jueves, agosto 17, 2006

"Quizás en un mundo de comunicación e información sea necesario decir las cosas de otra forma, para llegar donde hay que llegar: a la conciencia del lector". José Saramago


La hora de los charlatanes

Jean Baudrillard afirma:
a) La realidad real no existe
b) Ha sido reemplazada por la realidad virtual (creada por imágenes de la publicidad y por los grandes medios audiovisuales)

- La información es un material que cumple función opuesta a la de informarnos sobre lo que ocurre en nuestro derredor.
- La información suplanta y vuelve inútil el mundo real de los hechos y las acciones objetivas (ofrece versiones clónicas).
- La información llega a nosotros a través de la TV, seleccionadas y adobadas por los profesionales de los media, quienes hacen las veces de lo que antes se conocía como realidad histórica (conocimiento objetivo del desenvolvimiento del mundo).
- Las ocurrencias del mundo no pueden ser objetivas:
a) Nacen socavadas en su verdad y su consistencia ontológica
b) Son las únicas admisibles y comprensibles para una humanidad domesticada por la fantasía mediática, dentro de la cual nacemos, vivimos y morimos
c) Las ‘noticias’ de la TV, además de abolir la historia, aniquilan el tiempo. Matan toda perspectiva sobre lo que ocurre
d) Son simultáneas con los sucesos sobre los que supuestamente informan
e) Vivimos la era de los simulacros

(El lenguaje de la pasión, Mario Vargas Llosa, Peisa 2001)


Caca de elefante
(Refutación a Baudrillard)

“Que vivimos en una época de grandes representaciones que nos dificultan la comprensión del mundo real, me parece una verdad como un templo. ¿Pero no es acaso evidente que nadie ha contribuido en enturbiar nuestro entendimiento de lo que de veras está pasando en el mundo, ni siquiera las supercherías mediáticas, como ciertas teorías intelectuales que (…) pretenden incrustar el fuego especulativo y los sueños de la ficción en la vida?”.

Baudrillard afirmó: “El escándalo, en nuestros días, no consiste en atentar contra los valores morales, sino contra el principio de realidad”.

“Suscribo esta afirmación con puntos y comas. Me da la impresión de una involuntaria y feroz autocrítica de quien (…) invierte su astucia dialéctica y los poderes persuasivos de su inteligencia en probarnos que el desarrollo de la tecnología audiovisual y la revolución de las comunicaciones en nuestros días han abolido la facultad humana de discernir entre la verdad-la mentira, la historia-la ficción, y hecho de nosotros los bípedos de carne y hueso extraviados en el laberinto mediático de nuestro tiempo, meros fantasmas automáticos, piezas de mecano privados de libertad y conocimiento y condenados a extinguirnos sin haber siquiera vivido”.

“… en el caso de la pintura es el sistema el que está podrido hasta los tuétanos, y muchas veces los artistas más dotados no encuentran el camino del público por ser insobornables o simplemente ineptos para lidiar con la jungla deshonesta donde se deciden los éxitos y fracasos artísticos”.

(El lenguaje de la pasión, Mario Vargas Llosa, Peisa 2001)

Nuevas inquisiciones

“Los virus del sensacionalismo impregnan ahora toda la atmósfera que respiran los diarios británicos, y no siquiera los que pasan por sobrios y serios –The Times, The Daily Telegraph, The Independent, The Guardian– están inmunizados contra ellos”

“Y es así porque la demanda por ese producto es universal e irresistible. El órgano de información que se abstuviese de modo sistemático de suministrarlo a sus lectores se condenaría a la bancarrota”.

“No se trata de un problema, porque los problemas tienen solución y este no lo tiene. Es una realidad de nuestro tiempo ante la cual no hay escapatoria”.

“El periodismo escandaloso, amarillo, es un perverso hijastro de la cultura de la libertad. No se le puede suprimir sin infligir a esta una herida acaso mortal”.

“La raíz del fenómeno está en la banalización lúdica de la cultura imperante, en la que el valor supremo es ahora divertirse, entretenerse, por encima de otra forma de conocimiento o quehacer”.

“La prensa sensacionalista no corrompe a nadie, nace corrompida, vástago de una cultura que, en vez de rechazar las groseras intromisiones en la vida privada de las gentes, las reclama porque ese pasatiempo, olfatear la mugre ajena, hace más llevadera la jornada del puntual empleado, del aburrido profesional y la cansada ama de casa”.

“La frivolidad es la reina y señora de la civilización posmoderna”.

(El lenguaje de la pasión, Mario Vargas Llosa, Peisa 2001)


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La responsabilidad del escritor

“Creo que la responsabilidad del escritor se ciñe a dos palabras: imaginación y lenguaje. Y que la contribución a la imaginación y al lenguaje es la contribución social del escritor. Porque una sociedad sin imaginación y sin lenguaje cae muy pronto presa de las tiranías. Lo primero que atacan Hitler o Stalin son los escritores: los encarcelan, los matan, los exilian… Por algo será”.

– ¿Qué opinas del papel que están jugando los medios en América Latina?
– Pienso que toda forma de comunicación siempre puede ser mejor que lo que es.
a) Por un lado, hay un problema de contenidos (seguimos siendo más receptores que emisores). Estamos siempre reproduciendo, inclinándonos ante lo que nos mandan y no generamos noticias; ahí hay un trabajo tremendo por hacer.
b) Y siento que solemos ser mejores en las páginas editoriales que las de información. Eso me preocupa mucho. Lo básico es informar todos los días y saber definir qué es una noticia.

(Carlos Fuentes en entrevista con Martín Caparrós, Revista Poder 15-1-2002)


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"La autocensura existe porque los periodistas dependen económicamente de su medio"

Román Cendoya
Columnista de La Razón y tertuliano radiofónico


“No hay mayor prostitución que utilizar algo tan sagrado como es el papel prensa para convertirlo en arma terrorista”

“La libertad de prensa lo que tiene que ser es la libertad de empresa”

“El periodismo objetivo no existe. Lo que hay es periodistas honestos”

Por Elena de Regoyos


Periodista Digital
20/01/05


De tener una empresa de servicios se pasó al sector de la comunicación, sin haber estudiado periodismo. ¿Cómo fue este salto?
Es una evolución natural. Creé una empresa de comunicación y a partir de entonces y hasta hoy siempre me he vinculado a las empresas de comunicación y la consultoría de comunicación, que es lo que tengo y en lo que trabajo.

¿Ser empresario y periodista al mismo tiempo le supone un conflicto en algún caso?
Tengo absolutamente lobotomizado el cerebro. Por un lado está la parte de periodista, que se hace preguntas y se responde sobre la información, y por otro lado, guardarte la información que tienes como consultor de comunicación.

Se dice de usted que es una persona muy influyente en el Partido Popular, ¿está de acuerdo con esa descripción?
No, en absoluto. Una de las cosas que hacía mi agencia de publicidad en su día en el País Vasco era el diseño de las campañas electorales del Partido popular cuando nadie quería hacerlas.

¿De qué época está hablando?
Empecé a hacer la de Gregorio Ordóñez. La primera que hice fue la de las municipales de 1987, para AP. Ya nadie les votaba, pero me parecía indignante que un partido político no tuviera quien le hiciera las campañas electorales. En 1989, cuando se refunda el Partido Popular, empiezo a hacer las campañas electorales en el País Vasco, municipales, etc., continuamente. Era una forma de protestar contra la situación que se vivía en el País Vasco.

¿Esa es toda su relación con el PP?
He sido director de Comunicación en el ministerio de Agricultura con Loyola de Palacio, director de campaña y asesor de Mayor Oreja y del ministro Arias Salgado. Es decir, profesionalmente he trabajado mucho con el Partido popular. Efectivamente, cuando te dedicas a hacer mensajes, campaña y estrategia, pues acabas teniendo influencia, sí.

Es decir, sí que es influyente en el Partido popular.
No soy del PP, yo le doy opinión. Pero no estoy en el comité de nada. Lo que pasa es que se me tiene en consideración si digo algo, eso es verdad.

¿Le han ofrecido meterse más de lleno en la política?
No, realmente no. Nunca he ejercido política ni me he presentado a unas elecciones. Los periodistas no podemos militar en los partidos políticos. Creo que podemos realizar funciones con ellos, pero de carácter accesorio. Un partido político y un Gobierno te pueden nombrar director de Radio Nacional de España, y recuperas tu independencia el día que cesas. Pedro Piqueras es tan independiente como José Antonio Sentis.

Objetividad

¿Ocurre lo mismo cuando te contrata un periódico, que tienen igual, o más, ideología que un partido?
Obviamente, el periodismo objetivo no existe. Lo que hay es periodistas honestos. La objetividad, en cuanto depende de la actividad de un individuo es subjetividad. Si cinco compañeros vemos un atropello de una señora en la Castellana, cada uno daría la noticia con un matiz diferente.

¿Aceptar que la objetividad no existe no implica un cierto relajo a la hora de intentar aproximarse a ella?
Hasta en relatar como se abre una margarita en el campo, cada uno lo ve de una manera distinta. Yo hablo de honestidad a la hora de contar las cosas.

¿Está de acuerdo con que los medios de comunicación se atrincheren, cada vez más, en su ideología?
La libertad de prensa lo que tiene que ser es la libertad de empresa, es decir, tan sencillo como que sólo existe el periodista independiente puro el día que uno sea capaz de tener los recursos suficientes para editarse a sí mismo, producirse a sí mismo y, encima, no tener que incorporar publicidad.

¿Y eso sería factible?
No. Por eso, pero a partir de ahí lo que tenemos que hacer es ser honestos. Es decir, si yo estoy en la COPE, como estuve, y un día digo que los obispos no creen en Dios, como Gregorio Ordóñez decía, pues me echan. Y te vas, pero lo asumes.

¿El periodismo español actualmente es honesto?
Yo creo que sí. Los periodistas son honestos y las empresas también. Yo sé que El País sirve a quien sirve, la COPE sirve a quien sirve, El Mundo sirve a quien sirve y La Razón, pues también creo que sé a quién sirve.

Se puede servir a alguien con honestidad, pero si ese al que sirves no es honesto... ¿Sigue siendo todo honesto?
No, a mí me parece que el cierre del diario Egin es maravilloso y que los periodistas tendríamos que agradecer que se cerrara, porque para mí no hay mayor prostitución que utilizar algo tan sagrado como es el papel prensa para convertirlo en arma terrorista. No era un periódico, disfrazaban un periódico para utilizarlo como medio de dar instrucciones a los comandos terroristas.

Libro de estilo de El País

¿Qué le parece El País, como periódico?
Hace años le devolví al director su manual de estilo, cuando era un libro que yo había utilizado como manual de lo que era y lo que había que hacer en el periodismo. En mi experiencia profesional sufrí lo que hace El País, exigí una rectificación demostrada y no la hizo, y en lugar de ponerla como dice en su manual de estilo, no lo cumplió, así que se lo devolví.

¿De qué caso me está hablando?
De un caso concreto, cuando yo era director de comunicación del ministerio de Agricultura con Loyola de Palacio. El País publicó que se había organizado un concurso público para la venta de crucifijos en los despachos. Obviamente ni hubo concurso público ni nada de eso. Le exigí una rectificación, siguiendo el manual de estilo del periódico y, bueno, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Prisa, como empresa, tiene derecho a hacer eso. Ahora, los demás tenemos derecho a contarlo.

