jueves, octubre 13, 2011

New York Times: Manifestantes tienen la razón

Los manifestantes contra Wall Street 




Editorial The New York Times*


En un tiempo en que las protestas de "Ocupa Wall Street" se han expandido desde el Bajo Manhattan hasta Washington DC y otras ciudades, las clases complacientes con el sistema imperante se quejan de que los marchantes carecen de un mensaje claro y de prescripciones políticas específicas. 


El mensaje —y las soluciones—, sin embargo, debe ser obvias para cualquier persona que ha estado prestando atención desde que la economía entró en una recesión que continúa golpeando ferozmente a la clase media, mientras que los ricos se han recuperado y han prosperado. 


El problema es que nadie en Washington ha estado escuchando el mensaje. A este punto, el mensaje de la protesta es: la desigualdad en los ingresos está moliendo a la clase media, está aumentando las filas de los pobres, y está amenazando con crear una subclase de gente capaz, dispuesta pero desempleada. En un nivel, los manifestantes, la mayor parte de ellos los jóvenes, están dando voz a una generación que ha perdido las oportunidades que tuvieron las generaciones anteriores. 


El índice de desempleo para los graduados de la universidad, menores de 25 años, fue de un promedio de 9.6 por ciento el último año; para los graduados de la escuela secundaria, el promedio es del 21.6 por ciento. Pero eso no es lo peor, lo que esas figuras no reflejan es que los graduados están trabajando en empleos de bajos salarios que, incluso, no requieren diplomas. Tales perspectivas en los primeros años de su vida laboral solo pueden ofrecer un panorama de descenso social y económico —todo lo contrario a lo que existía en las décadas de los 1950 y 1960. 


Las protestas, hay que tenerlo muy en claro, son más que una sublevación de la juventud. Los propios problemas de los manifestantes son solamente una ilustración de cómo la economía (actual) no está funcionando para la mayoría de los norteamericanos. Ellos están totalmente correctos cuando dicen que el sector financiero, con los reguladores y los funcionarios electos en colusión, inflaron y se beneficiaron de una burbuja del crédito que estalló, costándole a millones de norteamericanos sus trabajos, sus ingresos salariales, sus ahorros y el valor de sus casas.  


Y mientras que los malos tiempos continúan, los norteamericanos también han perdido su creencia en la compensación y la recuperación. El ultraje inicial estuvo compuesto por los rescates financieros y por el hambre de los funcionarios electos por obtener de Wall Street el dinero en efectivo para sus campañas electorales, una combinación tóxica que ha reafirmado el poder económica y política de los bancos y de los banqueros, mientras que los norteamericanos ordinarios siguen sufriendo. 


La desigualdad extrema es el sello de una economía disfuncional, dominado por un sector financiero que es manejado mayormente por la especulación y el respaldo económico a los políticos en el gobierno como una inversión productiva —para su avaricia. Cuando los manifestantes dicen representar al 99 por ciento de norteamericanos, ellos se están refiriendo a la concentración de los ingresos en la sociedad de hoy en día, profundamente desigual. 


Antes de la recesión, la parte de los ingresos que tenía el 1 por ciento superior era el 23.5 por ciento, el más alto desde 1928 y más del doble del 10 por ciento que tenían en los últimos años 70's. Estos ingresos declinaron levemente cuando los mercados financieros se hundieron en el 2008, y las cifras actualizadas aún no están disponibles, pero desigualdad ha resurgido con toda seguridad. 


En los últimos años, por ejemplo, los beneficios corporativos (que fluyen en gran parte a los ricos) han alcanzado su más alto nivel como parte de la economía desde 1950, mientras que el pago a los trabajadores como parte de la economía está en su punto más bajo desde los mediados de los años cincuenta. 


Desigualdad extrema 
Los aumentos de la renta para los súper ricos no serían de preocupar si los ingresos de la clase media y los pobres también ganan. Pero las familias trabajadoras han visto declinar sus ingresos reales en la primera década de este siglo. La recesión y sus consecuencias solo han acelerado la declinación. 


Las investigaciones demuestran que tal desigualdad extrema está correlacionada a albergar una serie de males, incluyendo niveles inferiores del logro educativo, una salud más pobre y menos inversión pública. También sesga el poder político, porque la política refleja casi invariablemente las opiniones los norteamericanos de las clases ricas, en contra los de los norteamericanos de bajos ingresos. 


Entonces, no debe sorprender que Ocupa Wall Street se haya convertido en un imán para el descontento. 


Hay un montón de objetivos políticos para tratar los agravios de los manifestantes —incluyendo un alivio de las ejecuciones hipotecarias, un impuesto a las transacciones financieras, una mayor protección legal a los derechos de los trabajadores, e impuestos más progresivos. El país necesita un cambio en el énfasis del orden público, desde proteger a los bancos a fomentar el empleo total, incluyendo el gasto público para la creación de trabajos y el desarrollo de una estrategia a largo plazo para aumentar la fabricación doméstica. 


No es el trabajo de los manifestantes bosquejar la legislación. Ése es el trabajo de los líderes de la nación, y si ellos lo hubieran estado haciendo, no hubiera habido necesidad de estas marchas y reuniones. A causa de que no lo hicieron, las protestas del público son legítimas e importantes. Es también la primera línea de defensa en contra de un regreso a las maneras en cómo Wall Street hundió a la nación en una crisis económica de la cual aún tiene que emerger. 


Traducción: Luis Aguilar 
Texto original: http://www.nytimes.com/2011/10/09/opinion/sunday/protesters-against-wall-street.html?scp=1&sq=PROTESTORS%20AGAINST%20WALL%20STREET&st=cse

Wall Street: Calle cerrada


¡Despierten! Hay una rebelión Yanqui

Por Luis Aguilar*

"Wake Up America" –"Despierta Estados Unidos"(1) – se leía en el cartel que portaba uno de los miles de manifestantes que ocupaba una de las calles aledañas a la Bolsa de Valores de Wall Street, en el Bajo Manhattan el pasado sábado 24 de septiembre, y que fue sacado a la fuerza por agentes de la policía de la Ciudad de Nueva York. Pero la rebelión continúa y no tiene fecha de expiración.

La ocupación de los "Indignados", como lo han llamado algunos sectores de la prensa, comenzó el pasado 16 de septiembre y ha continuado desde entonces a pesar de las lluvias, los violentos desalojos policiales y arrestos. Los voceros de la ocupación han declarado que permanecerán allí el tiempo que sea necesario, semanas o meses, hasta finalizar con la "corrupción del dinero" que ha minado "nuestra democracia", según reza el sitio www.adbusters.org, el sitio en el internet desde donde se inició la convocatoria para la "Ocupación de Wall Street".

Desde la década de los años 1960, cuando tuvo lugar los movimientos por los Derechos Civiles y contra la Guerra de Vietnam, los Estados Unidos no ha visto un movimiento de ciudadanos estadounidenses, particularmente jóvenes, tan decididos a protestar hasta cambiar las cosas.

