Yo soy el hombre de tantos regresos
que forman un racimo traicionado,
de nuevo, adiós, por su temible viaje
en que voy sin llegar a parte alguna:
mi única travesía es un regreso.
Pablo Neruda
La crónica de viaje
Entrevista a Martín Caparrós
Extensión: 4.223 palabras
La crónica de viaje es un género por el que han transitado muchísimos autores. Sartre, Bioy Casares, García Márquez, Sarmiento, Eco, Martí –y la lista podría seguir– han cedido a la tentación de transformar en relato un recorrido. De nuestros escritores actuales, tal vez sea Martín Caparrós el que mejor y más asiduamente lo ha cultivado. Sus crónicas han aparecido en diversos diarios: Tiempo Argentino, El País (Madrid), Página/12 y en revistas como Viva, Ajoblanco (Barcelona), Página/30, Temas&Fotos, Perfil, Veintitrés y Ego. En esta charla nos cuenta qué mecánica de escritura hay detrás de sus crónicas, cuál es su relación con la fotografía y, por qué, a pesar de haber viajado tanto y vivido en otros países, hoy elige como lugar de residencia la difícil Argentina que nos toca vivir.
¿Cuál fue la primera crónica de viaje que escribiste? ¿Te acordás?
Sí: seguramente la vez que fui a El Cairo en la época en que vivía en España. Era en el '85 y esa vez fue, claramente, porque no tenía plata para pagarme el viaje. Entonces, la única manera que encontré de pagármelo fue ofreciéndole ese trabajo al dominical de El País, en Madrid. Y yo suelo creer eso: que empecé con esta idea de que contar un viaje me permitía hacerlo. O sea: al principio lo contaba para poder viajar y ahora viajo para poder contarlo.
¿Cómo es eso?
Viajo porque me gusta mucho escribirlo, me gusta mucho toda la situación. Estar en un lugar absolutamente –o no tan absolutamente– desconocido y, entonces, estar en esa situación de alerta absoluta que a mí me provoca la crónica. O sea: estoy en un momento y en un espacio en los cuales cualquier cosa que vea, que piense, que se me cruce, puede ser materia de la escritura. Eso es muy atractivo, porque es como una manera de mirar muy fuerte que, en general, uno no ejerce. A mí, en general, nunca me gusta mucho hablar con gente y menos con desconocidos, o sea, que cuando voy a escribir una crónica me fuerzo a hacerlo porque forma parte de mi trabajo y eso me hace enterarme de cosas y meterme en situaciones en las que jamás me habría metido si viajara sin el objetivo de contarlo. De hecho, ya no me gusta mucho viajar si no lo voy a contar, no lo hago. O sea, hago dos cosas distintas: Cuando no tengo que escribir, voy a los lugares que conozco a ver amigos, a comer a determinados lugares, a comprar libros... a lo que sea. Y esa es una forma de viaje que tiene mucho más que ver con mi vida habitual. Y, después, hay otra forma que es cuando lo voy a contar. Entonces sí, me busco un lugar lo más extraño o excitante que pueda. Y bueno: allá voy.
¿Tenés alguna mecánica en particular que te resulta más eficiente que otra? ¿Trabajás con una notebook, tomás notas, escribís durante el viaje?
No, no llevo computadora porque me gusta viajar con un bolso, con un bolsito. Una de las primeras condiciones es no tener que llevar mucho peso porque muchas veces uno está en itinerarios en los que no puede ni parar ni cargar una valija. Así que viajo muy liviano y, entonces, lo que hago es ir tomando notas durante el viaje que, en realidad, se parecen mucho al texto definitivo. Voy tomando notas con una prosa bastante parecida a lo que después va a salir publicado.
¿Y eso lo hacés a mano?