¿Y contarlo de qué sirve?
Nuestra función es contarlo, si se consigue algo o no está en la libertad del lector. A los lectores de El País, militantes de la lectura de El País, les importa un carajo. La visión que yo tengo es mucho más libre y empresarial que eso. A mí me han echado de casi todas partes y nunca he protestado. A veces le eres útil a la empresa para la que trabajas y en otros casos dejas de serlo, eso es así y hay que aceptarlo.

¿Los medios españoles respetan la libertad de expresión?
A mí nunca me han dicho lo que tengo que decir ni me han censurado en lo que he dicho. Pero me han echado. Digo lo que pienso y asumo la responsabilidad. Eso es la libertad de expresión. Yo creo que la gente se autocensura mucho más de lo que es necesario. También es verdad que compatibilizar una actividad empresarial con el periodismo, y tener una independencia económica, te da mucha libertad. A mí me da enorme tranquilidad saber que si mañana me echan de los medios en los que estoy, mi ritmo de vida no se altera. Eso es lo que más libertad te da.

¿Qué opina de las críticas que se le hacen a La Razón, referidas a su extremismo y sensacionalismo?
El que piense que La Razón es extremista, igual él es el extremista. El que piense que es sensacionalista, pues es gente que con lo cotidiano se escandaliza. Todo depende de los niveles de sensibilidad de cada uno.

¿Cómo define usted La Razón?
Un periódico entretenido, ágil, fresco y muy plural. La lista de colaboradores de más amplio espectro de España lo tiene el diario la Razón.

¿Está de acuerdo con que la prensa de papel está en crisis?
Pues claro. Primero está buscando un nuevo rol. Tú antes llegabas al quiosco y te enterabas con la primera plana de cualquier noticia. Hoy nunca llegas al quiosco y te enteras de una nueva noticia. Te enteras por internet, por la gente o por la radio. Y luego, no se quiere pagar un periódico por lo que vas a leer en el metro en 20 minutos cuando tienes los gratuitos, o lo puede ver en Internet o se lo pueden contar por la radio.

¿Cuál es la solución? ¿O es una crisis sin solución?
La reconversión. Hay que adaptarse a los tiempo.

¿Cómo se debe adaptar a estos tiempos?
Siguiendo en la calle y buscando cosas que interesan a la gente.

¿Se sabe lo que interesa a la gente?
Hay que ser útil. La gente necesita información más corta. El columnismo tiene que ser de otra manera. Es decir, que si haces noticias cortas lo que tienes que tener es una agenda amplísima de gente, que pueden ser desconocidos para el común de los mortales, que puede dar una opinión de cinco líneas. Lo que pasa es que las firmas todavía venden más que la opinión verdadera.

Vivir amenazado

¿Para los columnistas, hay feedback con los ciudadanos?
Claro, positivo y negativo. Desde los que están muy a favor hasta los que te amenazan de muerte, pero qué le vemos a hacer. A mí, los jueves en el Gara me valoran mis columnas.

¿Siempre? ¿Cómo?
Prácticamente siempre. Hay un resumen de prensa de Mayte Soroa, que es un pseudónimo, y cada miércoles que escribo sobre el tema vasco, el jueves está comentado.

¿Qué comentan?
Pues barbaridades. Te llaman amanuense. Cuando uno tiene una opinión política, la gente piensa que escribes al dictado: “ha cubierto su cuota de lo que le pagan...”. No, perdón, a mí me pagan por mi trabajo y yo digo lo que creo que tengo que decir. Y ya está. El problema es que hay gente que debe de vivir de lo que le pagan para que diga cosas, y cree el ladrón que son todos de su condición. Pero no me afecta, ni a favor ni en contra. Está ahí y hay que tomárselo con mucha calma.

No debe de ser fácil mantener la calma estando amenazado.
No, pero a mí lo que me produce enorme incomodidad es tener que vivir con medidas de protección. Lo que más me gustaría es no tenerlas.

¿Desde cuándo las tiene?
Depende, he pasado por todo tipo de estadios. Cuando vivía en San Sebastián la tenía. Me vine a Madrid y viví libremente y una nueva situación ante ETA me obliga a tener medidas, que son de un tipo en Madrid y protección absoluta, con coches, escoltes, etc. En el País Vasco. En el País Vasco vivo absolutamente blindado y protegido. Lamentablemente no puedo vivir de otra manera.

¿Va habitualmente al País Vasco?
No, cada vez menos.


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"La ficción y la historia no son alérgicas la una a la otra sino que, en ciertos casos, pueden fundirse en la realidad como una pareja de amantes en su lecho de amor". Mario Vargas Llosa


«En información internacional no hay un solo medio español que dé la talla»

Florentino Portero
Profesor de la UNED y analista del Grupo de Estudios Estratégicos

«Alguien tiene que hacer el proceso de análisis de la realidad y dárnoslo condensado, masticadito, con la digestión ya hecha»

«Se nos va el tiempo leyendo, pero al cabo de 20 horas hemos aprendido muy poco. ¿Por qué?, porque son datos que no siempre sabemos interpretarlos»

Por Arturo Díaz
Periodista Digital
31/01/05

Florencio Portero critica sin tapujos la manera de informar sobre la actualidad internacional de los medios españoles. Con gran seguridad, Portero no rehúye las preguntas comprometidas desde su experiencia como uno de los expertos del Grupo de Estudios Estratégicos, auténtico think tank de análisis de la actualidad internacional. El historiador y profesor de la UNED añora la época en la que los "corresponsales de guerra experimentados informaban de los conflictos enmarcándolos en su contexto", con todo el color y los matices necesarios para interpretarlos. Portero asegura que para conocer lo que pasa en el mundo hay que salir de España y acudir a los medios extranjeros.

¿La información internacional que ofrecen los medios españoles le parece suficiente... falla en algo? ¿Están informados los españoles sobre lo que ocurre en el mundo?

Es una pregunta difícil de contestar. Informar bien es sencillamente imposible. La realidad es tan densa, tan compleja, con tantos componentes, que ninguna persona, por muy buena formación que tenga, por mucha voluntad que le ponga, puede hacerlo realmente bien. La información en España no es desde luego la mejor del mundo. Dista mucho de la que se da en algunos países que tienen más experiencia.

Los mayores déficits de los periodistas españoles son: en primer lugar, la falta de conocimiento histórico, que hace que se fijen en temas muy puntuales, muy concretos, pero que no sean capaces de enmarcarlos correctamente y de entender todo lo que hay detrás.

En cuanto a las empresas…La calidad de información depende hoy de la no voluntad de las empresas más que de los déficits profesionales de los periodistas. En España, las empresas periodísticas actúan interpretando la demanda de la que viven y quieren proporcionar a sus lectores o espectadores aquello que esperan. Me parece que la distorsión viene fundamentalmente del mundo de las empresas, y es verdad que uno sabe exactamente y con anticipación lo que va a decir un canal u otro, o cada periódico. Esto no es una buena noticia.

El columnista de El País Miguel Ángel Bastenier dice que es normal que los medios españoles presten más atención a un accidente de tren con heridos graves en Francia que a un golpe de Estado en Chad, por ejemplo… ¿Por qué se presta tan poca atención a la actualidad internacional de ciertas zonas?

La selección de la información depende de la evaluación que hacen del ciudadano y de la identidad que el ciudadano tiene de sí mismo. Si un español se considera fundamentalmente español y un poquito europeo y poco más, como era en 1950, es normal que cualquier cosa menor en Tarragona tuviera más importancia que una guerra civil en el centro de África. Poco a poco el español ha ido haciéndose más y más europeo compensando, quizás, la pérdida de identidad española.
El europeo, con la excepción de los ingleses suele ser profundamente provinciano, es decir, que el planeta nos sigue pareciendo muy grande, y nosotros queremos acotar la realidad en nuestro territorio, Europa. Rehuímos conocer la realidad de más allá por la sencilla razón que pensamos que saber mucho puede llevar a involucrarnos en temas que sólo nos traigan desgracias. Hay un acto de cobardía, de autoprotección en ello.

¿Qué medio de comunicación recomendaría usted a una persona que sí quiera enterarse de lo que ocurre fuera?

Si un español quiere conocer lo que pasa en el mundo, debe acudir a la prensa internacional. No hay un solo medio español que dé la talla, ni siquiera por aproximación. También es cierto que en Europa hemos ido hacia atrás; ahora hay menos medios de los que había antes.
Casi con exclusividad, Financial Times es el único periódico realmente importante en el mundo, que sigue lo que ocurre en todas partes. Los medios europeos van perdiendo peso e interés en el mundo, por razones que a mí se me escapan.

Si una empresa española decide hacer una buena información internacional, ¿encontraría los medios y los periodistas para realizar esa cobertura?

Los periodistas como todas las personas, son entes dinámicos. Al principio, ese medio encontraría dificultades para encontrar a la gente idónea, pero esa plantilla se iría formando poco a poco, si se les da tiempo para preparar cada reportaje, es decir, si tienen tiempo para preparar antes y después su información, y si se les incentiva el aspecto informativo y menos el de opinión, si se sienten más libres y profesionales.
Crear una buena cadena de televisión, como la BBC de los buenos tiempos, no se improvisó; tardó tiempo, pero al final fue algo realmente espectacular, un hito en la historia de la información. Ese hito costó levantarlo y está costando destrozarlo.

¿La información que ofrecen los periodistas de un conflicto internacional es capaz de cambiar su curso, o incluso de propiciarlo como ocurrió con la información que daba el imperio periodístico de Hearst sobre Cuba antes de la guerra de 1898?

Definitivamente sí, y cada vez más. Los medios de comunicación son cada vez más importantes. Es verdad que durante las campañas electorales los medios de comunicación no tienen la capacidad que ellos creen tener, pero sí tienen una enorme capacidad de influencia. Por una sencilla razón, que es que el mundo es más grande, es más complejo de entender. Ahora queremos saber sobre cosas de las que antes ni nos molestábamos.
Como no tenemos tiempo, alguien tiene que hacer el proceso de análisis de la realidad y dárnoslo condensado, masticadito, con la digestión ya hecha. Y esa función le corresponde a los medios de comunicación. Si éstos se empeñan de forma mayoritaria en una línea de interpretación de la realidad, esa línea tiende a triunfar.

¿Por ejemplo?

El caso de la guerra de Vietnam: el Viet Cong nunca ganó nada durante la guerra, salvo la guerra, y eso fue porque Estados Unidos perdió la batalla de las ideas en su territorio, no en el campo de batalla, y ahí tuvieron mucho que ver los medios de comunicación.
Desde entonces hasta hoy, hemos visto eso en más de una ocasión, y yo creo que en el futuro será aún más evidente. Los medios de comunicación influyen porque definen la realidad y porque cada vez más las empresas determinan los criterios sobre la función profesional de los periodistas.

¿Ha cambiado el modo de informar de los periodistas de información internacional por la extensión de Internet?

Sí, en la inmediatez. Antes, el periodista tenía más tiempo para documentarse aunque tenía menos acceso a la información directa. Eso hacía que el reportaje tuviera menos elementos de la realidad inmediata pero mayor documentación, mejor marco. Ahora el periodista tiende a ser más de agencia; te cuenta lo inmediato pero no siempre sabe cómo enmarcarlo correctamente.

¿Y los blogs, la información inmediata por Internet? ¿Supone un paso atrás por no tener el tiempo de añadir contexto a la noticia, ese marco del que habla usted?