Y esto parece inédito en una sociedad donde la mayoría aún parece adormecida a pesar del feroz impacto económico de la crisis en sus propias vidas y las de sus familias. Un impacto que no es temporal, como otras ocurridas a lo largo de las últimas tres décadas. En realidad lo que está ocurriendo a una gran mayoría es una drástica transición de vivir en una economía del Primer Mundo –una economía de oportunidades de ascendencia en la escala social– a una economía del Tercer Mundo, donde las oportunidades solo estarán para los más ricos o súper ricos.

El despertar de esta consciencia es, parafraseando a Mao en su encuentro con Nixon, un síntoma de la enfermedad histórica de los Estados Unidos en las últimas dos décadas, cuando las grandes corporaciones –desde la era Clinton– comenzaron a desindustrializar el país a cambio de aumentar sus voraces ganancias.

Y aunque los grandes medios de comunicación no lo dicen, esto también es una rebelión contra la Guerra de Clases entre los dueños del país –y parte del mundo– que es el 1% de la población, y el resto del país, que comenzó hace dos décadas y que nadie quiso admitirlo mientras se bailaba en la fiesta del Titanic, en tanto este se hundía.

Y lo más interesante es que la rebelión ha sido lanzada por los jóvenes que, de acuerdo a las propias estadísticas oficiales, están sufriendo en carne propia la pérdida de las oportunidades que, en la historia de la clase media estadounidense en los últimos70 años, ha sido la escalera de ascendencia social y económica.

Los indignados son lo que ahora se conoce como la "Generación Perdida", los jóvenes entre 20 y 30 años, muchos de ellos graduados de las universidades que hoy en día no tienen las oportunidades económicas que tuvieron sus padres o abuelos, cómo tener un trabajo con un salario decente que le permita construir su independencia económica. Ellos sólo sobreviven con trabajos de tiempo parcial, si es que lo consiguen, continúan viviendo en las casas de sus padres, y han postergado muchas decisiones importantes en sus vidas. En tanto que su futuro económico es muy incierto porque, cómo ya mencionamos, el país ha sido desindustrializado y se ha convertido en una economía de servicios al estilo de los Países del Tercer Mundo.

Y en este punto cabe señalar que esta rebelión es de aquellos que ya no tienen nada que perder, porque, como está conducido el país económicamente, ya lo perdieron todo. Son como los obreros desempleados en la época de la Gran Depresión, los que no tenían nada que perder porque la crisis de los 1930 los hizo perder todo, y que se organizaron a través de sindicatos y movimientos populares masivos, a través de todo el país, para presionar a F.D. Roosevelt por un Nuevo Contrato Social que finalmente lo lograron. Sin aquel movimiento popular que dio lugar a un poderoso sindicalismo industrial en los Estados Unidos entre 1933 a 1955, como lo indica el libro "Labor’s Giant Step" por Art Preis (1964), la clase media americana que dio lugar al "American Dream" no se hubiera logrado ante la feroz hostilidad de los dueños del país.

Más de siete décadas después, Estados Unidos enfrenta un gran dilema. O sigue dejando que el 1% más rico del país siga haciendo lo que le apetece, comprando con su dinero el poder político del país para que estos "administradores" del gobierno complazcan a sus amos; o se da un cambio radical en el cual, los Estados Unidos como país, tarde o temprano, dejará de ser la Superpotencia Global y deba alinearse a un nuevo orden multipolar.
En su discurso en Gettysburg, Abraham Lincoln dijo: "El gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo". Y eso comienza con los ciudadanos de a pie, como los indignados de Wall Street.

*Periodista peruano radicado en Estados Unidos por más de veinte años.
Hace un década empezó a estudiar la involución del sistema económico de ese país. Es editor del diario La Prensa Hispana de Nueva York. 


(1) Entiendo que también puede traducirse "Despierta América", pero al margen de que América es todo un Hemisferio dicha traducción sería similar al nombre de un programa matutino de la cadena televisiva en castellano Univisión, el cual es exactamente lo contrario cualquier cosa que pueda asociarse con el despertar de la consciencia o rebelión social.

Editorial NYT

Wallerstein

Plutócratas en pánico

miércoles, agosto 10, 2011

Olvidos y desmemorias


Medios: olvidos y desmemorias

Jesús Martín Barbero

«La memoria es un proceso abierto de reinterpretación del pasado que deshace y rehace sus nudos para que se ensayen de nuevo sucesos y comprensiones. Pero ¿a qué lengua recurrir para que el reclamo del pasado sea moralmente atendido como parte de la narrativa social vigente, si los medios de masas sólo administran la "pobreza de experiencia" (W. Benjamin) de una actualidad tecnológica sin piedad ni compasión hacia la fragilidad de los restos de la memoria herida?». -Nelly Richard

El tema es estratégico para el momento que vive el país, a la vez que nos permite retomar una de las reflexiones más fecundas de los países del sur en los últimos años, la de las relaciones entre memoria y olvido en tiempos de guerra, y el papel de los medios en los modos de recordar y olvidar. De ahí las dos partes de este texto: una primera sobre la principal tarea que la sensibilidad fin de siglo parece haberles encomendado a los medios masivos: fabricar presente; y una segunda sobre las paradojas que produce la guerra en las relaciones del recordar con el olvidar.

1. Un siglo que perdió la memoria

Dedicados a fabricar presente, los medios masivos nos construyen un presente autista, esto es que cree poder bastarse a sí mismo. ¿Qué significa esto? En primer lugar, que los medios están contribuyendo a un debilitamiento del pasado, de la conciencia histórica, pues al referirse al pasado, a la historia, casi siempre lo descontextualizan, reduciéndolo a una cita, y a una cita que no es más que un adorno para colorear el presente con lo que alguien ha llamado «las modas de la nostalgia». El pasado deja de ser entonces parte de la memoria, de la historia, y se convierte en ingrediente del pastiche, esa operación que nos permite mezclar los hechos, las sensibilidades y estilos, los textos de cualquier época aisladamente, sin la menor articulación con los contextos y movimientos de fondo de esa época. Y un pasado así no puede iluminar el presente, ni relativizarlo, ya que no nos permite tomar distancia de lo que estamos viviendo en lo inmediato, contribuyendo así a hundirnos en un presente sin fondo, sin piso y sin horizonte. Los medios están así reforzando –no creando, pues los medios sólo catalizan, refuerzan y alargan las tendencias que vienen de los movimientos de lo social– la sensación postmodema de la muerte de las ideologías y sobre todo de las utopías, porque ambas se hallan ligadas a otra temporalidad más larga, hoy emborronada por la pérdida de aquella relación con el pasado que nos proporciona la conciencia histórica.

