrones de la muerte, se prepararon para acabar de una vez por todas con los tutsis. El régimen hutu elaboró listas muy detalladas con los nombres y domicilios de las víctimas tutsis y esperaba con impaciencia el momento más oportuno para entrar en acción.

A principios de abril de 1994 fue abatido el avión en el que viajaba el presidente ruandés Habyarimana, y aquel suceso fue la tan esperaba señal para comenzar la indiscriminada matanza. Comenzó entonces un exterminio sistemático de los tutsis que duró tres meses enteros y que segó la vida, según se calcula, de varios cientos de miles de personas en lo que ha sido calificada por muchos como una de las mayores hecatombes de la segunda mitad del siglo XX.

Como se podía esperar, los tutsis no se quedaron con los brazos cruzados.

Las unidades armadas de los tutsis, que ya controlaban parte de Ruanda, iniciaron la ofensiva contra los hutus, los desalojaron de Kigali y conquistaron el poder. Conozco personalmente a Paul Kagame, viceprimer ministro del nuevo Gobierno tutsi ruandés y ministro de Defensa, y puedo asegurar que es un hombre bien preparado, joven y muy dinámico que puede jactarse de ser «el hombre fuerte» de las fuerzas que derrocaron al sanguinario régimen hutu.
Pero la conquista del poder no significó –porque no podía significar– el fin de los horrores en Ruanda. Los hutus vencidos se retiraron a Zaire. Lo hicieron cientos de miles de civiles, pero con ellos lo hizo también el Ejército hutu, derrotado pero no liquidado. Ese Ejército, hay que decirlo, se instaló en los campos de refugiados y vivió de la ayuda humanitaria internacional.

Todos nosotros, los ciudadanos de los países que pertenecen a la ONU, los hemos estado alimentando y manteniendo con nuestro dinero durante los últimos años. No sólo ni Zaire ni las organizaciones internacionales lo desarmaron, sino que contó con el apoyo de los caciques del antiguo Congo Belga, con los amos de sus provincias orientales. Zaire es hoy otro Estado africano que se desintegra en el que son los caciques locales quienes mandan y sus intereses los que priman.

Esos caciques, que podríamos definir como «los señores de la guerra» en la zona, amos de los diamantes y del narcotráfico, pensaron que, con ayuda del ejército hutu, podrían desalojar a los tutsi del poder en Ruanda e incluso en Burundi, y ampliar así sus dominios sometiendo a dos Estados aún independientes a un nuevo yugo colonial. Y esas aspiraciones fueron precisamente la causa de la guerra que se libra actualmente en la región.

Los caciques zaireños decidieron asestar el primer golpe a los tutsi que vivían desde hacía decenios en el Zaire oriental, y trataron de expulsar de sus dominios a decenas de miles de personas que no tenían a donde ir, porque habían abandonado Ruanda hacía muchos años. Los refugiados tutsi, en una reacción desesperada de autodefensa, empuñaron las armas y comenzó la guerra que ahora ensangrienta la región de los Grandes Lagos.

En el escenario de esa guerra tenemos a un Zaire que se descompone y en el que priman los intereses de los caciques locales, un Ejército hutu bien armado y adiestrado, también por los franceses, y deseoso de recuperar el poder para su casta, los refugiados tutsis de Zaire, que defienden su supervivencia, y los Ejércitos tutsi de Ruanda y Burundi que no están dispuestos a entregar sus países.

Un rasgo singular de la región es que todos esos protagonistas están muy bien armados, porque la oferta de armas ligeras es, en Africa, inmejorable. Hay armas de fabricación belga, francesa, árabe y, sobre todo, norteamericana. El único problema es tener dinero para comprarlas. Pero curiosamente, en Africa el dinero para armas nunca falta, incluso en los países más hambrientos.
Hoy tenemos en la región de los Grandes Lagos el conflicto político que se deriva de la desintegración de Zaire y de las aspiraciones de los caciques de sus provincias orientales a conseguir el dominio en Ruanda y Burundi con ayuda del Ejército hutu. Primero quieren invadir Ruanda y ocuparla, y luego Burundi, para ampliar así sus dominios. Se enfrentan a esas aspiraciones Ruanda y Burundi, que, valiéndose de las huestes armadas de refugiados tutsi que viven en el antiguo Congo Belga, tratan de acelerar la desintegración de Zaire y ampliar así su zona de influencia.