Exactamente. Ahora se nos va el tiempo leyendo, pero al cabo de 20 horas de lectura hemos aprendido muy poco. ¿Por qué?, porque son datos de aquí o allá, que no siempre sabemos interpretarlos.
Hay un ejemplo, el del Wall Street Journal, que es uno de los cinco grandes diarios del mundo, el segundo en ventas de Estados Unidos, y el primero de los de calidad. Es un diario que tiene la tradición de publicar textos muy largos que recogen muchos aspectos relativos a una sola cosa. Otros medios, en cambio, sobre una crisis prefieren hacer tres o cuatro artículos breves pero distintos. El Wall Street Journal entiende que lo que tiene que hacer es dar a su lector una visión de conjunto lo más total posible de ese hecho. Creo que ese es el gran reto de la información de calidad en el siglo XXI: explicarnos una noticia, enmarcárnosla correctamente, con todo su trasfondo, con todas sus implicaciones.

¿Hace alguien es España ese análisis profundo?

El País tiene la tradición de publicar de vez en cuando grandes artículos sobre algún tema. Es un intento ambicioso que choca con el problema de que está tan cargado de ideología y de prejuicio que va mucho más allá de informar. El País no se plantea informar, la gran vocación de El País es formar.

Pero, ¿no es la información internacional la más desideologizada de un medio de comunicación? ¿Por qué habrá de aplicarse ideología a la información sobre lo que pasa en Bolivia?

Recuerdo cuando era joven, cuando vivía el general Franco y el régimen estaba muy activo, las páginas de internacional de los periódicos vivían en un mundo autónomo a los de la sección de nacional. Desde luego era un ambiente más fresco, más libre y uno podía acercarse a otras realidades con una mentalidad más abierta. En los años posteriores hemos viendo cómo esa distancia entre lo interior y lo internacional ha ido reduciéndose hasta desaparecer, y que ahora la voluntad de formación ideológica afecta tanto a las páginas de nacional como de internacional.
Yo creo, y es una mera especulación porque no me dedico a esto, que se debe al fenómeno general de la globalización. Es decir, hemos entendido que no existe política exterior y política interior, sino que sólo existe política, y que lo exterior afecta ya de forma definitiva a lo interior. Hablar de Bolivia en el fondo es hablar de España, y del papel de Estados Unidos en el mundo, y del papel de los organismos internacionales; por tanto, ya todo se ve con el mismo prisma y se busca emitir una visión coherente del mundo.

¿La información sobre Marruecos en España está ideologizada?

Sí, y de manera contradictoria porque dependiendo del día y del tema, se nos presenta Marruecos como un amigo o como un enemigo.
Hay un caso muy bonito: yo invito a cualquier persona a entrar en una hemeroteca y repasar la colección del diario El País sobre Marruecos. Este país pasa de ser atrasado y tener un gobierno dictatorial y corrupto que fomenta involuntariamente el islamismo y se convierte en un bloqueo para la modernización de su propia sociedad. Y de pronto se convierte en un país amigo, colaborador en la lucha contra el terrorismo, etcétera. Es el ejemplo de que criterios político-empresariales afectan al día a día de la redacción.

Le Monde, cuando habla de Marruecos y de África Occidental Francesa informa en ocasiones según conviene a la política francesa, como si esas zonas fueran su patio trasero…

Depende del momento, del director, de lo saneadas que han estado sus cuentas. Le Monde ha tenido momentos ilustres en su historia, pero ahora está en un momento muy bajo. Desde luego hay periodos que no son ejemplares en la historia de este periódico. Pero claro, en el discurso oficial francés siempre hay una contradicción permanente entre el interés por el tercer mundo y el dar cobertura a la política exterior francesa en África, la menos ejemplar de las conocidas.

Deme un caso que muestre esta dualidad.

La crisis de Costa de Marfil es una revuelta contra los intereses de Francia en la zona, contra el despotismo francés; bien, pues eso no nos lo están contando. Nos dicen que hay bandos, que hay unos y otros, pero no nos cuentan el papel que está jugando la reacción contra la influencia de Francia, y es fundamental. Eso es lo fundamental.
En términos generales, aunque sea injusto generalizar porque ha habido momentos en que los periódicos se la han jugado contra el Gobierno de turno, la prensa francesa es más francesa que prensa.

¿Está bien explicado dónde está Faluya o qué es el triángulo suní? Sabe el espectador de un telediario lo que necesita para entender una noticia.

Lo curioso es que ha habido momentos en que Televisión Española ha sido muy didáctica. Tanto durante la época de Franco como al principio de la democracia hubo un enorme esfuerzo por explicar: siempre había un mapa detrás del presentador con las ciudades fundamentales, pero hoy se cuida menos esto.
Yo creo que la gente no tiene ni idea de dónde está Faluya. Todos los días nos dicen que Irak es un desastre. Bien, en sólo cuatro de las 18 provincias hay muy serios problemas. ¿Cuántos ingleses han muerto en Irak desde que terminó la fase puramente militar?, muy poquitos. No hay realmente un esfuerzo por explicar por qué hay problemas en Mosul, y no los hay en el resto del Kurdistán.

¿Qué aconsejaría a un periodista español que se quisiera dedicar a la información internacional?

Le diría que ampliara estudios de historia internacional y de ciencia política. También que se acostumbrara a leer muchos otros periódicos y televisiones y que pasara temporadas en países donde tienen una larga tradición de información internacional, para aprender el oficio de quien lo conoce, no de quien debería mejorar.

Antes citó al Financial Times, algún otro medio que haga buena información internacional.

Bueno, la cadena de televisión por excelencia en este campo es la CNN International, que es diferente de la nacional. Dan informaciones distintas, porque la empresa entiende que la demanda a la que sirve cada una es distinta y no tiene ningún rubor en dar temas diferentes y dar opiniones contrarias en cada una.
El Financial Times, de nuevo, también es un caso interesante. De ser un periódico para la élite de la City, se adaptó a una clientela de las finanzas europea y estadounidense. Ahora sabemos que es el único periódico europeo posible porque es en inglés y tiene el rigor suficiente para que un húngaro o un francés lo quieran comprar. Ellos han entendido esto y han cambiado su línea editorial hacia posiciones cercanas a la izquierda moderada, en un giro puramente empresarial. No es un periódico conservador.

¿Qué opina usted de los periodistas empotrados con las tropas estadounidenses cuando éstas invadieron Irak?

Algunos mantuvieron un nivel profesional muy alto, gente con experiencia en otras guerras y que conocen lo que es un soldado en el campo de batalla: sus miedos, sus inseguridades, el no entender qué está pasando, el no saber qué va a ser de su vida en los próximos minutos y otros periodistas más jóvenes e inexpertos que no son capaces de entender lo que está ocurriendo. Éstos son los que se fijan en que el soldado está mirando las piernas de una periodista…
Un buen medio de comunicación colocara a su gente en todos los puntos posibles para así, sumando perspectivas dar una visión lo más amplia posible. Pero es una vergüenza que haya medios que nos quieran contar lo que pasa en Irak por una persona que no sale de la famosa “área verde” de Bagdad, sin mezclarse con la gente, lo que es lo mismo que si estuviera en Cincinnati.


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miércoles, agosto 16, 2006

La diferencia de estar allí

"Cuando hablamos de los hombres 'que hacen la historia', queremos decir que en alguna medida han alterado el curso de la vida. Pero el hombre que tengo al lado está por encima de semejantes sueños ridículos. Sabe que el hombre no altera nada: ni siquiera su propio yo. Sabe que el hombre sólo puede hacer una cosa y que ése es su único fin en la vida: ¡abrir los ojos del alma! Sí, el hombre tiene esa alternativa: dejar que entre la luz o mantener los postigos cerrados. Al escoger, el hombre actúa. Ese es su papel respecto a la creación". Henry Miller


La diferencia de estar allí



Del costumbrismo a la historia del presente:
los desafíos del periodismo narrativo en el Perú

Toño Angulo Daneri*

La crónica, esa hija incestuosa de la historia y la literatura, existe desde mucho antes que el periodismo. Nació de dos voluntades, la de narrar y la de comprender el mundo, que una forma equivocada de concebir el periodismo moderno ha diluido para dar paso a una tercera, a menudo dogmática y excluyente: la voluntad de dar información. El periodismo que hoy predomina es como el nieto necio y testarudo de la crónica que se resiste a aceptar lo mejor de la herencia de su abuela. Es un periodismo de notaría, que certifica lo que alguna gente importante dice y da cuenta de lo que ocurre, pero no cuenta ni explica nada. La noticia, en esencia, no tiene antecedentes ni consecuentes. No tiene por qué ser seguida ni profundizada porque perdería el interés de lo único, insólito e irrepetible. En fin, es un periodismo para la amnesia que echa al olvido una de sus responsabilidades sociales más necesarias: ser una memoria de su tiempo.
Hayden White, un ensayista estadounidense, dice que lo único que el hombre puede entender verdaderamente son los relatos: lo único que perdura en la memoria y se transforma en conocimiento. White lo explica mejor que nadie: "Podemos no comprender la filosofía o los sistemas de pensamiento de otra cultura, pero tenemos mucha menos dificultad para entender un relato que procede de otra cultura, por más exótica que nos parezca". Así, narrar una realidad es lo mejor que uno puede hacer por entenderla –y por hacer que otros la comprendan. Tomás Eloy Martínez recuerda además que narrar tiene el mismo origen remoto que conocer: una palabra del sánscrito, gna, que significa conocimiento. La diferencia con el simple afán por informar es obvia. Es como decirle al lector: “No me interesa que comprendas. Me basta que te des por enterado”. ¿En qué momento los periodistas peruanos se quedaron dormidos en la parte más interesante de la película?
Los cronistas que nos han contado la conquista del Perú y América, como Cieza de León, Pedro Pizarro y Bernal Díaz del Castillo, fueron testigos y protagonistas de los hechos que narraron. Ésta es otra idea clave: ser testigo, no sólo mero recopilador y transmisor de datos. O mejor dicho: estar allí, vivir los acontecimientos para compartirlos a través de un relato que es a la vez histórico, literario y –me atrevería a decir por lo tanto– periodístico. Aquellos cronistas relataron no sólo lo que vieron y escucharon, sino también lo que sintieron, comieron, olieron, percibieron y tocaron. Mario Vargas Llosa los ha comparado con los que vinieron después, como Garcilaso Inca de la Vega y el padre De las Casas, y ha resaltado en los pioneros el valor de la inmediatez periodística. Es decir, aunque tuvieron que escribir sobre lo que ocurría en ese preciso instante, ello no fue pretexto para una falta de ambición abarcadora por entenderlo todo, incluidos el antes y el ahora. Hay rigor en los cronistas de la conquista, y una determinación insobornable por narrar la realidad en su totalidad.
Alguien que ha dedicado casi toda su vida a estudiar esas crónicas, el historiador japonés Hidefuji Someda, dice que la palabra crónica se empleaba en ese entonces como sinónimo de historia. “Menos cronológica, pero con el espíritu crítico y la intención de investigar y aclarar la verdad, no sólo de los acontecimientos contemporáneos [de esa época], sino del tiempo pasado”. Es claro que si tratáramos de comprobar esas verdades a partir de los criterios de la objetividad periodística que se enseña hoy en las universidades y escuelas, ningún cronista de los siglos XVI y XVII pasaría la prueba. Ellos mezclaron la información con sus juicios personales, los sucesos con las ideas de su tiempo, y la realidad con la fantasía de los mitos y las leyendas que escuchaban a su paso. ¿Pero acaso sus crónicas no tienen hoy el valor de documentos históricos de aquella época? La respuesta es sí y el argumento es evidente. Más allá de las sirenas que algunos creyeron ver en el Amazonas, los animaba una vocación honesta: comprender y narrar con la mayor amplitud posible una realidad fabulosa que no se parecía en nada a la que habían conocido hasta ese momento.
Desde aquel entonces, la buena crónica ya había definido las virtudes del mejor periodismo de siempre. Investigación exhaustiva y escrupulosa. Sentido histórico del tiempo y el lugar en que ocurrieron los hechos. Imaginación para observar la realidad en escenas, episodios e imágenes (teniendo en cuenta que imaginación proviene precisamente de la palabra "imagen"). Acercamiento crítico a las fuentes de información. Argumentación lógica. Narración clara y vigorosa. Escepticismo –o dudar y formular preguntas acerca de todo– como única declaración de fe. Punto de vista personal (de quien es testigo) y explícito. Honestidad con los personajes haciendo que se comporten en la crónica tal como vivieron sus vidas en la realidad. Y, por supuesto, una aspiración irrenunciable por comprender y hacer que otros comprendan. Así, si la crónica es la abuela del periodismo moderno, es claro que el periodismo nació para relatar historias.
Albert Chillón, un catalán considerado como uno de los investigadores más implacables del periodismo narrativo, ha firmado una partida de nacimiento común entre el periodismo y la novela moderna. Para él, “El diario del año de la peste” que Daniel Defoe publicó en 1722 es la primera crónica novelada que se conoce. Dice Chillón: “Todo el libro revela el esfuerzo del escritor para conjugar la exigencia de rigor informativo con la de construir un relato en el que las cifras, los testimonios, los datos, los lugares y los personajes adquiriesen relieve, volumen y densidad”. Defoe narra exhaustivamente la epidemia de peste bubónica que enfermó y mató a miles de británicos en Londres allá por 1665. Se comporta como un testigo que cuenta, informa y describe. Muestra e interpreta los hechos. Trata de comprender y comprende. Su libro es historia y literatura, pero además, en esencia, es una crónica. Por lo tanto, “El diario del año de la peste” es un ejemplo del mejor periodismo de todos los tiempos.