Lo hice a mano durante mucho tiempo y ahora, últimamente, lo hago con un grabador chiquito. Más que nada, porque la situación de escribir, en muchos lugares, llama mucho la atención. Mucha gente me miraba si me ponía en un rinconcito a escribir algo. Y, curiosamente, hablarle a una máquina ya no llama tanto la atención. Es raro, porque uno pensaría que es mucho más natural escribir en un papel que hablarle a una máquina. Pero supongo que con toda la cosa de los celulares y los 'walkman' hablarle a una máquina parece normal. En cambio, habiéndome sentado para escribir, para tomar notas muchas veces se me juntaban diez chicos y catorce grandes alrededor para ver qué era lo que estaba haciendo. Me preguntaban qué estaba haciendo y yo les contestaba, pero a veces eran situaciones incómodas.
¿En qué lugares te pasó eso, por ejemplo?
Me acuerdo mucho de un mercado en Calcuta donde me senté en un cajón en la vereda y me rodearon muchos: eran como veinte y, al final, me llevaron a tomar el té con el patrón de la vereda... fue toda una historia que creo que conté en Dios mío. Pero me pasó muchas otras veces también. Te da como un aura de sospecha eso de andar tomando notas. En cambio, hablarle a la máquina es formalito, así que últimamente hago eso. Y entonces cuando vuelvo desgrabo todo y, en realidad, lo que se podría pensar como la escritura de la crónica es más la edición, porque son fragmentos que ya tengo escritos sobre la marcha y que tengo que ir armando según el desarrollo narrativo. Pero también eso lo voy armando sobre la marcha. En general, mientras estoy en un lugar o voy viajando, voy pensando cómo organizo el texto, qué va primero, qué va después. Entonces eso me permite ir buscando las cosas que me faltan. Y lo que es muy importante ahí, es el principio. Encontrar el principio es básico. A veces me parece que cada viaje es, en realidad, la búsqueda del principio de esa crónica, el grial detrás del cual me muevo. Y, algunas veces, encuentro un principio de últimas y mal y otras veces encuentro diez y esas, en general, son las buena crónicas.
¿Cuáles serían algunos de esos buenos principios?
Hay uno, de una crónica de Bolivia que está en Larga Distancia, que dice: "Entré al Chapare acechando el ataque del mosquito asesino": ese me gustó. Otro está en La Guerra Moderna, donde una crónica sobre un tipo de la bailanta empieza diciendo: "Yo no soy Carlos Chávez".
En el prólogo de Larga Distancia, vos decís que tus crónicas están más acá del periodismo y más allá de la literatura ¿qué es lo que buscás o encontrás en esa suerte de intersección?
Supongo que debió ser para evitar la lectura fácil de que son un poco más que periodismo. Me parece una tontería pensar que un artículo es un poco más que periodismo y un poco menos que literatura. Y, ciertamente, yo no creo que eso tenga algún sentido. A mí no me parece que yo haga una diferencia entre periodismo y literatura. Donde quizá haya una diferencia es en el pacto de lectura. Se supone que cuando vos escribís periodismo estás dando por sentado que lo que ahí se cuenta sucedió. Y con la ficción das por sentado que lo que se cuenta no sucedió. A mí me hace gracia que ese pacto de lectura sea así y trato por todos los medios de no cumplirlo.
En una suerte de ensayo que salió publicado en Ego, "La invasión más deseada" vos diferenciaste viajero de turista, según te lo dijo un viejo birmano en una fonda de Mandalay: "El turista nunca sabe donde estuvo. El viajero nunca sabe donde va".
Paul Bowles, en El cielo protector, trabaja una dicotomía similar: el turista está apurado, el viajero se desplaza con lentitud; el turista tiene en mente el regreso a casa, el viajero va de un punto a otro sin retorno.
¿Te considerás viajero, turista, trabajador que viaja para escribir?
Eso de trabajador del lápiz nómade me parece un poco mucho (risas). Mi perfil sería el de cronista, porque mi actitud no es la del turista ni la del viajero porque, pensaba mientras me decías eso de Bowles, que yo claramente estoy pensando en cuando vuelva a casa, hago todo para cuando vuelva a casa. Quiero decir: para el momento en el que me voy a sentar acá a escribir las cosas que me sucedieron. En ese sentido, sería una especie de hiperturista. Yo cuando viajaba, cuando era sólo un viajero, cuando tenía dieciocho años y me fui de la Argentina y me pasé varios años dando vueltas por ahí, yo no sacaba una foto. Y tenía como un punto de orgullo en no sacar fotos, porque decía: " ¿Para qué voy a sacar fotos? Yo no necesito tener esa especie de muleta. Yo guardaré los recuerdos que tenga que guardar y los que no, será porque merecían haberse perdido". Y, en cambio, ahora que ya no soy más un viajero "desinteresado", digamos, hago cientos de fotos, tomo cientos de notas, hago toda una cantidad de cosas para cuando vuelva a casa. O sea que, si acaso, debo ser una cruza entre ambos, turista y viajero, que podríamos denominar cronista.