La fabricación de presente implica también una profunda ausencia de futuro. Catalizando la sensación de «estar de vuelta» de las grandes utopías, los medios se han constituido en un dispositivo fundamental de instalación en un presente continuo, en una secuencia de acontecimientos que, como dice el politólogo chileno Norbert Lechner, «no alcanza a cuajar en duración». En lugar de trabajar los acontecimientos como algo que sucede en un tiempo largo o por lo menos mediano, los medios los presentan sin ninguna relación entre ellos, en una sucesión de sucesos -valga lo que hay de redundancia como síntoma del autismo de que hablaba antes- en la que cada acontecimiento acaba borrando al anterior, disolviéndolo, e impidiéndonos por tanto establecer verdaderas relaciones entre ellos. Y así, añade Lechner, se nos hace imposible construir proyectos: «Hay proyecciones pero no proyectos», algunos individuos se proyectan pero las colectividades no tienen dónde asir los proyectos. Y sin un mínimo horizonte de futuro no hay posibilidad de pensar cambios, haciendo entonces que la sociedad patine sobre una sensación de sinsalida. Si la desesperanza de nuestra gente joven es tan honda es porque en ella se mixturan los fracasos del país por cambiar con esa sensación, más larga y general, de impotencia que la ausencia de futuro introduce en la sensibilidad fin de siglo.

Asistimos a una forma de regresión que nos saca de la historia y nos devuelve al tiempo del mito, que es el de los eternos retornos, y en el que el único futuro posible es entonces el que viene del «más allá», no un futuro a construir por los hombres en la historia sino un futuro a esperar que nos llegue de otra parte. Es de eso de lo que habla el retorno de las religiones, de los orientalismos nueva era y los fundamentalismos de toda laya. Es la nueva edad media que atisbaron, y de la que empezaron a hablar Eco y sus amigos al comienzo de los años setenta. Un siglo que parecía hecho de revoluciones –sociales, culturales– termina dominado por las religiones, los mesías y los salvadores: «el mesianismo es la otra cara del ensimismamiento de esta época» (N. Lechner). Ahí está el reflotamiento descolorido pero operante de los caudillos y los pseupopulismos.

Esta es la primera clave: los medios no nos están ayudando a anclar en la historia lo que nos pasa, para desde allí dibujar algún futuro, sino que, en conjunto, los medios debilitan el pasado y diluyen la necesidad de futuro. Claro que hay mucho por matizar, pues mientras la prensa –alguna prensa, al menos– intenta aún enlazar los hechos, hilarlos, ponerlos en contexto, la radio y especialmente lá televisión trabajan sobre la simultaneidad de tiempos y la instantaneidad de la información que, posibilitadas por las tecnologías audiovisuales y telemáticas, se han convertido en perspectiva, esto es, en modo de ver y de narrar. Los medios audiovisuales aplastan la temporalidad sobre la instantaneidad: a lo que hoy llaman los medios actualidad es la toma en directo o sus equivalentes. Y esa simultaneidad entre acontecimiento e imagen, entre suceso y noticia, es la que le exige a la radio o a la televisión cortar cualquier programa para conectamos con el presente de lo que está pasando –atención a ese verbo pasar, pues se trata de un presente que no tiene reposo sino que pasa y pasa, a toda velocidad–, exigiendo también que el tiempo en pantalla de cualquier acontecimiento sea también instantáneo y equivalente: ¡tanto dura una masacre de campesinos como un suceso de farándula, pues en la economía del tiempo de la televisión valen lo mismo! Extraña economía la de la información en radio o televisión, según la cual su costo en tiempo implica que la información -como la actualidad ¬dure cada vez menos. Hasta hace un siglo «lo actual» se medía en tiempos largos, pues nombraba lo que permanencia vigente durante años, pero después la duración se fue acortando, estrechando, y acabó dándose como eje la semana, después el día, y ahora lo actual es el instante -incesantemente repetido- en que coinciden el suceso y la cámara o el micrófono. O quizá sea al revés: lo actual es el instante que la cámara convierte en suceso. ¿Cómo diferenciarlos?

Vivimos así inmersos en un presente cada vez más delgado o, como dirían los tecnólogos, más comprimido, ya que uno de los mayores logros del desarrollo tecnológico, a partir de la fibra óptica, es la compresión (¡no confundir con comprensión!), pues de lo que se trata es de meter, y hacer circular, el máximo de información en el mínimo de espacio, en el mínimo de espesor material. Resulta bien sintomático que lo que pasa en el plano tecnológico de la información ¬la compresión posibilitando unos computadores a la vez más pequeños y con mayor capacidad de almacenamiento a partir de unos chips cada vez más diminutos y potentes- nos esté dando la pauta a la hora de configurar los criterios con que valoramos la información social, política, cultural. Esto, trasladado al campo de la memoria, significa que la que ahora vale ya no es la de «los viejos de la tribu», la memoria cultural, no acumulativa sino conflictiva, articulada sobre los tiempos largos de la historia y preñada de sentido, sino la que cabe en el computador, la memoria instrumental y operativa.

El tiempo de Ios medios comprime la información, la condiciona y la moldea de dos maneras. Primero, transformando el costo del tiempo en el medio –televisión o radio– en el condicionante decisorio de la estructura de los noticieros, lo que implica una perversión radical: ¡todo vale igual en un noticiero! Nada merece durar más. Recuerdo que QAP «nació» con un comercial que hacía García Márquez, en el que decía: «Colombia va a dejar de mirarse al ombligo». Y así fue durante unas pocas semanas, dándoles a ciertas noticias intemacionales hasta diez minutos, lo cual era absolutamente escandaloso en este país; pero muy pronto eso se acabó, y nos volvimos a encontrar que, como en los demás, todo volvía a durar igual pues todo acabó resultando equivalente: la masacre de Mitú y el vestido que le hizo Barraza a la reina, ambos tuvieron derecho al mismo tiempo. Estamos ante unos noticieros en los que, al valer todo igual, la única clave de organización narrativa es el ritmo. El noticiero debe tener, ante todo, ritmo, ya que el ritmo visual importa mucho más que la espesa y cruda realidad del país. En la información de televisión no hay tiempo para la incertidumbre que vivimos ni para la complejidad de las violencias que sufrimos, pues en ellas no caben, sólo caben su gesto –o mejor su mueca– y su morbo.

En segundo lugar, el tiempo condiciona la información moldeando su elaboración. ¿Cómo se elabora hoy la información de los noticieros, especialmente -pero no sólo- en la televisión? Como un reality show, como un espectáculo. De ahí que ya no haya tiempo para la investigación, ni para el análisis, ni para la documentación, porque la investigación, el análisis y la argumentación son mucho menos importantes que el montaje de efectos con el que se construye la simultaneidad del hecho y la noticia, la entrevista en directo. Lo que se elabora durante la preparación del noticiero no es su documentación y análisis sino su teatralidad, esa pequeña obra de teatro que hay que montar cada noche para que la gente no se pase a otro canal. Anudada a un tiempo, que perversamente condiciona la información, se halla la publicidad, y en especial la autopublicidad del noticiero. Desgraciadamente, los «nuevos noticieros» de los canales privados no sólo no han traído nada nuevo sino que han redoblado la autopropaganda: de lo que más hablan los noticieros hoy es de sí mismos, muchísimo más que del país. En eso se traduce la tan cacareada competitividad y sus falsas promesas de diversidad. Con la privatización iban a llegamos al fin la diversidad y el pluralismo, pero lo único que hemos recibido hasta ahora es más de lo mismo y más barato.