Hace poco, un amigo me preguntaba por qué los cronistas peruanos de esta época escribimos como los narradores costumbristas del siglo XIX e inicios del siglo XX. El costumbrismo se entiende casi como una mala palabra en el Perú. Hasta se cuenta una broma que dice que si Kafka hubiese nacido en este país, habría sido un escritor costumbrista. Lo que mi amigo sutilmente quería decirme es que, sin hacer mayores esfuerzos por comprender íntegramente la realidad, los cronistas de hoy pintamos cuadros fragmentarios y superficiales a partir de una anécdota sencilla e insignificante, que en verdad dice poco del tiempo y el lugar en que nos ha tocado vivir. Este amigo es escritor y se gana la vida cazando errores ortográficos y de sintaxis en varias publicaciones de Lima, de manera que ha leído y lee lo suficiente para que su pregunta no fuese respondida así nomás, al desgaire. Por eso no le respondí.
Recuerdo que alguna vez defendí el costumbrismo usando como escudo esta idea de Carlos Monsiváis en clave de bolero: “Nuestras costumbres son la primera utopía que inadvertidamente habitamos. Son el molde imprescindible para averiguar nuestra identidad y vislumbrar nuestro porvenir”. Sin embargo, ahora que lo pienso, he de confesar que sí creo que el mayor defecto de la crónica que se escribe hoy en el Perú es el mismo que tiene el periodismo objetivista que, en teoría, debería refutar: la superficialidad. Las pocas crónicas que se publican en los diarios peruanos se quedan en la gloria y las miserias del anecdotismo. Peor: del pintoresquismo. Es como si a los editores y escritores de crónicas nos interesara mirar el país –y esto es, a lo mucho Lima, la capital– sólo para descubrir entre sus pliegues a los personajes y las situaciones más banales con la única condición de que sean entretenidos a la hora de escribir (y de leer). Crónicas amenas, pintorescas, sensibleras o melodramáticas: he ahí el encargo periodístico de salir a la calle a buscar casos de ‘interés humano’. He ahí su pobreza.
Le damos la razón a Manuel Gutiérrez Nájera: “La pluma del cronista tiene dientes que muerden de cuando en cuando, pero sin hacer sangre”. Si el periodismo que está más comprometido cívicamente con la realidad de un país, ese periodismo de denuncia mal llamado de investigación, suele ser aburrido y abusa de las declaraciones de los políticos oportunistas de siempre, ¿qué hemos hecho a cambio los cronistas? Salvo unas cuantas excepciones, como los perfiles de Luis Jochamowitz sobre Fujimori y Montesinos, y décadas atrás las crónicas de Jorge Salazar sobre algunos asesinatos que pusieron la nación de cabeza, nos hemos limitado al entretenimiento. Las pocas páginas dedicadas a la crónica en los diarios y las revistas de hoy son algo así como la televisión de nuestro periodismo escrito. Están ahí para entretener, para señalar los orificios más espectaculares, festivos, rocambolescos, estrafalarios o miserables de la realidad, pero casi nunca para comprenderla. Son las series o las comedias del horario estelar que ofrece la pantalla antes o después de las noticias del telediario.
De todas las definiciones que he encontrado sobre la crónica como género periodístico me quedo con dos. Una es del propio Monsiváis: “Es un relato de la realidad en el que la ambición formal está a la par del rigor informativo”. Es decir: compromiso con la verdad a través de una investigación exhaustiva, y compromiso estético con la palabra. La segunda definición es de Juan Villoro, otro mexicano, quien llama a la crónica el ornitorrinco de la prosa: un raro espécimen del oficio de escribir que es varias cosas a la vez. Es periodismo pero también es literatura. Es narración y ensayo. Historia y dramaturgia. Relato y reflexión intelectual. “La crónica ha servido para desahogar cosas que no se pueden decir por otra vía”, escribe Villoro, y pone como ejemplo la masacre de estudiantes mexicanos en la plaza de Tlatelolco en 1968. “Hubo una muy tenue cobertura periodística. Los libros [que después se escribieron sobre el tema] contribuyeron a fijar una memoria que corría el albur de caer en el olvido. Allí se dieron las verdaderas noticias del movimiento estudiantil". Si en la prensa peruana hay omisiones tanto o más notorias, ¿por qué son tan pocos los libros publicados con la intención de cobrarse la revancha?
Jorge Cornejo Polar, un historiador y crítico literario peruano, ha develado los vicios del costumbrismo. “No se pregunta por las causas de aquello que describe ni indaga por los problemas subyacentes a la superficie social, que es lo que básicamente le atrae”. Para él, costumbrismo es el relato de lo superficial y, por ello, conformista. No le interesa descubrir la dimensión humana e histórica de un personaje o un suceso, sino que le basta su gracia: su carácter ameno y entretenido. No su repercusión social, sino su índole anecdótica. José Miguel Oviedo, tal vez el más universal de los críticos literarios peruanos, le da la razón a Cornejo. Refiriéndose a las “Tradiciones” de Ricardo Palma, dice que el retrato de costumbres es "esa historia menuda" que permite al escritor protegerse de toda sospecha. “Ni liberal intransigente ni enteramente retrógrado. Un término medio muy de los limeños, muy laxo”. El propio Palma reconoció en “El rey del monte” esta superficialidad: “La manera bárbara como eran tratados los infelices negros que traían de África los traficantes de carne humana no son asuntos para los artículos de carácter ligero de mis tradiciones”. Lo mismo podríamos decir los editores y escritores de crónicas de los periódicos peruanos del siglos XXI. La diferencia es que ni siquiera nos atrevemos a pensarlo.

¿Cuál es la vacuna que podría conjurar esta epidemia de costumbrismo y de su variante peruana más contagiosa, el pintoresquismo? Timothy Garton Ash, un historiador y periodista británico, testigo de los cambios ocurridos en Europa durante y después de la caída de los sistemas socialistas de gobierno, propone una receta que le da título a uno de sus libros: “Historia del presente”. Sin embargo, él mismo arroja el pelo sobre su plato y se pregunta si tiene sentido hablar de una historia del presente. ¿Puede existir algo así? ¿Acaso historia y presente no son palabras contradictorias por definición? Tanto los académicos como las personas comunes y corrientes, dice Garton Ash, entienden la historia como un recuento de los hechos del pasado. Leo el diccionario y veo que tiene razón: “Historia: Estudio de los acontecimientos del pasado relativos al hombre y a las sociedades humanas. 2. Relato de sucesos del pasado, en especial cuando se trata de una narración ordenada cronológicamente y verificada mediante los métodos de la crítica histórica”. ¿Entonces?
Recuerdo esta frase de Ramón de Valle-Inclán: “El presente aún no es la historia, pero tiene caminos más realistas para contarse”. El escritor español pensaba lo mismo: que el presente no puede aspirar a ser historia (aún no, por lo menos), pero su ironía encerraba una idea poderosa: que un relato del presente es más realista que cualquier relato del pasado. Dicho de otro modo: veracidad e historia, entendida como recuento del ayer, no tendrían que ser necesariamente sinónimos. Garton Ash recuerda a su vez al historiador alemán Koselleck, quien decía que desde la época de Tucídides hasta bien entrado el siglo XVIII, haber sido testigo ocular de los hechos descritos o, mejor aun, haber intervenido directamente en ellos, se consideraba una ventaja fundamental a la hora de narrar la historia de un suceso, una persona o una nación. Pero la mayoría de la gente, aquí y en todo el mundo, no piensa lo mismo.
Se da por sentada la necesidad de que ha de pasar un mínimo de tiempo y estar al alcance ciertos tipos de fuentes documentales para que un escrito sobre un hecho adquiera la categoría académica de historia. “Es una idea muy rara”, advierte Garton Ash. “Supone afirmar que aquella persona que no estuvo allí sabe más que la que sí estuvo”. Estar allí. Ser testigo. Mirar, escuchar, sentir, oler, comer, tocar, percibir, conocer a través de los sentidos. Un historiador y un novelista pueden narrar muy bien una guerra sin haber pisado jamás siquiera un club de tiro. Un cronista tiene que haber estado allí. Creo que ésa es la enorme ventaja desaprovechada por los editores y escritores de crónicas en el Perú. Es como si nos negáramos voluntariamente el derecho a formar parte de la realidad y comprenderla. Como si a pesar de saber que la abuela del periodismo moderno tiene una fabulosa herencia aguardando por nosotros, prefiriésemos la moneda fugaz de las declaraciones, del resumen telegráfico y la certificación de notaría. Esto es, la famélica riqueza del objetivismo.
Desde mi punto de vista, el desafío del periodismo narrativo está en volver a visitar ese campo en que la ambición de la historia, la imaginación de la literatura y la veracidad del periodismo se unen. Aquí, en el Perú, todavía hay mucho por narrar, mucho por comprender. La voluntad única de informar, por ahora, habría que cedérsela a la radio, a la televisión y a Internet. De hecho, creo que ya lo hacen mejor.

SUMILLAS
[1]
Las páginas dedicadas por ahora a la crónica son como la televisión de nuestro periodismo escrito. Están ahí para entretener, no para comprender la realidad
[2]
Un historiador y un novelista pueden narrar muy bien una guerra sin haber pisado jamás siquiera un club de tiro. Un cronista tiene que haber estado allí
[3]
El simple afán por informar le dice al lector: “No me interesa que comprendas. Me basta que te des por enterado”. Es un periodismo hecho para la amnesia.

* Toño Angulo Daneri
Es chalaco por voluntad propia y periodista por la misma razón. Estudió en San Marcos y mientras era redactor de Domingo de La República recibió una mención honrosa por El cuento de las mil palabras de Caretas. Fue cronista del diario El Comercio. Actualmente es Editor de la revista Etiqueta Negra y profesor en la UPC, donde contagia a sus alumnos las ansias de mirar con subjetividad humana los hechos cotidianos.