¿Cuándo empezaste a sacar fotos?
De muy chico. Mi viejo tenía un laboratorio en casa, le gustaba la fotografía. O sea, que yo empecé a revelar, a ampliar... no sé... a los ocho o nueve años. Me gustaba meterme en esa especie de lugar oscuro con mi padre: era un momento que compartíamos. Y saqué bastantes fotos, durante toda mi adolescencia. Me gustaba, me las arreglaba. Y mi primer trabajo, de hecho, fue de fotógrafo en un estudio fotográfico de barrio, en Villa del Parque, por ahí, donde sacaban unas cosas que se llamaban "cabecitas". Generalmente eran bebés y se veía una cabeza grande en el medio y varias chiquitas alrededor con otros gestos. Hice eso durante cuatro o cinco días y me echaron porqué falté. Y cuando entré en el diario Noticias, que fue mi primer trabajo, entré con la intención de ser fotógrafo y me dijeron que esperara dos o tres meses porque era verano y que, cuando terminara el verano, me iban a poner en el laboratorio para formarme y demás. Y esos dos o tres meses de espera estuve como cadete. Y, en medio de eso, un día que no había nadie, me pidieron si podía ayudar con una notita y ahí terminé escribiendo. Pero, en realidad, yo quería ser fotógrafo. Y después, durante muchos años, no saqué fotos ni ahí. Como te decía recién, tenía esa especie de rechazo que te contaba. Y volví a hacerlo, yo creo, que un poco más seriamente esa vez que fui al Cairo que necesitaba vender esa nota para pagarme el viaje. Y de ahí en más me gustó cada vez más y, ahora, ya creo que escribo para que me publiquen las fotos. Me gusta mucho sacar fotos, es lo que más placer me da, la paso muy bien.
¿Más que escribir las crónicas?
Mucho más. Mucho más porque hacer las fotos no es un trabajo. Es como ir ahí y jugar. Además, yo sé que no soy buen fotógrafo. Es decir: soy un fotógrafo correcto, mis fotos son totalmente publicables, no son peores que las de muchos otros, pero sé que no tengo talento. Tengo la suficiente decencia como para reconocer el talento cuando lo veo y sé que yo no tengo talento para la fotografía. Entonces, puedo sacar fotos muy tranquilo. En cambio, como para la escritura creo que tengo algún talento, me juego mucho más ahí. Con las fotos, la paso bien y ya. Me gusta, me gusta mucho. Y después tuve una época, en años anteriores a este, que hice pocas fotos porque andaba mucho con una cámara de video para Día D, el programa de Lanata. Eso estuvo bien también: hacía crónicas pero con una cámara de video. Y me gustó mucho, eso me pareció muy interesante. Estuve en varios lugares: en Colombia, en Panamá, Estados Unidos, Italia, en muchos lugares de la Argentina, en Brasil. Era con una cámara muy, muy chiquitita, muy portátil e iba yo solo, así que al cabo de diez minutos ya todos se habían olvidado de mí. Entonces, podía meterme mucho más en las situaciones, captar cosas mucho menos arruinadas por la presencia de la televisión. Y me gustaba mucho eso.
¿Cómo influye –si influye– el ser argentino a la hora de ver distintos lugares del mundo, qué mirada construís desde ese lugar? ¿Creés que existe una mirada argentina sobre el mundo?