En resumen, los medios son hoy un actor fundamental de lo que está pasando en el país. Son sin duda un actor de la guerra y a veces, pocas, un actor de la paz, puesto que el tipo de temporalidad que producen los ha convertido en dispositivos de borramiento de la memoria y, por tanto, de desinformación. Y ¿cómo ser ciudadanos hoy sin información? En su libro Balsas y medusas. Visibilidad informativa y narrativas políticas, Germán Rey analiza el papel de los medios en el largo conflicto de Las Delicias, el de los secuestrados, los desaparecidos y las madres, y hace una observación que me parece clave: el contraste entre la larga duración del conflicto, su lenta resolución y la débil temporalidad, y la fragmentación de la información. Es decir, la tremenda paradoja entre la lentitud, las enormes dificultades que enredaron/alargaron ese conflicto, y la versión light, rápida y fragmentada que el ritmo de la espectacularización impuso a las noticias. Como si, en este fin de siglo, lo único contra lo que tuvieran que luchar los medios fueran el tedio y el estrés y su única arma fueran el ritmo y el espectáculo visual. Esto lleva a Germán Rey a recoger los hilos que, en algún momento, permitieron a la información convertirse en relato, romper con la compulsión y la fragmentación para darse un mínimo de tiempo, una mínima capacidad de desenredar los conflictos, de acompañar los procesos, de seguirlos, de mantenerlos en el aire, en pantalla, de mantenerlos vivos en la conciencia y la memoria de la gente.

2. Recordar/olvidar: las paradojas de la guerra

Sin memoria, no hay futuro, y el que no recuerda está~ndenado a la repetición. Pero, ¿quién es el que recuerda? ¿Qué memoria es la activada? ¿La memoria de quién? La chilena Nelly Richard nos alerta sobre el hecho de que mucha de la memoria recobrada es una traición a la historia, pues cuando se somete la memoria de las víctimas a la humillación de ver narrado su pasado, su experiencia y su dolor, en el neutro y bastardo relato de la actualidad, esa memoria se convierte en un secuestro, un robo.

Creo que, en gran parte, el modo como los medios recuerdan en este país produce eso: un relato que funcionaliza la tragedia de las víctimas a los intereses del tiempo rentable, la conversión de la memoria en rentabilidad informativa, la transformación de la actualidad en desmemoria, pues en la actualidad no cabe la memoria, la actualidad no la soporta, y cuando convierte la memoria en actualidad lo que resulta es una traición a aquellos en nombre de los cuales se dice hacer memoria. De esta manera, la memoria de los desaparecidos es confundida diariamente con la cotidiana demanda colectiva de morbo, de «hechos fuertes», y condenada al flujo invisibilizador de los sucesos.

Y ¿memoria de quién? -nos preguntábamos-o ¿Quién hace hoy memoria? En realidad son muy diversos los modos de recordar, y no hay posibilidad de un discurso que recuerde de verdad sin que la palabra guarde cicatrices. Lo que hoy abundan son modos de recuerdo que acaban siendo una manera de borrar el pasado, de tomarlo borroso, difuso, indoloro. Y una política informacional, no escrita en ningún manual de redacción o de partido, parece sin embargo regular la forma como el recuerdo debe circular para que no ofenda a nadie, esto es, no como memoria viva, lacerante, conflictiva, sino como discurso neutro, indiferente, por más gestos dramáticos que adornen y «dramaticen» ese discurso. No hay memoria sin conflicto, porque nunca hay una sola memoria; siempre existe una multiplicidad de ellas en lucha. Con todo, la inmensa mayoría de la memoria de que dan cuenta los medios es de consenso, lo que constituye la etapa superior del olvido. «No hay memoria sin conflicto» significa que por cada memoria activada hay otras reprimidas, desactivadas, enmudecidas, por cada memoria legitimada hay montones de memorias excluidas.

Las madres de la Plaza de Mayo son una memoria reprimida, sin legitimidad, continuamente devaluada por los medios, salvo algunos pocos que aún son capaces de acompañarlas de cuando en cuando. Evidentemente, la memoria de las abuelas de la plaza de mayo es muy distinta de la que han hecho muchos de los partidos políticos en Argentina. Incluso la mayoría de los intelectuales están hartos de las madres de la Plaza de Mayo, hartos de esas «viejas que no son capaces de olvidar». Ahí emerge el conflicto de memorias, mientras lo que los medios buscan es la cuadratura del círculo: una memoria que suprima el conflicto, que no nos perturbe, que apacigüe, que cierre la herida, pero en falso; una cicatrización en falso. Algo de lo más hondo y decisivo que nos legó la pedagogía de Estanislao Zuleta es que «hay que saber vivir con el conflicto», pues más democrático que reprimirlo o suprimirlo es descifrarlo en lo que tiene de dinámica social y dimensión constitutiva del convivir colectivo. Frente a eso, lo que encontramos en los medios es un recuerdo neutro o revanchista: en ambos casos se trata de un recuerdo instrumental, funcionalizado, incapaz de hacer memoria y de olvidar.

Como nos enseñan algunos textos que se hacen cargo de las vicisitudes de la memoria, en las postdictaduras del Cono Sur, la memoria es tensión irresuelta entre recuerdo y olvido, pues remite por una parte a los miles de rostros reclamados desde las fotos que invocan a los desaparecidos, y por otra a la escena de los insepultos, de los que no han acabado de morir porque a sus familiares y amigos se les ha negado el derecho al duelo, a terminar de enterrarlos. La memoria está hecha de una temporalidad inconclusa, que es el correlato de una memoria activa, activadora del pasado y reserva/semilla de futuro. Sin embargo, esa memoria sólo emerge al desplegar los tiempos contenidos, reprimidos, amarrados por la memoria oficial o negados, neutralizados por los medios.

Existen muchas cosas que necesitamos olvidar para poder convivir, pero la generosidad del olvidar sólo es posible después de recordar. Por eso hay que poner la memoria a trabajar, al menos en dos oficios o tareas. En primer lugar, des-hacer aquellas cicatrices que cubrieron las heridas sin curarlas. Si las bombas perdidas u ocultas no son des. cubiertas y des-amordazadas, nos pueden explotar en las manos cualquier día, con lo cual no se trata del «reabrir las heridas», moralistamente condenado por una posición seudoconciliatoria, como la encontramos tantas veces en este país, sino de desmontar la farsa y falsa explicación con que se recubrió lo que dolía sin que se curara en realidad. En segundo término, la memoria evocativa o celebratoria no es la que más necesitamos hoy, porque no es la memoria del pasado sino la memoria de que estamos hechos la que puede ayudamos a comprender la densidad simbólica de nuestros olvidos, tanto en lo que ellos contienen de razones de nuestras violencias como de motivos de nuestras esperanzas.