La tarea de los tutsi parece facilitada por el hecho de que Zaire es un país sin vías de comunicación, donde en la capital nadie sabe lo que ocurre en las provincias orientales. Desde el punto de vista humanitario, el conflicto de Ruanda es trágico a más no poder, porque mueren sin remedio miles de personas. Los fugitivos que no mueren ametrallados perecen, tarde o temprano, de hambre o por culpa de las muchas enfermedades que los atacan. Y no podemos olvidar que, aunque la guerra es un problema de los Ejércitos enfrentados, la víctima principal es la población civil.
Dicen las estadísticas que en la Primera Guerra Mundial sólo el 5% de las víctimas se produjo entre la población civil, mientras que en los conflictos africanos el 80% de las víctimas son civiles y, sobre todo, mujeres y niños.
En el aspecto internacional no parece que el conflicto de la región de los Grandes Lagos pueda ser un peligro real para la paz en el continente africano. Por el contrario, todo indica que será un conflicto muy largo, un conflicto que se apagará de vez en cuando para brotar nuevamente con intensidad, pero limitado sólo al área afectada ahora por la contienda.

Eso sí, no parece haber posibilidad alguna para poner fin al conflicto, aunque sí podrán producirse intentos para suavizarlos con compromisos, más o menos duraderos pero no definitivos. Y esa realidad parece ser aceptada por todos los protagonistas internacionales. Los Gobiernos de Africa carecen de dinero para poner en marcha una intervención eficaz, y tampoco dan señales de que les importe demasiado el problema. La ONU tampoco quiere empeñarse en el asunto, porque en general no hay países en el mundo dispuestos a enviar a sus hombres a morir fuera de sus fronteras. Por último, hay que subrayar que el mundo rico no se interesa por el mundo pobre.

El mundo rico tiene sus propias preocupaciones, como pueden ser el mantenimiento del alto nivel de consumo o la lucha contra el paro o el narcotráfico. De ahí que, en lo que concierne a la tragedia de la región de los Grandes Lagos, podamos esperar solamente soluciones parciales que en ningún caso resolverán el actual conflicto.

(*) Ryszard Kapuscinski es periodista, autor, entre otros libros, de “El emperador” y “La guerra del fútbol”.

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La globalización del mal

"... en nombre de cosas tales, letras, libros y banderas andan las personas matándose unas a otras..." José Saramago