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Crítica del periodismo


"Como afirma Camus, si hoy la libertad se ve en retroceso en la mayor parte del mundo es porque jamás han estado mejor armadas ni han sido más cínicas las iniciativas de esclavización". Ernesto Sabato

Crítica del periodismo



Umberto Eco

Texto leído por Umberto Eco en un seminario promovido por la presidencia del Senado, en Italia, a fines de enero de 1995 y publicado originalmente en L'Unità, febrero de 1995. Etcétera, en su primera época, lo reprodujo en junio de ese año.
Traducción: Adriana Guadarrama.



El poder que han adquirido los medios es incuestionable, algunas veces creen tener más poder del que realmente detentan y buscan convertirse en protagonistas y jueces de la cosa pública, en más de una ocasión desvirtuándola hasta convertirla en espectáculo. A partir de algunos ejemplos de su país, Eco analiza en este ensayo gran parte de los males de la prensa italiana, los cuales, afirma el pensador italiano, son comunes a casi todos los países.

El documento
Estimado presidente, señores senadores, colegas directores, lo que estoy por presentarles brevemente es un cahier de doléances (libro de quejas. N. del T.) sobre la situación de la prensa italiana, especialmente en sus relaciones con el mundo político. Puedo hacerlo, no a espaldas sino en presencia de los representantes de la prensa, porque todo lo que diré ya lo he escrito desde los años 60, y en gran parte de los diarios y semanarios italianos. Esto significa que en nuestro país existe una prensa libre y desprejuiciada, capaz de enjuiciarse incluso a sí misma.
La función del cuarto poder es ciertamente la de controlar y criticar a los otros poderes tradicionales, pero puede hacerlo en un país libre, porque su crítica no tiene funciones represivas: los medios pueden influir en la vida política del país solamente creando opinión.
Los poderes tradicionales no pueden, en cambio, controlar criticando a los medios sino a través de los mismos medios, de otra manera su intervención se convierte en sanción ya sea ejecutiva, legislativa o judicial, lo que puede suceder sólo si los medios delinquen o parecen configurar situaciones de desequilibrio político e institucional (véase el debate sobre la par condicio). Pero, como quiera que los medios, en nuestro caso la prensa, no pueden estar exentos de crítica es condición de salud para un país democrático que la propia prensa se pueda cuestionar a sí misma.
Sin embargo, a menudo no basta que lo haga: es más, el hacerlo puede constituir una sólida coartada, o bien, para ser estrictos, un caso de "tolerancia represiva", como la definía Marcuse: una vez demostrada la propia falta de prejuicios autoflagelatoria, la prensa ya no se interesa en reformarse.
Al presentar mi cahier de doléances no intento criticar a la prensa ni sus relaciones con el mundo político como si éste fuera víctima inocente de los abusos de la prensa. Considero que es plenamente corresponsable de la situación que trataré de delinear.
Más aún, no seré de esos provincianos para los cuales está mal sólo aquello que ocurre en nuestro país. No caeré en el error de mucha de nuestra prensa, a menudo xenófila, que cuando se refiere a un diario extranjero lo hace adelantando siempre el adjetivo "autorizado", llegando así a hablar del "autorizado" New York Post cuando quiere citarlo, ignorando el hecho de que el New York Post es un periodicucho de cuarta que se avergonzarían de leer en Omaha, Nebraska.
Gran parte de los males de los que sufre la prensa italiana son hoy comunes a casi todos los países. Pero tomaré algún ejemplo sólo cuando me parezca que contiene una lección que puede ser positiva también para nosotros. Una última precisión: usaré como textos de referencia La Repubblica, Il Corriere della Sera y L´Espresso y esto no sólo por razones de tiempo sino también de corrección. Son tres publicaciones sobre las que he escrito y aún escribo y, por tanto, mis críticas no podrán ser consideradas preconcebidas o inspiradas por la inquina. Pero los problemas que pondré sobre la mesa se refieren en un alto porcentaje a la prensa italiana en general.

Las polémicas de los años 1960-1970
En los años 60 y 70, la polémica sobre la naturaleza y función de la prensa se desarrollaba sobre estos dos temas: 1) diferencia entre noticia y comentario y, por tanto, una llamada a la objetividad (recuerdo a propósito duelos históricos con Ottone); 2) los diarios son instrumentos de poder, administrados por partidos o por grupos económicos, que utilizan un lenguaje intencionalmente críptico en cuanto a que su verdadera función no es dar noticias a los ciudadanos sino enviar mensajes cifrados a otro grupo de poder, pasando por encima de los lectores. Al respecto ya existe una bibliografía vastísima.
El presidente Carlo Scognamiglio ha citado incluso una expresión como "convergencias paralelas", que ha quedado en la bibliografía sobre los mass media como símbolo de este lenguaje, apenas comprensible en los pasillos de Montecitorio, pero impermeable para la célebre ama de casa de Voghera.
Estos dos temas son en gran parte obsoletos. Por un lado, había tenido lugar una amplia polémica sobre la objetividad y muchos de nosotros sosteníamos que (con excepción de los boletines de las precipitaciones atmosféricas) no existe jamás una noticia verdaderamente objetiva. Aun separando cuidadosamente comentario y noticia, la misma elección de la noticia y su compaginación constituyen un elemento de juicio implícito.
En las últimas décadas se ha instaurado el estilo de la así llamada tematización: la misma página incluye noticias de algún modo relacionadas. He tomado, casi al azar, la página 17 de La Repubblica del 22 de enero. Contiene cuatro artículos: "Brescia: da a luz y mata a la hija"; "Roma: solo en casa, a los cuatro años juega sobre el alféizar, el padre termina en Regina Coelli"; "Roma: puede dar a luz en el hospital aun quien no quiere tener el hijo"; "Treviso: una madre divorciada renuncia a ser mamá". Como ven, se tematiza el riesgo de la infancia abandonada.
El problema que debemos plantearnos es: ¿se trata de un caso de actualidad típico de este periodo? ¿Son todas las noticias sobre casos del mismo tipo? Si se tratara sólo de cuatro casos, el asunto sería estadísticamente irrelevante; pero la tematización eleva a la noticia a aquello que la clásica retórica judicial y deliberativa llamaba exemplum: un solo caso, o pocos casos, de lo que se extrae (o se sugiere subrepticiamente extraer) una regla. Si se trata sólo de cuatro casos el diario nos hace pensar que existen más; si hubiesen más, el diario no nos lo diría. La tematización no proporciona cuatro noticias: expresa una fuerte opinión sobre la situación de la infancia, aunque el redactor quisiera o pensara que, tal vez, ya bien entrada la noche ha compaginado así la página 17 porque no sabía cómo llenarla. Con esto no estoy diciendo que la técnica de la tematización sea equivocada o peligrosa: sólo digo que nos demuestra cómo se pueden expresar opiniones dando noticias totalmente objetivas.
En cuanto al problema del lenguaje críptico, diría que nuestra prensa lo ha abandonado, porque ha cambiado también el lenguaje de los políticos, los cuales ya no leen sobre una hoja frente al micrófono frases oscuras y elaboradas, sino que dicen apertis verbis que su compañero de sector es un traidor, mientras que el otro magnifica a voz en cuello las cualidades eréctiles del propio órgano reproductivo.
La prensa recurre incluso en la primera plana al lenguaje de esa entidad magmática que hoy se llama "la gente"; considera que la gente sólo habla con frases hechas. Y he aquí (estoy usando los datos recogidos por mis alumnos en un mes de frases hechas en la prensa italiana) en un solo artículo de Il Corriere della Sera del 11 de enero, la siguiente lista de frases hechas: la esperanza es la última que muere; estamos contra la pared; Dini anuncia lágrimas y sangre; el Quirinale listo para la guerra; el recinto se construyó después de que los bueyes dejaron el establo; Pannella ataca sin piedad; el tiempo apremia; no hay lugar para un malestar de estómago; el gobierno tiene mucho camino por andar; habremos perdido nuestra batalla; estamos con el agua hasta el cuello.
En La Repubblica del 28 de diciembre de 1994 se encuentra: es necesario conciliar intereses; quien mucho abarca poco aprieta; Dios me salve de los amigos; los peores pasos del vals; Fininvest vuelve a la lucha; todo está perdido; no hay a quién recurrir; yerba mala nunca muere; los vientos cambian; la televisión hace la parte del león y nos deja sólo las migajas; la dolorosa espina en el costado; rendir honor a las armas del enemigo... Esto no es un periódico es el Barbanera. Hay que preguntarse si estos clichés son finalmente más transparentes, o menos, que las "convergencias paralelas".
Se nota que a estas frases hechas, válidas para la "gente", son en 50% inventadas, en el sentido de la inventio retórica, encontradas por los articulistas, y en 50% citadas de declaraciones de parlamentarios. Apenas puse la cabeza dentro del aula del Senado y escuché decir: señor presidente, queremos hechos no palabras. Tuve una impresión de dejà vu y de dejà entendu y y me regresé al pasillo. Para usar otra frase hecha, "el cerco se cierra" y estamos poniendo en el fuego una diabólica alianza en la que no se sabe quiénes son los corruptos y quiénes los corruptores.