«¿A costa de qué olvidos recordamos?», se pregunta Beatriz Sarlo. Pregunta que aplicada a Colombia podría traducirse así: ¿de qué se olvida el país en eso que recuerda, y que nos impide comprender los sentidos de las violencias que nos rompen? Investigar la densidad simbólica de nuestros olvidos equivale a damos la posibilidad de miramos unos a otros, de entrelazar memorias de modo que podamos descubrir las trampas patrioteras que nos tiende la memoria oficial y hacer estallar la engañosa neutralidad con que nos adormecen los medios. En los últimos años el filósofo J. Derrida ha trabajado las relaciones entre imagen y espectros, o sea lo que desaparece en lo que vemos. Dice textualmente: «El desarrollo de las tecnologías de comunicación abre hoy el espacio a una realidad espectral. Creo que las nuevas tecnologías, en lugar de alejar el fantasma -tal como se piensa que la ciencia expulsa la fantasía-, abren el campo a una experiencia de espectralidad en la que la imagen ya no es visible ni invisible. Y todo esto ocurre a través de una experiencia de duelo, que siempre anillé a la espectralidad en la que nos enfrentamos con la huella, con lo desaparecido, con la no presencia.

Los medios -y éste es el segundo oficio que el fin de siglo parece otorgarles- son máquinas de producción de espectros. No hay sociedad que se pueda comprender hoy sin esa espectralidad de los medios de comunicación, sin su referencia a los muertos, a las víctimas, a los desaparecidos, que estructuran hoy nuestro imaginario social. Derrida nos da ahí una clave preciosa para comprender en profundidad la relación de la televisión con este roto y atormentado país, precisamente por el desproporcionado peso social político que ha cobrado la televisión en Colombia. Frente al gesto grandilocuente de tantos intelectuales que han hecho de la televisión el chivo expiatorio de nuestra degradación moral y cultural, creo que en este país es clave que miremos la televisión para que cada vez que veamos las imágenes de los muertos, de las madres que gritan por sus hijos, comprendamos que en la secreta relación entre imagen y desaparición se está jugando la posibilidad del duelo sin el cual este país no podrá tener paz, pues la desproporción de nuestras violencias quizá sea paradójicamente proporcional a nuestra incapacidad de duelo: ese tiempo del sentimiento en el que elaboramos las pérdidas y expiamos nuestros olvidos.

Medios para la Paz
Tertulia en la Fundación Santillana
Bogotá, noviembre de1998

Revista Número

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martes, mayo 24, 2011

Índice

Ensayos
Ignacio Ramonet
El periodismo del nuevo siglo
Milan Kundera
La imagología
Álex Grigelmo
La ética en la jungla periodística
George Orwell
La libertad de prensa
Timothy Garton Ash
La historia del presente
Tomás Eloy Martínez
Defensa de la utopía
Periodismo y narración: Desafíos para el siglo XXI
Las grandes preguntas del periodismo

Discursos
Francisco Umbral
Periodismo y literatura

Entrevistas
Juan Villoro
"El periodismo es literatura bajo presión"
Jorge Lanata
"No soy un delirante"
Román Cendoya
"La autocensura existe"
Florentino Portero
"La información internacional"

Lecciones
Mario Vargas Llosa
La hora de los charlatanes
Carlos Fuentes
La responsabilidad del escritor
Ryszard Kapuscinski
El reportero del mundo
Roy Peter Clark
Cómo escribir una buena historia en menos de 800 palabras
La falsa dicotomía y el periodismo literario
Rick Bragg
Del storytelling a las noticias de impacto
Mark Kramer
El periodismo narrativo se pone de moda
Reglas quebrantables para los periodistas literarios
Thomas French
El veredicto está en el párrafo 112
Hugo Kugiya
Reportajes
Norman Sims
Los periodistas literarios
Martín Barbero
Medios: olvidos y desmemorias
Martín Caparrós
La crónica de viaje
Miguel Ángel Bastenier
Integración regional y medios de comunicación
El blanco móvil
Umberto Eco
Crítica del periodismo
Toño Angulo Daneri
La diferencia de estar allí
Jesús Castañón
El lenguaje deportivo, una fiesta social

Crónicas
Buena lectura

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Kapuscinski en México

"En cada pueblo, una iglesia
y una escuela de periodismo"

Jaime Ramírez Garrido*

Ryszard Kapuscinski ha afilado su mirada. Si en las fotografías que hemos visto en las contraportadas de los cinco libros traducidos al castellano observamos una mirada penetrante, incisiva, tiempo después y en persona un fino punto azul en la punta de sus pupilas parece interrogarnos en cada oteo. Con esos ojos ha divisado la infinitud de la estepa blanca de Siberia o las inundaciones de luz de África.
Luego de 25 años ­cuando sirvió como corresponsal en México de la Agencia Polaca de Prensa durante cuatro años­, Kapuscinski regresó para impartir un curso organizado por la Universidad Iberoamericana y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez.
"Los periodistas somos esclavos de la amistad", afirmó en una conversación sostenida en la sede del curso. Hay gente a la que se le da la capacidad para amistar y a otras que no. Estas últimas no son periodistas. Ya en “El emperador”, una reconstrucción del régimen de Haile Selassie a través de los testimonios de sus colaboradores más cercanos ­el cocinero, el limpiador de los orines del perro, el escribidor, el guardarropero, etcétera­ señalaba la necesidad de un intermediario: "Cuando le enseñé a un compañero lo que estaba escribiendo sobre Haile Selassie o, más bien, la historia de la corte imperial y de su caída contada por los que habían llenado los salones, despachos y pasillos de palacio, ésta me preguntó si había ido solo a visitar a aquella gente, que permanecía escondida. ¿Solo? ¡Eso no era posible! Un hombre blanco, un extranjero... de no disponer de sólidas recomendaciones ninguno de ellos habría querido sincerarse conmigo. (Ya de por sí resulta difícil conseguir que los etíopes se muestren abiertos; saben callar como los chinos.) ¿Cómo llegar a saber dónde buscarlos, saber dónde estaban, saber qué habían sido, qué podrían decir? No, no estaba solo, tenía un guía".
Nuestro oficio corre con la amistad. Nunca podrá haber un periodista solo. No sabe ponerse en contacto. No sabe conseguir la confianza de la gente. Hay que tener cualidades propias, pero es necesario que otros nos ayuden.
En “El Imperio”, el recuento de sus visiones de la Unión Soviética, Kapuscinski recuerda su infancia. Su padre, víctima de la leva del Ejército Rojo; su madre, que se retiraba de la cocina cuando los niños comían para evitar que le diera más hambre, su excursión con sus compañeros de juegos a un cuartel de los invasores rusos a quienes pidieron de comer y ellos les enseñaron a fumar.
Estudió historia en la Universidad de Varsovia y de ahí, inmediatamente, comenzó a trabajar como reportero. En la conversación explica que ser corresponsal de guerra ­ha cubierto 17 revoluciones en 12 países­ nunca fue una elección sino un destino.
De la escuela, tras la guerra, cuando había muchas vacantes, comenzó a ejercer el periodismo como la forma de ganarse la vida. Sobre todas las guerras que ha observado también aclara: "Fui condenado a la guerra desde niño, sin elegir nada".
Un colega le pregunta sobre la fórmula para una buena crónica, definida por Carlos Monsiváis como capturar lo que pasa cuando nada pasa.
Recuerdo la definición de Walter Benjamin: "El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia".
Kapuscinski apela a cierta sensibilidad y gusto, que no todo mundo tiene. Es algo que se puede desarrollar y aprender, pero no hay reglas. Chejov dijo que había un hombre talentoso para cada dos millones, y la proporción se mantiene.
En “Ébano”, su libro más reciente en español, Kapuscinski nos invita a recorrer con él ese territorio que por comodidad llamamos África ­"en la realidad, dice, salvo por el nombre geográfico, África no existe"­ y a asombrarnos de la complejidad de sus problemas y la complicación de las soluciones que el resto del mundo ofrece.
En la conversación recuerda que por datos no paramos. El verdadero periodismo implica el contacto con el pueblo y no la lejanía de los datos, que no sustituyen a la reflexión. Los datos, dijo, deben procesarse por la imaginación.
Una enorme cantidad de datos no sustituye al pensamiento. Los datos abundan y nuestra imaginación no sabe cómo procesar tantos datos. La acumulación de datos no ayuda a resolver los problemas del mundo. Hace dos años asistí a un congreso internacional sobre la violencia organizada. Se presentaron cinco mil ponencias que resultaron en 25 tomos de material; sobre violencia organizada lo sabemos todo; sobre la pobreza lo sabemos todo; sobre ecología, cada vez acumulamos más y más información, pero eso no nos ayuda a dar un solo paso adelante.
El desarrollo de los nuevos medios de comunicación no resuelve los problemas del mundo. Es una nueva utopía. En los últimos años, nuestra imaginación ha sido apagada por avalanchas de información. Una cantidad de información imposible de absorber. La imaginación es un fenómeno histórico, no es algo dado para siempre. Hubo un tiempo en el que se construyeron catedrales, hoy a nadie se le ocurre hacer una catedral como la de Milán. Esa imaginación ya pasó.