Yo suelo creer que es al revés: que la incondiciona, si partís de la base de que hay miradas muy fuertes establecidas en el mundo, que no son la nuestra, en principio. La mirada inglesa es la mirada del imperio perdido, la americana es... no sé (risas) un par de anteojos negros con un chicle pegado en el medio... y así sucesivamente. Y en cambio la argentina no existe, no está establecida, quiero decir. Argentina tuvo grandes viajeros pero hace más o menos ciento cincuenta años: Sarmiento, Mansilla, Miguel Cané. Tuvo grandes viajeros, pero todo cambia. Entonces no hay una tradición de la mirada argentina sobre el mundo. Más bien, lo que hay ahora es una clara tradición de cerrar los ojos al mundo, de tener una mirada muy corta, que por ahí es muy contradictoria con todo el discurso de la globalización y la mundialización. Entonces, no hay nada parecido a una visión del mundo. Y eso me da como cierta amplitud y libertad y, supongo, que me permite una mirada más solitaria; creo que no tengo esas "alturas" desde las que miran franceses, ingleses, americanos, incluso, españoles. Estoy más a ras del piso. No sé por qué, me estoy acordando de algo que me había olvidado: cuando era muy chico, cuando tenía dieciocho años, en mi primer viaje realmente distinto –que fue una especie de delirio por Marruecos– estuve un mes más o menos, con muy poca plata, gastaba dos o tres dólares por día y viajaba con un inglés y un americano. Y no teníamos nada para hacer: no teníamos plata, comíamos dos veces por día, tratábamos de fumarnos los porros que caían más o menos fácil. Además, no tenés muchos lugares para visitar porque a las mezquitas no te dejan entrar, los palacios están ocupados por el rey... Entonces, caminábamos, caminábamos y caminábamos. Y una de las distracciones que nos habíamos inventado era ir a los mercados y regatear por el mismo producto cada uno en un lugar distinto, ya que ahí el regateo es como un deporte nacional y, en general, vendían las mismas camisas en todos lados. Entonces, íbamos a tres lugares distintos y, al que conseguía el mejor precio, los otros dos le tenían que comprar unas galletitas... algo, que al final terminábamos compartiendo.
¿Pero no les salía cara la distracción teniendo en cuenta que el presupuesto diario era de tres dólares?
No, porque nunca comprábamos. Era puro deporte, era obtener el mejor precio, solamente. Por eso la idea era que fuera el mismo producto. Y, en general, el mejor precio en el regateo lo conseguía yo con el verso tercermundista del tipo "mira que yo no soy un gringo, un inglés: yo soy de un país pobre como el tuyo". Y me acordé de esto cuando te decía lo de la horizontalidad de la mirada argentina. Ahí lo usaba para conseguir un precio menor del cual, de todas maneras, no me iba a aprovechar. Pero me parece que ahora esa misma idea me sirve para poder mirar sin demasiadas ínfulas, sin demasiada distancia. Me sirve para no tener un juicio moral. Me parece que los viajeros del primer mundo caen muy fácil en el juicio moral del tipo: "estos son todos brutos, son todos ladrones, son todos corruptos, son todos sucios, son..." lo que sea. Yo no puedo decir eso de nadie. ¿Con qué autoridad voy a decir eso de otros pueblos? Del único del que puedo decirlo con alguna autoridad es del mío.
¿Vos, que has viajado tanto percibís o intuís una mirada homogénea acerca de cómo somos percibidos- si los somos- los argentinos en el exterior?
Es una tontería. No tenemos porqué ser mirados. Pero uno desde la Argentina puede decir: los franceses son así, los italianos son así, los yanquis son así... Pero esos son países centrales, son los países que definen el mundo. (Intento con otro grupo de países) Pero tal vez los chilenos, los brasileños si tengan una visión más homogénea de nosotros... Estamos al lado. (Última tentativa) Uno dice... "los chinos son..." Son mil doscientos millones (risas) entonces es necesario tener una opinión sobre los chinos. Pero los chinos nunca supieron que existía la Argentina. Lo único que saben es que existe Maradona, entonces dicen: "¡Ah! Argentina, Maradona". Eso es todo lo que dicen. Pero en general, en el exterior no tienen ninguna opinión de los argentinos y no tienen razón para tenerla, salvo en ciertos lugares, como en España, donde creen que somos ventajeros y todo eso que somos. Y presuntuosos. España y América Latina son los únicos lugares donde hay una opinión.