La globalización del mal



Ryszard Kapuscinski

Vivimos en un mundo muy complejo, lleno de diferencias, con muchos niveles y planos. Por eso, para responder a la pregunta de si el mundo de hoy es distinto al que existía antes del 11 de septiembre, primero tenemos que definir el punto de partida de nuestro análisis de la realidad. Yo parto de la perspectiva que tiene el reportero, un testigo de los conflictos y transformaciones culturales que se pueden observar viajando por el mundo. Si admitimos que la realidad que nos rodea puede ser representada por una pirámide, veremos que en su base, en el punto más bajo, allí donde está el plano de las relaciones entre los seres humanos, de la vida cotidiana, nada o muy poco ha cambiado. No cabe la menor duda de que el 11 de septiembre fue un día trágico para las personas que murieron aplastadas por los escombros de las Torres Gemelas, para sus familiares y amigos más cercanos, pero lo cierto es que la humanidad sigue levantándose cada día, como lo hacía antes del ataque, para trabajar, educar a los niños, planear las vacaciones, gozar de las alegrías, sufrir enfermedades y, en definitiva, para morir. La prosaica vida cotidiana siempre se impone y triunfa. Los temores e inquietudes que sentían los hombres antes del 11 de septiembre siguen presentes en sus vidas. No hay indicios de que, en el futuro más cercano y en ese nivel de la vida, se producirá algún cambio fundamental. La historia nos confirma que las grandes crisis que ya azotaron a la humanidad en el pasado demostraron su extraordinaria resistencia. Muchos han afirmado que en el nivel más bajo de nuestra pirámide aumentaría la animosidad de los europeos y norteamericanos hacia los árabes y que entre los musulmanes también crecería la hostilidad hacia los ciudadanos occidentales. Muchos han previsto la intensificación de los conflictos entre las dos civilizaciones, pero nada de eso ha sucedido. En Occidente, los ataques contra los musulmanes han sido esporádicos y de mínima significación. Al mismo tiempo, yo no he sentido cambio alguno en el tratamiento que me otorgan en los países árabes que visito. Donde sí se han producido cambios importantes es en los niveles superiores de nuestra pirámide. En primer lugar, los sucesos del 11 de septiembre demostraron que la distancia ya no basta de por sí para garantizar la seguridad. Descubrimos con horror que la distancia ya no nos pone a salvo. Hoy podemos ser blancos y víctimas de ataques terroristas todos y en cualquier punto del planeta. En una palabra, después del 11 de septiembre ya no nos sentimos seguros, cuando vivimos lejos del enemigo en potencia; ya no nos sentimos particularmente protegidos por el océano que nos separa de él. En segundo lugar, el 11 de septiembre demostró que en nuestro globo ya no hay santuarios. Y no sólo se trata de que todos puedan ser atacados por todos, de que cualquier país pueda atacar a otro. Ese peligro ya existía mucho antes. La novedad del 11 de septiembre consiste en que demostró que en el mundo hay fuerzas que no representan los intereses de un determinado Estado, pero que, a pesar de ello, constituyen un enorme peligro incluso para los más potentes. Hasta ahora, el pensamiento estratégico se basaba en el supuesto de que las guerras se libraban entre Estados. Hoy, los estrategas tienen que remodelar con urgencia sus ideas, porque a los Estados se enfrentan fuerzas difíciles de situar. Ha cambiado la imagen del enemigo, porque ya no viste un uniforme concreto, lo cual dificulta su identificación, pero también porque puede hacer mucho daño, aunque no tiene tanques ni cañones. Es muy difícil combatir a un enemigo imposible de situar y con planes imposibles de conocer. Antes, cuando teníamos buenas relaciones con un Estado, podíamos tener casi la absoluta seguridad de que no sería un peligro para nosotros. Hoy podemos tener magníficos contactos políticos, económicos y culturales con un país y ser víctimas de un ataque lanzado desde su territorio. Esto se debe a que han aparecido fuerzas que no se someten a ningún centro de poder, que no representan los intereses de Estados concretos, pero que están en condiciones de aprovechar el territorio o la infraestructura de un país para atacar a otro. Esa situación nos confirma que ya somos testigos de la globalización del mal. Consiguen voz y voto –con sus actos– organizaciones y fuerzas que actúan al margen de las estructuras de los Estados nacionales. Y ese proceso no concierne solamente al terrorismo. Se relaciona también con el narcotráfico, la compra y venta de armas y otras fechorías. Eso significa que ha aparecido un ente internacional totalmente nuevo, aún no definido del todo, que escapa a las formas que