Novelas verdaderas

Bajtín inventó la teoría de la novela polifónica para aplicarla a la obra de Dostoievski. Sin embargo, las crónicas de Kapuscinski son polifónicas. El cronista se comporta como un director de orquesta que va cediendo la palabra a diversos actores, a coros, que interviene para darles el contexto de grandes excesos de la historia del mundo (la longitud del dedo índice de una estatua de Lenin que Stalin planeaba construir: seis metros; la emboscada de sequía y guerra en Angola; el banquete que obsequia el emperador de Etiopía y queda a la mitad porque todos su homólogos regresan a sus países antes que les den golpe de Estado).
Sus historias, nos dice, superan a la ficción de las novelas: nunca he tratado de escribir novela ni obras teatrales ­aunque muchos de mis libros están adaptados­ sólo he escrito poesía. Lo que pasa en el mundo me parece tan fascinante que las novelas me parecen aburridas.

El periodista ya no es aristócrata

Le pregunto sobre un artículo publicado tras la muerte de la princesa Diana. En éste se refería a las escuelas de periodismo que enseñan trucos que se podrían aprender en pocos meses trabajando en una redacción y no enseñan lo fundamental que debería saber un periodista: historia y cultura de los pueblos.
Antes, explicó, quienes ejercíamos el periodismo éramos pocos. Con la revolución tecnológica y en la comunicación es una profesión de masas. Hay miles de personas que son trabajadores de medios. Esta profesión perdió la calidad de la aristocracia. Todos son periodistas hoy. En cada pueblo del mundo hay una iglesia y una escuela de periodismo. Claro que en esta situación no hay alta calidad. En cada país tenemos uno o dos muy buenos periódicos, pero hay muchos periódicos. Y no se puede esperar que todos sean buenos. Cuando hoy hay casi un millón de trabajadores de medios habrá diez mil buenos. No todos los periodistas pueden ser buenos, pero siempre hay nuevos periodistas, aclaró.
Al leer a Kapuscinski describiendo personas increíbles, habitantes de paisajes inhóspitos, extremos, a veces intento imaginar su equipaje. Le pregunto: usted que ha atravesado Siberia, ese espacio ilimitado, según usted dice, no está hecho para el hombre, usted que ha hecho de la frontera ­física y literaria­ su país, usted que ha atravesado varias veces Africa, usted que encontró en los detalles del paisaje centroamericano indicios del destino de sus habitantes y penetró en los secretos de los más absolutos poderes ­el sha, el emperador, Stalin­, ¿con qué equipaje ha recorrido el mundo? Se tarda en responder: siempre intento cargar lo menos posible, pero usted sabe como pesan los libros y los papeles que valen la pena.

* Jaime Ramírez Garrido es escritor.

Abril 2001


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Reflexiones y remembranzas de un reportero

El periodismo como pasión, entendimiento y aprendizaje

Ryszard Kapuscinski

Reportero trotamundos. Testigo de los acontecimientos más relevantes del Tercer Mundo durante la segunda mitad del Siglo XX. Cronista y escritor excepcional. Hombre políglota que transpira confianza, proyecta humildad y comparte sus reflexiones y experiencias.
Autor de 20 libros sobre el acontecer mundial, entre ellos El emperador, El Sha, La guerra del fútbol y otros reportajes, El Imperio, Ébano y La guerra de Angola. Periodista polaco que ha vivido las entrañas de 27 revoluciones y la caída de dos imperios.
Tales son los trazos que delinean mínimamente a Ryszard Kapuscinski quien, a principios de marzo, visitó México con el propósito de impartir un taller para periodistas latinoamericanos, convocado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -presidido por el Nóbel Gabriel García Márquez- y la Universidad Iberoamericana, con el patrocinio de CEMEX.
A lo largo de ese fructífero encuentro -que tuvo una duración de 16 horas repartidas en cuatro días--, Kapuscinski tuvo oportunidad de ofrecer sus concepciones, planteamientos y experiencias en torno a distintas facetas del quehacer periodístico. De tales exposiciones, se presentan los siguientes apuntes -rescatados en un estilo libre por Omar Raúl Martínez, asistente a dicho seminario- que perfilan la mirada de un periodismo motivado por la búsqueda de entendimiento humano a través de una prosa arraigada entre la subjetividad, la historia y la literatura.



Antes, el periodismo era una misión practicada por unas pocas personas con amplios conocimientos de cultura e historia. Lamentablemente ahora ha pasado a ser una profesión de masas en la que no todos son competentes. Hoy lo tratan como una carrera más que puede abandonarse mañana si no rinde los frutos económicos esperados. En consecuencia ha perdido cierto aire aristocrático que lo distinguió en el pasado. Tan es así que en nuestros días, en cada pueblo hay una iglesia y una escuela de periodismo.