El diario se vuelve semanario
En los años 60 los diarios no sufrían todavía por la competencia de la televisión. Sólo Achille Campanile, en un encuentro sobre la televisión en Grosseto, en septiembre de 1962, había tenido una intuición luminosa. Decía: hubo un tiempo en que los diarios daban primero una noticia, después intervenían otras publicaciones que profundizaban en la cuestión; el periódico era un telegrama que terminaba con "sigue carta". Ya en 1962, la noticia telegráfica se daba a las ocho de la noche en el noticiero televisivo. A la mañana siguiente el diario daba la misma noticia: era una carta que terminaba con "sigue, es más, precede telegrama".
¿Por qué sólo un genio de la comicidad como Campanile se había percatado de esta situación paradójica? Porque la televisión se limitaba entonces a uno o quizá dos canales, no recuerdo, llamados de régimen y, por tanto, no se consideraba (y en buena parte no era) una fuente confiable; los diarios decían más cosas y en un modo menos vago; los cómicos nacían en el cine o en el cabaret y no siempre llegaban a la televisión; la comunicación política tenía lugar en la plaza, cara a cara, o mediante manifiestos sobre los muros.
Un estudio sobre el comicio televisivo de los años 60, hecho por Paolo Fabbri, comprobaba mediante un análisis de numerosas tribunas políticas que ­en el intento de adecuar las propias propuestas a una media de los espectadores televisivos­ el representante del PCI (Partido Comunista Italiano) terminaba por decir cosas muy parecidas a las del representante de la DC (Democracia Cristiana), o bien se anulaban las diferencias, y cada uno trataba de aparecer como el más neutro y seguro posible. Por lo tanto, la polémica, la lucha política, ocurría en otra parte y en buena medida en los diarios.
Después ocurrió el salto cuantitativo (los canales se multiplicaron cada vez más) y cualitativo: incluso dentro de la televisión estatal se distinguían tres canales orientados políticamente de distinta forma; la sátira, el debate encendido, la fábrica de primicias, pasaron a la televisión que rompió incluso las barreras del sexo, de modo que algunos programas de las once de la noche ya eran más audaces que las monjiles portadas de L´Espresso o de Panorama, que se detenían en la frontera del glúteo.
Todavía al inicio de los años 70 recuerdo que publicaba yo una reseña sobre los talk shows estadounidenses, como el lugar de una conversación civil, animada, que podía tener a los espectadores clavados hasta altas horas de la noche frente al televisor y los proponía apasionadamente para la televisión italiana. Después, apareció cada vez más triunfalmente en la pantalllas caseras italianas el talk shows que, sin embargo, poco a poco se convertía en lugar de un encuentro violento, a veces incluso de violencia física, en escuela de un lenguaje sin términos medios (en honor a la verdad, una evolución de este género tuvo lugar parcialmente también en algunos talk shows de otros países).
Así, la televisión se convertía en la primera fuente de difusión de las noticias y frente a los diarios se abrían solamente dos caminos. Del primer camino posible, que por ahora definiré como "atención prolongada", hablaré más adelante. Creo, sin embargo, que se puede afirmar que la prensa siguió en buena medida el segundo camino: se ha hecho semanal. El diario se ha vuelto más parecido a un semanario, con el enorme espacio que dedica a la variedad, a la discusión de sucesos de la moda, de chismes de la vida política, de atención al mundo del espectáculo. Esto pone en crisis a los semanarios de primer nivel (de Panorama a L´Espresso) y al semanario le quedan dos alternativas: o se vuelve mensual, pero ya existen publicaciones mensuales especializadas en embarcaciones de vela, relojes, computadoras, con un mercado propio fiel y seguro; o bien debe invadir el espacio de los sociales, que pertenecía y continúa perteneciendo a los semanarios de nivel medio (Gente y Oggi) para los apasionados de las bodas principescas, o de bajo nivel (Novella 2000, Stop, Eva Express) para los devotos del adulterio espectacular y los cazadores de senos descubiertos en la intimidad de los ministerios de la decencia.
Pero los semanarios de primer nivel no pueden descender al nivel bajo o medio sino en las páginas finales, y ya lo hacen; allí es donde hay que buscar los senos, las amistades afectuosas, los esponsales en Montecarlo. Por otro lado, haciendo esto pierden la fisonomía del propio público: entre más un semanario de primer nivel roza el nivel medio o bajo, más consigue un público que no es el suyo tradicional y, por tanto, ya no sabe a quién se dirige; aumenta el tiraje y pierde identidad.
Por otra parte, el semanario recibe un golpe mortal sucesivo de los suplementos semanales de los diarios. A este punto, el semanario tendría una sola solución: tomar la vía de las publicaciones del tipo de las que en Estados Unidos se dirigen a un altísimo nivel de lectores como, por ejemplo, el New Yorker, que ofrece la lista de los espectáculos teatrales, dibujos animados de alto nivel, breves antologías poéticas, pero puede aparecer un artículo de 50 cuartillas solamente sobre la biografía de una gran dama del mundo editorial, como ha sucedido con Helen Wolff. O bien podría tomar la vía del Time o Newsweek, los cuales aceptan ser semanarios que hablan de acontecimientos de los que ya han hablado los diarios y la televisión, pero que ofrecen al respecto un resumen esencial o dossiers que profundizan en otros ángulos, cada uno de los cuales requiere de meses de programación y de trabajo y una documentación cuidada hasta la exageración, de modo que es raro que estos semanarios publiquen desmentidos respecto de datos sobre los hechos.
Por otra parte, también un artículo para el New Yorker es encargado con meses de anticipación, y si después se juzga que ya no es actual al autor igualmente se le paga (generosamente) y el artículo se desecha. Este tipo de semanarios tiene costos altísimos y puede existir sólo para un mercado mundial de anglófonos y no para un mercado restringido de italianófonos, donde los índices de lectura son todavía lamentables.
Por tanto, el semanario se esfuerza por seguir al diario sobre su misma ruta y cada uno trata de superar al otro para conquistar a los mismos lectores. Ello explica por qué el glorioso Europeo cierra, Epoca busca desesperadamente una vía alternativa sosteniéndose con anuncios televisivos y L´Espresso y Panorama luchan por diferenciarse; lo hacen, pero el público lo nota cada vez menos. A veces me sucede que encuentro conocidos incluso cultos, que me felicitan por la hermosa sección que escribo semanalmente en Panorama; es más, afirman, con adulación, que compran Panorama y sólo Panorama exclusivamente para leer mi sección.

La ideología del espectáculo
Para volverse semanales, los diarios aumentan las páginas; para aumentar las páginas luchan por la publicidad; para tener publicidad aumentan de nuevo las páginas e inventan los suplementos; para ocupar todas esas páginas deben entonces contar cualquier cosa; para hacerlo deben ir más allá de la sola noticia (que por otra parte ya dio la televisión) y, por tanto, se hacen cada vez más semanales, hasta el punto de tener que inventar y transformar en noticia lo que no es.
Tomo un ejemplo de la vida cultural y no política, y que se relaciona con un caso personal para no herir susceptibilidades. Hace unos meses, al recibir un premio en Grinzane, fui presentado por mi colega y amigo Gianni Vattimo. Quien se dedica a la filosofía sabe que mis posiciones son divergentes de las de Vattimo, pero nos profesamos mutua estima. Otros saben que somos amigos fraternos desde la juventud y que amamos zaherirnos mutuamente en ocasión de algún encuentro. Ese día Vattimo había elegido precisamente la vía de la convivencia social, había hecho una presentación afectuosa y animada y yo le había respondido de modo igualmente bromista, subrayando con aspavientos y paradojas nuestras eternas divergencias.
Al día siguiente, un periódico italiano dedicaba casi una página completa al encuentro de Grinzane que habría marcado, según el articulista, el nacimiento de una nueva, dramática e inédita, fractura en el campo filosófico italiano. El autor del artículo sabía muy bien que no se trataba de una noticia, ni siquiera cultural; había creado simplemente un caso que no existía. Les dejo a ustedes encontrar ejemplos equivalentes en el campo político. Pero también el ejemplo cultural es interesante: el periódico debía construir un caso porque debía llenar muchas páginas dedicadas a la cultura, a la variedad y a la moda, dominadas por una ideología del espectáculo.
Tomemos Il Corriere della Sera y La Repubblica del lunes 23 de enero. El primero tiene 44 páginas, el segundo 54, pero considerando la densidad de las páginas del primero, los dos se corresponden. El lunes es un día difícil, no hay noticias políticas y económicas frescas, cuando mucho queda el deporte.
Afortunadamente ese día Italia estaba en plena crisis de gobierno y los diarios podían dedicar los artículos de fondo al duelo Dini-Berlusconi. Una matanza en Israel el día del aniversario de Auschwitz permitía llenar la mayor parte de la primera plana, con el añadido del caso Andreotti y, para Il Corriere della Sera, la muerte de la matriarca Kennedy que, en cambio, La Repubblica ubica en páginas interiores. Crónicas de Chechenia, alguna noticia de Bonn. ¿Cómo llenar el resto? La Repubblica e Il Corriere della Sera dedican respectivamente siete y cuatro páginas a la crónica de ciudad; 14 y siete páginas al deporte, dos y tres páginas a la cultura, dos y cinco a la economía y de ocho a nueve a crónicas de la moda, espectáculos y televisión. En ambos casos, de 32 páginas al menos 15 se dedican a servicios de tipo semanal.
Tomemos ahora el New York Times del mismo lunes. De 53 páginas, 16 se dedican al deporte, diez a problemas metropolitanos, diez a la economía; quedan 16 páginas. En Estados Unidos no hay una crisis en curso. Washington no requiere de mucho espacio y entonces cinco páginas de national report se ocupan de asuntos internos. Después de la noticia obvia de la matanza ocurrida en Israel se encuentran al menos diez artículos sobre Perú, Haití, Ruanda, refugiados cubanos, Bosnia, Argelia, conferencia internacional sobre la pobreza, Japón después del terremoto, el caso del obispo Gaillot. Siguen dos densas páginas de comentarios y análisis políticos.
Dejo de lado entonces que los diarios italianos no hablan de Perú, Haití, Cuba, Ruanda. Admitamos también que los tres primeros temas interesen más a los estadounidenses que a los europeos; el resultado es que eran argumentos de actualidad internacional que los periódicos italianos han dejado de lado para aumentar la parte dedicada a los espectáculos y a la televisión.
El New York Times, pero sólo porque es lunes, un día en que no se sabe qué decir, dedica dos páginas al media business, pero no se trata de adelantos sobre personajes del espectáculo, sino de reflexiones y análisis económicos sobre el show business.
Que la selección es explícita lo dicen Il Corriere della Sera y La Repubblica del lunes 30, que dedican una plana, con anuncio en la primera, al hecho de que Coco Chanel haya sido espía nazi. Ante todo la noticia ya la habíamos leído hace mucho tiempo. ¿Por qué se le menciona ahora? Porque la ha mencionado un día antes una transmisión por televisión de la BBC.
Ahora, Coco Chanel es francesa, pero el diario Le Monde no toma en cuenta la noticia. ¿Chovinismo francés, temor de reabrir antiguas heridas de Vichy? Sin embargo, ¿por qué no lo menciona ni siquiera el Herald Tribune? ¿Por qué el hecho de que un libro o una transmisión televisiva se ocupen de un acontecimiento histórico es argumento para un semanario de cultura y espectáculo? ¿A qué se ha renunciado dando tanto espacio al caso Chanel? Si se confronta con el Herald Tribune se encuentran 15 noticias de actualidad descuidadas por los diarios italianos: "Chechenia envía un embajador a Clinton", pero no puede hacerlo porque no tiene el estatus jurídico necesario; "Francia decide aumentar a 300 hombres su contingente en Bosnia"; "Mandela escoge un blanco como jefe de policía"; "Muere el director de la UNICEF", y así tocando China, Pakistán, Camboya, Libia, Egipto y México.
Está claro que yo como lector me divertí más leyendo la historia de Coco Chanel que la biografía del director de la UNICEF, pero la selección es clara: el periódico quería divertirme y lo hizo, y quería divertirme a partir de una noticia ofrecida por la televisión inglesa.