tenían hasta ahora los sujetos de la vida internacional. Fortalecimiento del Estado Un tercer cambio generado por el 11 de septiembre es el fortalecimiento de la idea del Estado, algo paradójico, porque el terrorismo siempre busca su debilitamiento. La globalización neoliberal también debilitó mucho el papel del Estado, porque promovió las corporaciones supranacionales, el flujo ilimitado de los capitales y la creación de mercados financieros mundiales. Como consecuencia, el Estado fue en gran medida marginado. Esa consecuencia la sufrió también Estados Unidos, país en el que había una oposición cada vez más potente ante una posición demasiado fuerte del poder estatal. '¿Para qué queremos un Gobierno tan potente? ¿Para qué pagamos impuestos tan altos?', preguntaban muchos norteamericanos. Sin embargo, el 11 de septiembre demostró que, en el mundo contemporáneo, las sociedades pueden sentirse seguras y protegidas solamente dentro de los Estados. Sólo el Estado puede garantizar la correspondiente protección a la sociedad. El ataque contra Estados Unidos demostró que el hombre y la sociedad no pueden funcionar sin el Estado. Desde el 11 de septiembre –y éste es otro cambio importante–, la globalización se valora de otra manera. Hasta ahora prevalecía la opinión de que era una bendición para la humanidad, algo que nos ayudaría a resolver todos los problemas. Mientras tanto, nos topamos, por sorpresa, con otros rostros muy distintos de la globalización, que es un proceso lleno de contradicciones internas, un proceso que puede generar fenómenos negativos. George Soros, una gran figura de las finanzas mundiales, advierte en “On Globalization” que ese proceso genera también grandes amenazas. Soros advierte que crece la dominación de dos grandes instituciones financieras, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que ya imponen sus concepciones a los Estados nacionales debilitando su posición. Los sucesos del 11 de septiembre nos obligaron a percibir el mundo con más serenidad y ecuanimidad. Pudieron convertirse, incluso, en el punto de partida para un análisis serio y profundo de la situación en nuestro planeta. Lamentablemente, lo único que se supo hacer fue dar una respuesta militar a los terroristas. Nos dejamos embaucar por algunos políticos que sostienen que, si no fuese por el terrorismo, viviríamos en el mejor de los mundos. Pero la verdad es que, como dijo un comentarista norteamericano, 'el derrumbamiento de las Torres Gemelas fue el fin de las vacaciones que tomamos de la historia'. El fin de la guerra fría se caracterizó por la euforia que sentíamos tras el fracaso del comunismo. Parecía que todos los problemas habían terminado. Mientras tanto, aunque el ataque contra EE UU demostró que la euforia era prematura, nosotros no supimos abordar con seriedad lo que puede depararnos el futuro. Desaprovechamos la oportunidad que se nos presentó para tratar con seriedad los problemas que acarrea la globalización. Yo creo que el terrorismo, tanto el individual como el que practicaron y practican distintas organizaciones, jamás fue una gran amenaza para el mundo. Algo muy distinto es el terrorismo de Estado que practicaron y practican los regímenes totalitarios. La mayoría de las sociedades del mundo no se sienten amenazadas por el terrorismo. Claro que en la historia de muchos países el terrorismo dejó huellas, pero se trata de actos de importancia secundaria. El problema que ahora enfrentamos consiste en la dimensión global del terrorismo. Ésa es una novedad, porque antes siempre fue practicado por organizaciones marginales. Hoy, lo que puede sobrecogernos es que un país tan potente como EE UU fue golpeado de manera dolorosa por una pequeña organización. Todos coinciden en que el gran éxito de Al Qaeda, una organización integrada apenas por varios miles de militantes, consistió en que supo aprovechar para sus propios fines el gran liberalismo que impera en EE UU y que se basa en la confianza mutua. Por ejemplo, allí bastaba dar el número de nuestra cuenta bancaria para disipar todas las dudas y ser tratado con la máxima confianza. Yo estuve en Estados Unidos antes del 11 de septiembre. Aterricé en el aeropuerto Kennedy de Nueva York. Tenía que coger allí el avión de Washington. Estuve media hora buscando el lugar en que debía embarcar. Recorrí el aeropuerto de cabo a rabo y me pareció que, de haber tenido malas intenciones, hubiese podido hacer cualquier cosa, porque nadie se interesó por mí. Antes de llegar a Estados Unidos, di prácticamente la vuelta al mundo y en todas partes me controlaron el equipaje, cosa que no ocurrió en Nueva York. Nos queda el consuelo de que los terroristas ya no podrán repetir un ataque como el del 