Aprender y ganar

Los reporteros significan un grupo especial entre los periodistas: entregan tiempo, ambiciones, aspiraciones y energía para cumplir con su oficio. Dedicación, concentración y reflexión permanentes constituyen su savia. No obstante, algunos se duermen en sus laureles por enfocarse más en el dinero a costa de la calidad. En ese sentido conviene señalar que en los primeros pasos reporteriles es preferible centrar las miras en la calidad aunque no pueda ganarse mucha plata. Simultáneamente no se logran ambas cosas. Si al inicio se elige ganar menos, al final el periodista sale ganador. Porque nuestro oficio no arroja resultados inmediatos. Hay que trabajar años y años. Antes de los 30 ó 35 todo es aprendizaje. No hay que desesperarse por ganar reconocimientos. La paciencia debe ser una de nuestras virtudes.
En nuestra profesión, más que volvernos cínicos o fríos, el tiempo nos hace más sensibles y vulnerables por las tragedias testimoniadas.

Cazadores furtivos

Nuestra profesión de cronistas, de reporteros, de periodistas, requiere de mucha lectura: es una debilidad pero a la vez una fortaleza de nuestro quehacer. Sin embargo, la mayoría se preocupa más en cómo escribir y muy poco en qué leer. En tales menesteres la ayuda de los colegas es indispensable. Debemos ser cazadores furtivos de otros campos: filosofía, sociología, psicología, antropología, literatura... Y profundizar en los temas. Hacerse sabios. Todo ello con el afán de hacer ver al lector.

Aprendizaje continuo

Años atrás tenía amigos muy talentosos profesionalmente, pero con el transcurso del tiempo desaparecieron del mapa. ¿Qué pasó? Ellos no se desarrollaron por sí mismos. No leían. No participaban en discusiones. No viajaban. Descuidaban su formación...
Debemos aprender a ser humildes y nunca dejar de aprender. Si se apaga el entusiasmo por aprender, se seca el fuego interno. Y si no se prepara uno, se marchita ese entusiasmo. La llama interna no puede descuidarse. No conviene esperar tal sequedad. Mejor prepararse, interesarse, involucrarse, y leer, leer, leer...
Momentos definitorios

El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. En esa búsqueda solitaria todo depende de la gente. Es un oficio que se emprende a solas, pero está a merced de lo que hacen y dicen los demás. Los primeros 15 minutos frente a personas desconocidas y circunstancias nuevas son definitorios. Esos momentos son los que determinan el futuro e incluso parte de la vida. Esa conciencia genera una extraña e intensa sensación. En un ensayo, cierto autor señala que las relaciones se definen en los primeros segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros.

Abrirse al encuentro

Hay mucha gente susceptible a la arrogancia. Y como reportero resulta imprescindible una sincera humildad. Porque lo primero ha de ser el entendimiento frente al otro: el ser humano con todas sus inquietudes y su propio mundo. Como entrevistador no es recomendable la dureza. Mejor crear una atmósfera de confianza. Y la primera señal para encauzar la confianza está en la sonrisa. Lo ideal es abrirse al diálogo pese al tipo de gente. Escuchar al entrevistado y poner de nuestra parte para entenderlo.
El valor de la amistad

Definitivamente en nuestro oficio todo depende de los otros. Un periodista solo no puede hacer nada porque su vida y su quehacer dependen del otro. Si uno no sabe relacionarse con la gente y ganarse su amistad, se ve impedido para desarrollar su labor profesional. Sin el apoyo y la confianza de los otros es imposible ejercer el periodismo.

Conocer y entender el mundo

Para comprender una cultura ajena hay que internarse y asentarse en su tierra. Sólo así podrá captarse esa otredad. Para ello hay que tener plena disposición y desconectarnos de "nuestro" mundo. De esa suerte se entenderán las distintas realidades del entorno visitado. Eso es muy difícil y casi nadie lo intenta realmente. Son pocos los interesados en conocer el mundo. La mayoría de la gente está satisfecha sin conocer nuevos lugares. La inmigración, por lo general, se liga con sucesos lamentables. Se inmigra no por placer o para conocer sino por tragedias.
Dos talleres

Tenemos dos tipos de taller a lo largo de la vida profesional; el del reporteo y la escritura cotidiana, enraizado en la velocidad de la noticia; y el de la pesquisa y la indagación profunda, compenetrado en proyectos históricos de largo aliento. El primero era un sacrificio y me permitía sobrevivir económicamente, pero a la vez me abría la pauta para el segundo al aportar los nutrientes básicos para engendrar mis libros. Resulta obligado plantearse proyectos más profundos, de largo aliento, porque si nos limitamos sólo al primer taller, circunscrito a la veloz coyuntura, estamos perdidos. Así, en el segundo y reposado taller aprovecho lo que no pude incluir en las notas enviadas, en su momento, para la agencia informativa. El lenguaje y manejo periodístico de agencia es muy pobre: de hecho, como me cobraban 50 centavos de dólar por palabra, sólo podía usar 200 palabras para describir intensos y relevantes sucesos de un día. Por eso escribí mis libros.
Trabajar como reportero, con informaciones rápidas, era el precio por hacer lo que me gustaba: conocer gente, sumergirme en culturas, investigar sucesos, aprender del mundo, escribir mis libros, el ser escritor... Resulta fundamental tener conciencia de ello para dominar la situación y no afectarse por las circunstancias. En ese sentido es preciso estar por encima de los hechos para dominarlos como un piloto a la nave que conduce.


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Premio Príncipe de Asturias

Ryszard Kapuscinski


"La política me es ajena"



Los premios Príncipe de Asturias 2003 siguieron llegando ayer a Oviedo, donde recibirán mañana sus galardones. Ryszard Kapuscinski declaró su desinterés por la política y el Primer Mundo. Miquel Barceló, que llega hoy a la capital asturiana, habló desde su estudio de Mallorca sobre su proceso creativo y sobre la situación del mundo: "Las injusticias avanzan por todas partes". También se refirió en términos muy críticos a Estados Unidos y a la guerra de Irak, una constante en las reflexiones de los galardonados. Jürgen Habermas declaró que la secesión del País Vasco no está justificada; y la científica Jane Goodall y el teólogo Gustavo Gutiérrez se colocaron del lado de los desheredados, "los últimos de la historia".

Ernesto Ekaizer

Ryszard Kapuscinski (Pinsk, 1932), de 71 años, recibirá mañana el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003. El que fuera el gran reportero del Tercer Mundo en los años sesenta y setenta del siglo pasado es ahora un escritor. Necesita tiempo, mucho tiempo. Todo el material acumulado a lo largo de 40 años verá la luz en nuevos libros. No le interesa el Primer Mundo, el mundo desarrollado. Ni tampoco la Europa del Este. "Cuando empecé como reportero me tocó cubrir un acontecimiento que no tenía precedentes: el surgimiento del Tercer Mundo. Supe que un hecho como éste no se repetiría en el futuro", dijo ayer en una entrevista con EL PAÍS. "Cuando hablamos del siglo XX hablamos del nazismo, del comunismo o del holocausto, pero a veces olvidamos que durante ese periodo se independizó toda la humanidad. Nada parecido he visto en el mundo desarrollado".