Cuando domina la TV
La lección. La prensa italiana –lo he dicho muchas veces– es hoy esclava de la televisión. La televisión es la que fija la agenda de la prensa. No existe prensa en el mundo donde las noticias de la televisión terminen en la primera plana, a menos que la tarde anterior Clinton o Mitterrand hayan hablado en la TV o haya sido sustituido el administrador delegado de una cadena nacional. No se me responda que se deben llenar las páginas.
Tengo aquí The New York Times del domingo 22 de enero: son solamente 569 páginas, porque estamos en enero, mientras que antes de la Navidad los números eran más voluminosos. En ese número de páginas se incluyen también los espacios publicitarios, la revista de los libros, el semanario de variedades, viajes, autos, etcétera. Veamos dónde se menciona a la TV, que además es un electrodoméstico que ocupa mucho espacio en el imaginario estadounidense. Se menciona en el suplemento "Artes y espectáculo" en la página 32, donde hay una reflexión sobre los estereotipos raciales en los programas y una larga reseña referente a un magnífico documental sobre los volcanes. Está después el cuaderno con la programación (es obvio), pero el tema de la TV no aparece ni siquiera en el suplemento de variedades y modas, que corresponde al "Sette" de Il Corriere della Sera o a "Il Venerdi" de La Repubblica. Entonces no es cierto que se necesita hablar de la TV para llenar las páginas e interesar al público; es una elección y no una necesidad.
El mismo día los diarios italianos daban amplio espacio a un próximo programa de Chiambretti y, por tanto, se trataba de publicidad gratuita, donde la noticia central era que le había dado por entrar con las cámaras en las aulas universitarias donde estaba dando mi clase y yo, por respeto al lugar y su función, no se lo permití. Si esa era una noticia –por qué es noticia que cualquier santuario permanezca inmaculado para la televisión– valía cuatro líneas entre los suplementos de publicidad.
Pero, ¿si en esa aula hubiese tocado, cámara en mano, un hombre político cualquiera y yo lo hubiera invitado a desistir? Hubiera tenido, sin entrar en el aula y sin aparecer en video, las primeras páginas de los diarios. En Italia, el mundo político puede fijar la agenda de las prioridades periodísticas afirmando cualquier cosa en la TV o directamente haciendo saber que lo afirmará, y al día siguiente la prensa no hablará de lo que ocurre en el país sino de lo que se dijo o podría haberse dicho en la televisión.
Ciertamente somos un país en el cual, más que en ningún otro, la vida de la televisión se entreteje estrechamente con la vida política, de otro modo no se discutiría de par condicio, y esto ocurría ya en tiempo de Bernabei e incluso antes de que apareciese en el horizonte la Fininvest; por tanto, la prensa debe dar cuenta de este entramado.
Un amigo extranjero me hacía notar, el domingo 29 de enero, que sólo en Italia podía ocurrir que ese día apareciese en muchas columnas resumida la primera plana, y luego en interiores, la histórica declaración de Chiambretti: "No me voy" (sólo porque Santoro había lanzado una provocación el día anterior). Cierto, la decisión profesional de un cómico no debería ser noticia de primera plana, especialmente si el cómico decide no interrumpir la transmisión que está conduciendo. Si es noticia el hombre que muerde al perro y no el perro que muerde al hombre, ése era el caso de un perro que aparentemente no había mordido a nadie.
Y, sin embargo, todos sabemos que detrás de aquel debate, que involucraba incluso a Enzo Biagi, había un sentimiento de incomodidad, una polémica de claro sabor político. Debemos decir que la prensa estaba obligada a poner aquella noticia en primera plana y no por culpa propia sino de la situación italiana. No obstante, es un azar que la situación italiana sea la que es incluso por responsabilidad de la prensa.
Desde hace tiempo la prensa, para atraerse al público de la televisión, ha impuesto a la propia televisión como espacio político privilegiado haciendo publicidad (hecho único en la historia de la competencia económica) más allá de lo debido, al propio competidor natural. Los políticos han extraído las debidas consecuencias: han elegido la TV, han adoptado el lenguaje y las formas, seguros de que sólo así tendrían la atención de la prensa. La prensa ha politizado el espectáculo más allá de lo debido. Entonces era obvio que el político tratara de hacerse notar llevando a la Cicciolina al Parlamento; y el de la Cicciolina es un caso típico porque, por instintiva pruderie, la TV no le había dado el espacio que le ha asegurado de inmediato la prensa.
La entrevista. Mientras que depende de la televisión para su agenda, la prensa ha decidido emularla en su estilo. La entrevista se ha convertido en el modo más típico de divulgar cada noticia de política, literatura y ciencia. La entrevista es obligatoria en la TV, donde no se puede hablar de alguien sin presentarlo pero, en cambio, es un instrumento que la prensa siempre había usado con mucha cautela.
Entrevistar quiere decir regalar el propio espacio a alguien para hacerlo decir lo que él quiere. Piensen en lo que ocurre cuando un autor ha publicado un libro. El lector espera de la prensa un juicio y una orientación y se fía de la opinión de un crítico importante o de la seriedad del título. Pero hoy un periódico se siente abatido si no consigue tener antes que nada una entrevista con el autor.
¿Qué es una entrevista con el autor? Es fatalmente autopublicidad: es rarísimo que el autor afirme que ha escrito un libro innoble. Es habitual un chantaje implícito, que sucede también en otros países: si no se concede la entrevista, no se hace ni siquiera la reseña. En todo caso el lector ha sido defraudado; la publicidad ha precedido o sustituido al juicio crítico y a menudo el crítico, cuando finalmente escribe, ya no discute el libro, sino lo que el autor ha dicho en el curso de varias entrevistas.
Con mayor razón la entrevista con un político debería ser un gesto de cierta trascendencia: o es solicitada por el político, que quiere usar al periódico como vehículo (y el periódico tiene que evaluar si quiere darle el espacio), o es solicitada por el periódico, que quiere profundizar una cierta posición del político. Una entrevista seria debe tomar mucho tiempo y el entrevistado –como sucede en casi todo el mundo– después debe revisar el entrecomillado para evitar malentendidos y desmentidos.
Hoy, los diarios publican una decena de entrevistas al día, cocidas y masticadas, donde el entrevistado dice lo que ha dicho en otros periódicos pero, para ganarle a la competencia, se necesita que la entrevista de ese día sea más sabrosa que la del otro. Entonces el juego está en arrancar al político una ligera aceptación que, deliberadamente subrayada, hará explotar el escándalo.
Entonces el político, siempre en escena al día siguiente para desmentir lo que ha declarado el día anterior, ¿es una víctima de la prensa? Debemos entonces preguntarle: "¿Por qué no adopta la eficaz técnica del no comment?". Parece que en octubre pasado Bossi escogió esta vía, cuando prohibió a sus diputados hablar con los periodistas. ¿Vía errónea, porque lo expone a los ataques de la prensa? ¿Vía acertada, porque le ha redituado al menos dos días de presencia a plana completa en todos los periódicos, lo que en precio de publicidad vale una fortuna?
Los periodistas parlamentarios, por su parte, afirman que en todos los casos de declaración seguida de virulento desmentido, es el político el que verdaderamente ha hecho esa media declaración para que la publicase el periódico, con objeto de poder desmentirla un día después, lanzando mientras tanto un ballon d' essai y haciendo llegar una insinuación o una señal de amenaza. Después de los cual habría que preguntarle al cronista parlamentario víctima inocente del político astuto: "¿Por qué lo permite?", "¿por qué no exige que lo controlen y subraya el entrecomillado?". La respuesta es simple: en este juego cada uno tiene algo que ganar y nada que perder. En la medida en que el juego es vertiginoso, las declaraciones se suceden a diario, el lector pierde la cuenta y olvida lo que se ha dicho. En compensación, el periódico resume la noticia y el político logra la ventaja que se ha propuesto previamente.
Es un pactum sceleris a los daños, al lector y a los ciudadanos, y es tan difuso y aceptado que se ha vuelto una costumbre no de dación sino –permítaseme– de dicción ambiental. Como todos los delitos, sin embargo, al final no paga: el precio, sea para la prensa o para el político, la inadmisibilidad, y la reacción indiferente del lector.
Para volver la entrevista más apetitosa, se ha agregado, como ya se decía, el cambio radical del lenguaje político, el cual asumiendo la forma del debate y del altercado televisivo, ya no es cuidadoso sino pintoresco e inmediato.
Por mucho tiempo nos lamentamos de los políticos italianos que leían una parca y oscura declaración sobre una hoja y admirábamos a esos políticos estadounidenses que frente al micrófono, con las manos en los bolsillos, parecían hablar espontáneamente, improvisando e incluso salpicando el discurso con ingeniosas ocurrencias. Y bien, no era así: la mayor parte de ellos había seguido cursos en varios speech centers de su universidad; seguía y sigue reglas de una oratoria aparentemente improvisada, pero en cambio controlada hasta el milímetro; decía y dice ocurrencias registradas en manuales especializados o preparadas en la noche por ghost writers.
Tomado de la oratoria curial de la primera República, el político de la segunda improvisa realmente; habla de un modo más comprensible, pero a menudo incontrolado. No es necesario decir que para los periódicos, especialmente si han decidido volverse semanales, esto es maná, para usar una frase hecha. Me perdonarán la comparación irreverente, pero el mecanismo psicológico normal en la hostería de pueblo es que, si alguno que ha empinado demasiado el codo suelta una indiscreción, todo el auditorio hará lo posible para animarlo y llevarlo más allá del límite.
Esta es la dinámica de la provocación que se establece en el talk show y es la misma que se instaura entre cronista y político. La mitad de los fenómenos que hoy estamos definiendo como "envenenamiento de la lucha política" proviene de esta dinámica incontrolable. He dicho, ciertamente, que en el torbellino los lectores olvidan la declaración específica, pero lo que se vuelve costumbre es el tono del debate, el convencimiento de que todo está permitido.

La prensa habla de la prensa
En esta afanosa caza de declaraciones, sucede cada vez más que la prensa habla solamente de la otra prensa. Es cada vez más frecuente en el periódico A el artículo que anuncia una entrevista que aparece al día siguiente en el periódico B. Es cada vez más frecuente la carta que desmiente haber dado nunca una declaración al diario A, a la que sigue la respuesta del periodista que afirma haber leído la declaración en una entrevista en el periódico B, sin preocuparse de si B no sustrajo indirectamente la noticia del periódico C. Colecciono un dossier sobre el argumento y no me pidan que lo muestre.
Entonces, cuando no habla de televisión, la prensa habla de sí misma; ha aprendido de la televisión, que habla bastante de televisión.
En lugar de suscitar una preocupada indignación, esta situación anómala hace el juego al político, que encuentra útil que de cada declaración suya en un solo medio se haga eco la caja de resonancia de todos los otros medios unidos. Así, los mass media, de ventana al mundo, se transforma en espejo, los espectadores y los lectores miran un mundo político que a su vez se mira a sí mismo, como la reina de Blancanieves.
L'Espresso ha lanzado a menudo campañas que han hecho época. Piénsese en el célebre e inicial "Capital corrupta, nación infecta". Pero, ¿cuál era la técnica de esta campaña? Tengo en casa sólo un año completo de L'Espresso, de 1965, y el otro día lo estuve hojeando. Del número 1 al 7, los artículos van de la política a la moda, sin revelaciones extraordinarias. En el número 7 aparece una investigación de Jannuzzi, "La cedular de San Pedro", donde se acusa al Vaticano de haber sustraído en tres años 40 mil millones al fisco, con el consenso del gobierno italiano. Estamos en periodo de sesiones, se está discutiendo de nuevo el artículo 7 de la Constitución, el tema es candente. En el número 8 no se retoma el tema fiscal. Aparece en cambio un servicio sobre Il Vicario de Hochhut, cuya representación había sido bloqueada por la jefatura de policía de Roma, con comentarios de Scalfari y un artículo no firmado de indiscreciones sobre el Concilio. Sin que el lector se dé cuenta al primer golpe, el tema de Il Vicario se retoma en la sección teatral de Sandro De Feo. En el número 9 cae la polémica, pero del 9 al 13 tenemos un monitoreo, un largo servicio de Camila Cederna sobre los entretelones del Concilio.
Es hasta el número 13 ­y estamos a dos meses después­ que un artículo de Livio Zanetti abre el problema político de las discusiones sobre la revisión del Concordato y sólo al final del artículo el problema se liga al de los presuntos fraudes fiscales del Vaticano. Se regresa al tema en el número 14, no en primera plana. En el número 15 Falconi explora los casos de los curas rebeldes y de la iglesia de Barbiana, en el número 16 un editorial en primera plana habla del peso político de una visita de Nenni al Vaticano con la pregunta: ¿sabrá el Estado italiano hacer valer sus derechos? En el número 18 inicia una nueva indagación, sobre los misterios de la magistratura.
El periódico tenía evidentemente su estrategia, sabía que no podía gritar "el lobo, el lobo" todas las semanas, dosificaba los tonos y las noticias, dejaba que el lector, poco a poco, se formara una opinión, hacía sentir a la clase política el peso de una atención discreta pero constante, dejando entender que, en caso de necesidad, podría volver al descubierto.
¿Podría un semanario comportarse actualmente de la misma manera? No.
En primer lugar, L'Espresso de entonces se dirigía, por su tiraje y su presentación gráfica, a la clase dirigente; hoy sus lectores han aumentado al menos cinco veces; ya no puede seguir la técnica de la insinuación sutil, progresiva, gradual.
En segundo lugar, hoy la exclusiva inicial ­el primer artículo del número 7­ sería inmediatamente retomada y ampliada por el resto de la prensa y de los otros media y para poder retomar el tema el semanario debería inmediatamente subir el tiraje, encontrar noticias más explosivas a costa de inflar datos no suficientemente comprobados.
En tercer lugar, en el mundo político y en sus apariciones en la televisión, el tema habría alcanzado el nivel del altercado; el objeto de la noticia ya no sería el hecho de que existe sospecha de fraude fiscal, o un problema de Concordato, sino la pintoresca confrontación que se ha dado sobre ese problema y el semanario hablaría solamente de cómo otros periódicos o noticieros televisivos enfrentan la cuestión.
Finalmente, en cuarto lugar, entre los elementos de transformación de la prensa, no podemos dejar de considerar el nuevo comportamiento de la magistratura. La prensa intervenía allí donde las fuerzas políticas callaban y la magistratura no veía. Después de Manos Limpias, la magistratura ha conseguido tal intensidad en la denuncia, a todos los niveles, que a la prensa le queda muy poco por descubrir. No le queda sino repetir (o anticipar, en una frenética carrera hacia la indiscreción) las denuncias que parten del Palacio de Justicia, o cambiar de juego y denunciar a la magistratura, pero también allí a la zaga de la televisión. El juego de las partes se convulsiona.
Si en un tiempo un periódico debía enviar sus propios espías a los pasillos de los palacios romanos para arrebatar alguna cautelosa declaración a personas que sabían, hoy debe, eventualmente, procurarse alguien que le proporcione, no solicitados, sabrosos dossier de quien, si no se controla la autenticidad, se convierte en amplificador truculento, perdiendo credibilidad. Es decir, que debe jugar a la defensiva, parar golpes que vienen de afuera. No quisiera ser pesimista, pero se corre el riesgo de que quede Pecorelli (que jugaba a medio camino entre acontecimientos, mundo político, servicios y periodismo) por encima de Arrigo Benedetti (que pensaba en el periodismo como un cuarto poder autónomo).