11 de septiembre, porque la vigilancia ahora es muy grande. Los norteamericanos se han dado cuenta de que incluso un control mínimo en sus aeropuertos hubiese frustrado el ataque contra Nueva York y Washington. Por eso creo que después del 11 de septiembre, para aumentar la seguridad, no hacían falta las medidas típicas de un régimen policial. Hubiese bastado un control apenas algo mayor. En EE UU todos saben que la gran eficacia del sistema norteamericano radica en la libertad que garantiza. Toda limitación de esa libertad, por ejemplo, mediante el control estricto de las personas y mercancías en la frontera, sería un freno para el desarrollo. ¿Cuántos barcos de los miles y miles que atracan en los puertos de Estados Unidos pueden ser controlados? Apenas un pequeño porcentaje, porque, si quisiéramos controlarlos todos de manera minuciosa, provocaríamos la paralización de la economía. Todas las limitaciones de la libertad y de la democracia causan efectos muy negativos sobre el funcionamiento del capitalismo. El terrorismo podría ser erradicado completamente en veinticuatro horas, pero a condición de que implantásemos un régimen totalitario, y eso no estamos dispuestos a hacerlo, porque sabemos que destruiríamos la sociedad cívica y la democracia. Libertad y eficacia El conflicto entre la libertad y la eficacia de los sistemas estatales es, hoy por hoy, el problema más importante no sólo para EE UU, sino también para el mundo entero. Ése es, a mi modo de ver, uno de los retos más serios que se plantean ante la humanidad en el siglo XXI. Hay que definir las proporciones óptimas entre la seguridad por un lado y la libertad y el bienestar por otro, es decir, resolver un problema que todavía no ha sido planteado con toda la claridad que merece. En el siglo XIX y a comienzos del siglo XX, la libertad y la democracia no estaban en peligro. Hoy sí lo están, porque la globalización conduce hacia dos fenómenos sumamente peligrosos. El primero es la privatización de la violencia. La democracia y el capitalismo se desarrollaron en los tiempos en los que la aplicación de la violencia estaba monopolizada por el Estado. La violencia tenía uniformes, armas y carnés. El Estado era el único con derecho a hacer uso de la violencia. Hoy, cualquiera puede tener un arma, y hay cientos o miles de ejércitos privados. Hay que hacerse, pues, la pregunta: ¿cómo proteger en esas condiciones los mecanismos de la democracia? No sabemos responder a esa pregunta. Ahora bien, eso no significa que en EE UU no se analice el asunto. Por el contrario, ese país es uno de los centros de discusiones y análisis más serios sobre los fenómenos que aquí nos ocupan. Es en las universidades norteamericanas donde surgen los análisis más acertados sobre los fenómenos que tienen lugar en el mundo. Es también en EE UU donde encontraremos los mejores y más críticos análisis sobre EE UU. Y no es casual que sus adversarios más radicales aprovechen con frecuencia los argumentos formulados por los pensadores norteamericanos. El gran problema radica en que en Estados Unidos hay un gran abismo entre el pensamiento universitario y las concepciones de los círculos políticos. Cuando se conoce la vida de las universidades, uno se siente admirado por el nivel y la gran clase de las discusiones que se organizan en sus aulas. Lamentablemente, los políticos son totalmente impermeables a las ideas y argumentos de sus colegas profesores y científicos. Y ésa es otra prueba más de la complejidad que tienen la sociedad norteamericana y su sistema estatal. Sea como fuere, hay que reconocer que son las ideas formuladas en las escuelas superiores norteamericanas las que dictan hoy al mundo los temas de las principales discusiones y polémicas sobre el presente y el futuro. Todos los grandes debates de los últimos decenios concernieron a concepciones de gran importancia surgidas en EE UU, generadas por el pensamiento norteamericano. Un ejemplo muy útil es la tesis que formuló Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. A principios de la década de los años noventa proclamó que el fin del comunismo significaba el fin de los conflictos. De esa circunstancia, el pensador norteamericano sacó la conclusión de que, por consiguiente, la democracia liberal triunfaría en todas partes en tanto que régimen ideal que desean todos los humanos. Seis años después, Samuel Huntington formuló su concepción sobre la confrontación entre las civilizaciones. Entonces se propagó la idea de que todos los conflictos existentes se debían a las diferencias entre las civilizaciones. La última gran idea fue formulada por Robert Kagan, autor de la afirmación de que los grandes aliados, Estados Unidos y Europa, se separan. Y