¿Y qué opinión tienen?
Y... ventajeros y presuntuosos. Y educados. No de "bien educados", de buenas maneras sino de mayor educación: más instruidos, más aprendidos que en otros lugares. Sobre la idea de "los argentinos son muy presuntuosos" hay un chiste que a mí me gusta particularmente, que es muy tonto y que lo dicen en varios países de América Latina: "Maradona es el mejor jugador del mundo y uno de los mejores de la Argentina" (risas)
A mí me parece –vos dirás si es así– que hay una diferencia bastante marcada entre la repercusión de tus obras "mayores" (La historia, La voluntad) u obras "polémicas" como Un día en la vida de Dios y tus libros de crónicas, sean o no de viaje: El mundo moderno, Larga distancia, La Patria Capicúa, Dios mío. ¿Vos percibís algo de ese orden? Y si es así ¿a qué lo atribuís? ¿A favor de cuál? ¿O sea cuál tiene más repercusión?
Me parece que La historia y La voluntad, al tener esa estructura de gran relato generan una repercusión, sobre todo en los medios, que quizá tus obras "menores", como pueden ser considerados tus libros de crónicas, no llegan a tener. No sé, no lo tenía pensado así. A veces, hasta me parece lo contrario. Me pareció extraño lo que dijiste. De hecho, a mí me pagan mucho más por escribir crónicas de viajes que por escribir grandes novelas, eso sin duda. Ojalá tuvieras razón: yo estaría de acuerdo, por una especie de ética protestante, por una idea de la laboriosidad. La historia me costó diez años de trabajo, La voluntad tres o cuatro y escribir una crónica es ir a pasear, es robarle el juguete a un niño... muchas veces tengo esa sensación gozosa cuando escribo crónicas. Me acuerdo muy precisamente –yo no sé si es el momento en que se me ocurrió, pero por lo menos es el momento en que recuerdo esa idea–: yo estaba en un mercado en Rangún, que es la capital de Birmania, y dije: "Voy a hacer una página de esas que, en general, me salen bonitas, de descripción de todo lo que está pasando alrededor". Y me senté en el cordón de la vereda y empecé a anotar. Y al cabo de un ratito, cuando había anotado una cantidad de cosas dije: "Esto es robarle un juguete a un niño: esto es sentarse acá, escribir y usar dos o tres truquitos que yo me sé". Era sentarse ahí y registrar. Y... lo que te decía: por esa especie de ética del trabajo me daría bastante pena si lo que me cuesta años de laburo es menos leído y demás que lo que me cuesta... nada.
¿Te queda algún lugar del mundo por conocer?
Sí: me quedan como dos tipos de lugares. Unos son los lugares a donde no tengo ganas de ir que, en general, son los lugares fríos. No me interesan los lugares fríos. Primero por una cuestión de narrabilidad: en un lugar donde está todo el mundo encerrado hay mucho menos contacto y a mí me gusta andar por la calle y que la vida se vea en la calle para poder contarla. Entonces, aunque más no sea por esa cuestión, prefiero los climas calientes. Pero, además, porque me siento bien en el trópico, a mí me gusta llegar al trópico: me gusta llegar a esos aeropuertos donde salgo del aire acondicionado y afuera hace un calor húmedo, muy pesado y digo: "¡Ah! Por fin estoy en mi lugar". Entonces, están todos esos lugares a donde no quiero ir que son Canadá, Escandinavia... Y lo de Escandinavia es un chiste, porque fui a Amsterdam quichicientas veces y, de ahí, son 300 Km más para llegar a Copenhague y nunca tuve el menor interés de hacer esos 300 Km. Y, por alguna razón que seguramente se me pasará con el tiempo, Australia, Oceanía y Nueva Zelanda. No sé: no me interesan por alguna razón, pero capaz que se me pasa. Ya hay como signos de que se me puede llegar a pasar. Y después están los lugares que tengo anotados y a los que todavía no fui y esos, efectivamente, van siendo cada vez menos. Pero quedan bastantes todavía. Ahora voy a ver si el mes que viene (febrero) me voy a Tombuctú: hace años que digo que voy a ir y al final siempre se me cruza algo. Estaba pensando irme el 10, 15 de febrero y acabo de recibir un mail de una entrevista que había pedido con Vargas Llosa y tengo que ir el 8 de febrero a Lima. O sea, que ya se me jodió, lo de irme el 10 ya no funciona. Así que ya estoy mal con de Tombuctú otra vez. Pero espero ir este año.