La prensa incómoda. Inicios de cambio
En cuanto a la exclusiva, no es que en otras partes las cosas sean diferentes de como son en Italia, y Francia ha lamentado recientemente que la carrera por la exclusiva a cualquier costo haya violado la más celosa intimidad del Presidente de la República. Cuáles serán las consecuencias de esta carrera por la exclusiva, lo dice una comparación entre el caso Nixon y el caso Clinton.
Antes de la investigación del Washington Post sobre Watergate, no hubo jamás ataques, que no fueran políticos, a la Presidencia y a su honorabilidad. Si consideramos en sí la entidad del dolo, Nixon hubiera salido fácilmente acusando a los colaboradores demasiado diligentes. Pero ha cometido el error de decir una mentira. A ese punto la campaña periodística ha señalado el hecho de que el Presidente de Estados Unidos había mentido y Nixon cayó finalmente, no porque fuera indirectamente culpable de espionaje, sino por ser reo del embuste. Quiero decir que la elección fue precisa, puntual, calibrada y justo por eso eficaz.
Lo que hace la campaña contra Clinton más débil y desarticulada es que ahora ya aparece una exclusiva por día, y a más de hacerlo no vacila en atribuir a Clinton e Hillary cualquier falta, de la especulación inmobiliaria a la alimentación del gato con dinero del Estado. Es demasiado. La opinión pública está confundida, y permanece fundamentalmente escéptica. El resultado, también allá, es el envenenamiento de la lucha política: ahora se sustituye un líder sólo si se logra meterlo a la cárcel.

¿Qué hacer?
Para sustraerse a estas condiciones quedan a la prensa dos caminos, ambos difíciles, porque incluso los diarios extranjeros que hasta ahora los han practicado deben de alguna manera transformarse para adaptarse a los nuevos tiempos.
La primera es la que llamo la "vía fidjiana". En 1990 estuve durante casi un mes en las islas Fidji y el año pasado casi un mes en el Caribe. Podía leer, en aquellas islitas, solamente el diario local: ocho o 12 páginas, la mayor parte publicidad de restaurantes, noticias de carácter local y el resto de agencias. Bien, estaba en las islas Fidji cuando explotó la crisis del Golfo, y en el Caribe cuando en Italia se discutía el caso del decreto Biondi, y me mantuve al corriente de todos los hechos esenciales. Estos periódicos paupérrimos, trabajando sólo con servicios de agencias, lograban dar en pocas líneas las noticias más importantes del día anterior. A esa distancia comprendía que aquello de lo que los periódicos no hablaban no era tan importante.
La vía fidjiana. Seguir la "vía fidjiana" implica naturalmente, para un periódico, una tremenda merma en sus ventas. Se convertiría en un boletín para una élite como la que lee el boletín de la bolsa; porque para comprender el peso de una noticia dada en forma esencial se necesita un ojo educado. Sería, sin embargo, una fatalidad incluso para la vida política, que perdería la función crítica de la prensa, su aguijón. Los políticos superficiales podrían pensar que a este punto les bastaría la televisión: pero la televisión, como toda forma de espectáculo, acaba. Fanfani sobrevivió más tiempo que Nilla Pizzi. Una clase política crece y madura también a través de una confrontación amplia, tranquila y reflexiva, como sólo lo puede permitir la relación con la prensa.
La clase política es la primera que tiene todo que perder (aferrando sólo alguna ventaja de breve alcance: pocos, malditos y rápido), de una prensa diaria totalmente semanalizada y sometida a la televisión.
La atención prolongada. La otra vía sería aquella que he definido, al principio, como la atención prolongada: el diario renuncia a convertirse en un semanario de variedades y se vuelve una austera y confiable mina de noticias de lo que ocurre en el mundo; es decir, no hablará del golpe de Estado ocurrido ayer en un país del Tercer Mundo sino que dedicará a los acontecimientos de ese país una atención continua, aun cuando los hechos por venir estuvieran en incubación, logrando explicar al lector por qué (por cuáles intereses económicos o políticos, incluso nacionales) se debía prestar atención a cuanto ocurría. Sin embargo, este tipo de prensa cotidiana requiere de una lenta educación del lector. Hoy en Italia un diario, antes de llegar a educar en ese sentido a los propios lectores, los habría perdido. Incluso el New York Times, que tenía lectores educados y funcionaba en Nueva York con un régimen prácticamente monopólico, enfrenta ahora al muy coloreado y más ligero USA Today que le roba mercado.
Podría suceder también otra cosa. Con el desarrollo de la telemática y de la televisión interactiva, pronto cada uno de nosotros podría componer e incluso imprimir en casa con el telecomando, el propio diario esencial, escogiendo de una gran cantidad de fuentes.
El diario telemático
Podrían morir los diarios, no los editores de diarios que venderían informaciones con costos reducidos. Sin embargo, el periódico hecho en casa podría decir solamente aquello en lo que el usuario está ya interesado de antemano y lo alejaría de un flujo de informaciones, juicios y alarmas que habían podido reclamar su atención; le quitaría la posibilidad de atrapar, hojeando el resto del periódico, la noticia inesperada y no deseada. Tendríamos una élite de usuarios informadísimos, que saben dónde y cuándo buscar la noticia, y una masa de subproletarios de la información, satisfechos con saber solamente que en los alrededores nació un becerro con dos cabezas: es lo que ya sucede en los diarios del Middle West estadounidense.
También en este caso sería una desgracia para los políticos, obligados a replegarse a la televisión; se tendría un régimen de república plebiscitaria, donde los electores reaccionarían solamente a las emociones del momento, transmisión por transmisión, como se suele decir, en el tiempo real. A alguien le puede parecer una situación ideal, pero hay que tener cuidado, pues en tal caso no sólo el hombre político sino los propios grupos y movimientos tendrían la vida breve de una modelo.

¿Un futuro Internet?
Queda abierto un futuro Internet y políticos como Al Gore lo comprendieron desde hace tiempo. Entonces la información se difunde por innumerables canales autónomos, el sistema es acéfalo e incontrolable; cada uno discute con los otros, no sólo reacciona emotivamente al sondeo en el tiempo real, sino que dirige mensajes incluso profundizados que descubre poco a poco, relaciones y discusiones entretejidos más allá de lo que es la dialéctica parlamentaria o la vetusta polémica periodística. Pero, ¿qué sucedería, al menos por algunos años?
Ante todo, las redes telemáticas seguirán siendo un instrumento para una élite culturizada y joven, no para el ama de casa católica, no para el marginado al que se dirige Refundación Comunista, no para el pensionado al que convoca el PDI (Partido Democrático de Izquierda, ex PCI), no para la señora burguesa que se manifiesta por el Polo (se refiere al llamado Polo de la Libertad, coalición de partidos de derecha. N. del T.).
En segundo lugar, no se ha dicho que estas redes puedan realmente permanecer acéfalas, sustraídas de todo control de las alturas, porque estamos ya en una situación de congestionamiento y mañana un Gran Hermano podría controlar los canales de acceso, ¡y entonces, olvídense de la par condicio!
En tercer lugar, la enormidad de informaciones que permiten estas redes podría llevar a una censura por exceso. El New York Times del domingo contiene realmente all the news that's fit to print, todo lo que vale la pena publicar, y no se diferencia mucho del Pravda de los tiempos de Stalin porque, dado que no es posible leerlo todo en siete días, es como si las noticias que ofrece fueran censuradas; demasiadas noticias, ninguna noticia. El exceso de información lleva a criterios casuales de destrucción o a cuidadas selecciones permitidas, de nuevo, a una élite educadísima.

Función fundamental
¿Cómo concluir? Considero que la prensa, en el sentido tradicional del diario y del semanario hechos de papel, que se consiguen voluntariamente en el quiosco, tiene aún una función fundamental, no sólo por la evolución civil de un país, sino también para nuestra satisfacción y por el placer de estar acostumbrados, desde hace siglos, a considerar con Hegel la lectura de los diarios como la plegaria matutina del hombre moderno.
Pero así como van las cosas, la prensa italiana manifiesta en sus propias columnas una incomodidad de la que es consciente, sin saber cómo salir de ella. Ya que las alternativas ­como hemos visto­ son difíciles de intentar, es necesario que inicie una lenta transformación a la cual el mundo político no puede permanecer ajeno.
Para comenzar, ocurre a menudo que un hombre político envíe a un periódico un artículo que aparece bajo la leyenda: "recibimos y publicamos con mucho gusto". Es un modo de contribuir a la reflexión, de asumir la responsabilidad de las propias declaraciones. Que pida el político que se le permita revisar cada entrevista y que suscriba el entrecomillado. Aparecerá menos en los periódicos, pero cuando lo haga será tomado en serio. Ganarán ventaja también los periódicos, que no se verán condenados a registrar solamente golpes de humor arrancados entre uno y otro café.
¿Cómo llenará la prensa estos vacíos? Tal vez buscando otras noticias en el resto del mundo, que no es el pequeño cuadrado entre Montecitorio y el Palazzo Madama, cuadrado que a millones de personas no les importa en absoluto. Y también se trata de millones de personas que deben importarnos, de las que la prensa debe hablar más, no sólo porque miles de nuestros conciudadanos construyen algo con ellos, sino porque de su crecimiento o de su crisis depende el futuro de nuestra sociedad, y querría decir de la sociedad europea, sometida a flujos no ya inmigratorios sino migratorios de alcance histórico.
Esta es una invitación tanto para la prensa como para el mundo político, a mirar más al mundo y menos al espejo.

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