es muy probable que esa circunstancia sea el cambio más importante promovido por los sucesos del 11 de septiembre. En el pasado hablamos de un mundo dividido en Norte y Sur y luego en ricos y pobres. Hace no muy poco se describía el mundo con la frase 'The West and the Rest' (Occidente y los demás). Hoy se reemplaza la palabra West con el término América: 'The America and the Rest'. Y Kagan hace referencia a ese nuevo paradigma en nuestro pensamiento sobre el mundo. Kagan afirma que ya no existe la noción occidente, que se ha producido una ruptura en el Atlántico. La guerra fría unió durante 50 años las dos orillas del océano. Hoy, cuando ya no existe el enemigo común, EE UU y Europa no quieren seguir caminando por la misma senda. Por el contrario, tienen dos visiones distintas del mundo y, por consiguiente, el abismo sólo puede ensancharse y profundizarse. La grieta apareció el 11 de septiembre, porque desde aquel día, la Administración norteamericana considera que en el resto del mundo imperan el desorden y la anarquía, es decir, un peligro mortal. Es esa concepción sobre el mundo la que induce a EE UU a concentrarse en la lucha. Washington cree que el caos puede ser controlado solamente con las armas. Y de ahí las enormes cuotas que gasta EE UU en armas, mucho más de lo que gastan todos los demás miembros de la Alianza Atlántica. Mientras tanto, Europa, que no olvida la experiencia de la II Guerra Mundial y de los regímenes totalitarios, promueve otra visión del mundo, kantiana, la visión de un mundo de paz eterna. Europa ve su visión civilizadora en el intercambio de ideas, en el mantenimiento de negociaciones y en la búsqueda de compromisos. Cuando las concepciones son tan distintas, tan dispares, es inútil pensar que EE UU y Europa conseguirán un punto de encuentro. Observamos una creciente marginación de las organizaciones internacionales. Prueba de ello es la ONU, que ya no desempeña el importante papel que tenía en el pasado. Ha perdido su autoridad incluso el Consejo de Seguridad, porque se dedica a aprobar resoluciones que nadie cumple. En esa situación no puede extrañar que en EE UU todos coincidan en que deben comportarse en el mundo como el 'sheriff' que impone el orden. Por eso, la discusión no se desarrolla en torno a si debe desempeñar o no ese papel, sino a cómo debe hacerlo. Ciertos círculos norteamericanos consideran que EE UU puede cumplir esa misión en solitario, por su cuenta y responsabilidad, mientras que otros creen que hay que conseguir aliados. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld suele decir: 'Podemos arreglarnos solos'. El secretario de Estado Colin Powell es más prudente: 'Queremos montar una coalición'. Líderes y potencia Para saber qué camino elegirá en definitiva EE UU, tenemos que analizar lo que dicen sus líderes. Parece que confían plenamente en la potencia de su país y de sus fuerzas armadas, con las que nadie puede competir. Están convencidos de que únicamente EE UU puede realizar cualquier operación militar, en cualquier momento y en cualquier punto del planeta. Ese sentimiento de fuerza ilimitada que anima a los líderes norteamericanos no siempre va acompañado del conocimiento necesario sobre el mundo y sus complejos procesos. Por eso, los que preparan la guerra contra Irak tienen la seguridad de que alcanzarán un gran éxito. Más objetivos parecen ser los militares norteamericanos. Fueron sus analistas los que previeron en la década de los años noventa el aumento de los conflictos. Fueron los expertos del Pentágono los que indicaron que el enfrentamiento entre los ricos y los pobres, así como la falta de perspectivas, acumularían enormes capas de frustración, ira y agresión que se con vertirían en fuentes de trastornos muy difíciles de controlar. Pero no hay que perder la esperanza. En primer lugar, el hombre está dotado de un potente instinto de autoconservación y, en segundo lugar, las sociedades, por lo general, suelen rechazar las soluciones extremistas, radicales, y optar por los caminos de la prudencia y la moderación. Los extremistas pueden conseguir respaldo, pero sólo en el ámbito local y por poco tiempo. Cuando el hombre llega a un lugar en el que poco antes se combatió, donde aún se ven las huellas de los enfrentamientos, lo primero que suele hacer es limpiar el terreno, restablecer el orden. Los hombres, por lo regular ancianos, porque los jóvenes murieron en los choques, retiran los escombros, cierran con cartones las ventanas sin cristales y encienden el fuego. Las mujeres, mientras tanto, barren y cocinan. Todos juntos restablecen la normalidad, y ésa es la gran fuerza de la humanidad.

El País 29-9-2002

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