¿Qué vas a buscar a Tombuctú?
Tombuctú es un nombre que me resuena desde que era chiquito. Todavía en inglés se dice "Irse a Tombuctú": es irse al carajo. Es como el lugar más perdido, durante muchos siglos fue como el lugar más perdido que Occidente consiguió imaginar. Entonces me atrae. Y por otro lado es un lugar absolutamente degradado que era la capital de un imperio esclavista del siglo XV. Está justo en el límite entre el Sahara y África Negra y ahí llegaban las caravanas del Sahara llevando sal y las caravanas del África Negra con esclavos y se cambiaban esclavos por sal. Y fue una ciudad de cientos de miles de habitantes en el mil quinientos y ahora tiene cinco mil. Y nada: y es difícil llegar y hay que ir navegando por el río Níger... tengo ganas de ir. Yo sé que no hay nada, pero también sé que a esta altura puedo ir a un lugar donde no haya nada y contarlo. Nunca había ido al África Negra y estuve el año pasado y la pasé pésimo. Fue bastante desagradable pero bastante interesante.
¿Qué fue lo desagradable?
Lo que pasa es que Asia o las partes de Asia que a mí me gustan -a mí me gusta mucho el sudeste asiático- es como extrema pobreza con una gran tradición detrás. Entonces, se compensa de alguna manera. Quedan esos rastros de la antigua grandeza que le dan pátina a la miseria y que hacen que esa miseria esté hecha también de una serie de tradiciones y de restos culturales atractivos. En cambio en África, no hay nada de eso, en principio. Durante milenios, el África no construyó nada duradero. Salvo, quizá, Tombuctú, por eso quiero ir. Entonces, es pura pobreza contemporánea, quiero decir, lo más guarango que te puedas imaginar. No hay siquiera un viejo templo semiderruido, es pura porquería del siglo XX y eso es muy fuerte.
¿Siempre viajás de manera independiente o alguna vez fuiste con algún paquete turístico o un tour?
No: paquete, paquete, no. Algunas veces fui con invitaciones y me escapé. Una vez fui a Malasia con una invitación de una cámara de productores de aceite de palma. Por alguna razón, creían que lo que les servía era llevarnos a fábricas de aceite y, sobre todo, nos metían mucho en microcines y nos pasaban documentales con cifras, con estadísticas. Y a los dos días de eso les dije: "Miren yo no voy a ir más: si sigo yendo a todo esto no voy a escribir una palabra... así que si quieren que escriba...". Así que me escapé de eso. Me cuesta mucho pergeñar mis intenciones con las de la gente. De hecho, cuando viajo para contarlo, viajo solo. Me parece que es una locura personal y no tengo por qué arrastrar a nadie.
Vos que viviste en varios lugares del mundo, que viajaste tanto ¿por elegís vivir en Argentina hoy con corralito, bancarización, etc.?
Mirá: tengo dos líneas de respuesta. Por un lado, tengo un hijo de diez años y quiero vivir en el mismo lugar que él. Esa es la más decisiva. Y por otro lado, a veces más y a veces menos, sigo teniendo la sensación de que quiero hacer las cosas acá. A veces menos, últimamente menos. A veces pienso que si no fuera por la cuestión de mi hijo me iría dos o tres años a vivir a algún lado habiendo tantos lugares interesantes en el mundo. Pero también quiero participar desde mi trabajo: seguir escribiendo, pensando, hablando. También fui al obelisco el jueves, cuando tiraban gases, pero me parece que lo central de lo que puedo hacer es escribir una cosa, pensar alguna otra.
Ir a Índice
No hay comentarios.:
Publicar un comentario