¿Cómo es la jornada del escritor Kapuscinski en Varsovia?

Me levanto muy temprano, entre las cinco y las seis de la mañana. Éstas son las mejores horas para escribir. Tengo actividades de carácter académico, lo que me impide escribir todos los días. Y dedico mucho tiempo a la lectura. Lo que escribo requiere mucha elaboración. Si quieres presentar nuevos ángulos de una realidad tienes que trabajar duro...

Ya no es reportero, sino escritor.

Sí. Estoy tratando de concentrarme en los libros. He viajado demasiado a lo largo de mi vida en comparación con lo que he escrito. Siento que tengo muchas cosas que contar.

¿Por ejemplo?

Ahora estoy escribiendo un libro que se llamará Viajes con Herodoto. Empieza con mis primeras experiencias fuera de Europa, como India o China. Cuando eres corresponsal sientes la gran presión de los acontecimientos. No tuve tiempo para escribir. Pero acumulé bastante material que ahora verá la luz en forma de libros.

¿Cómo le va con Internet?

No utilizo Internet, no uso e-mails.

¿No le resulta útil como fuente de documentación?

No, no es lo que yo necesito. Yo no busco pura información. Me interesan las ideas, el pensamiento o las reflexiones. Y si me hace falta un dato lo veo en la enciclopedia o en el diccionario. Mi escritura intenta incorporar la reflexión, filosófica o en un planteamiento cercano a la antropología cultural. Internet es una dispersión para mí. No me aporta valor añadido.

Estos días se ha publicado en España su libro Un día más con vida, donde narra la independencia de Angola y la guerra civil en dicho país africano. Hay escenas que recuerdan a John Reed. ¿Le recuerda a usted?

Sí, claro.

Evocan al Reed corresponsal de guerra, el que escribe, por ejemplo, México insurgente.

Claro. Fue un gran reportero. Uno de los más grandes, un verdadero pionero. Une al reportaje clásico la visión personal. Él y otros, como Curzio Malaparte, sentían que el reportaje puede sobrevivir solamente si busca instrumentos en la literatura, en la novela. Se trata de mirar la realidad y transmitirla de una manera muy personal. Escribimos sobre acontecimientos reales y sobre personajes de carne y hueso. La idea me vino en África. Me di cuenta de que enviaba noticias muy pobres a mi agencia, sobre todo en relación con lo que yo mismo estaba viendo. Exigían 600 palabras, frases esquemáticas. En aquella época, los años sesenta y setenta, la televisión no tenía el peso de hoy. Reflexioné sobre esto. La noticia pura y dura encorsetaba la realidad. Había que usar nuevas formas, nuevos métodos, y estos ya existían en la literatura. Hoy aquellos cables y mensajes que yo envié a Varsovia se han quedado obsoletos. Mis libros perduran y se siguen publicando, como es el caso de Un día más con vida. Es falso, pues, que el reportaje sea un género de corta duración.

Cuando empezó a trabajar como corresponsal, en los años sesenta y setenta, eran los tiempos de la Guerra Fría. ¿Lo que pasa ahora en el mundo le recuerda en cierto modo a aquella época?

En los últimos años, sí. En los primeros noventa del siglo pasado el mundo vivió el mejor periodo desde la Segunda Guerra Mundial. Fue el fin de la Guerra Fría. Se abrió la esperanza de un mundo sin guerras ni conflictos. Yo confié mucho en esa nueva fase. Tenía cierto optimismo, reservado quizá, pero la verdad es que eso terminó mal. Lo que está pasando ahora en Irak confirma que estamos viviendo otra vez una etapa de tensión, de desconfianza, de conflictos. Y esto me pone muy triste. Sí, la tensión de hoy, los conflictos, me evocan a la Guerra Fría. Esta tendencia de guerra preventiva que se está desarrollando en la política mundial es muy peligrosa.

¿Qué porcentaje de esta tendencia, como la llama usted, se deriva de los atentados contra las Torres Gemelas del 11 S?

Esos atentados aceleraron la tendencia. Pero el concepto no es nuevo. Comenzó a gestarse poco después de terminada la Guerra Fría: Somalia, Liberia, Afganistán, Irak son sus ejemplos.

El filósofo André Glucksmann defendió esta semana en París el derecho a la injerencia "humanitaria" en un país, por encima de la soberanía. ¿Usted está en contra?

Soy muy crítico con este planteamiento. Cuando lees estas opiniones pienso que corresponden a gente que no conoce el mundo. Esta gente vive en París, pero no sabe nada. Yo me he pasado 50 años en el Tercer Mundo. No he apoyado los bombardeos en la ex Yugoslavia y tampoco la guerra de Irak. No puede ser la respuesta. ¿Sabe cuál es el drama de hoy? Que no existe ningún planteamiento serio de política internacional.

¿No es una paradoja que usted haya sido premiado aquí en España, y que al mismo tiempo su país y España hayan enviado tropas a Irak, y que las tropas dependen allí de un general polaco?

(Risas) Sufro mucho cuando hay este tipo de conflictos y guerras. La política me es ajena. No me gusta.

¿Y América Latina? ¿Nunca pensó escribir sobre su paso por allí?

Sí, lo haré. Yo estuve allí a finales de 1967. Empecé en el Chile de Eduardo Frei Montalbán. Viví el triunfo de Salvador Allende y el asesinato de Schneider. Recuerdo que Allende nos invitó a mí y a otros dos colegas a su casa de la calle Guardia Vieja, en Santiago, una casa modesta y muy bonita. Después viví la campaña de la derecha chilena contra Allende, y me destinaron en Brasil cuatro meses antes del golpe del 11 de septiembre de 1973. Sí, después de Herodoto escribiré sobre América Latina.

Charlatanería
Prácticamente no lee periódicos. Ni, dice, novelas. Para escribir el libro Viajes con Herodoto ha identificado 142 libros de gran interés. Pero no ha podido leer ni la mitad. Para el siguiente, que narrará sus peripecias en América Latina, tiene previsto consultar 250 títulos. Ryszard Kapuscinski estima que los corresponsales de guerra ya no son lo que eran. ¿Los corresponsales empotrados o encamados en Irak? No creo que fuera posible allí una cobertura periodística independiente, fiel. Hasta donde yo sé, la libertad de movimiento era muy limitada", explica.
El ahora escritor no critica a los medios de comunicación en general. "El mundo de los medios es muy grande y diverso, algunos son buenos y otros son malos, no hay que generalizar". Lo peor cree que es la tendencia de los periodistas a tratar de conocer y opinar sobre todo. "Estoy en contra de esto. La especialización es fundamental. Es la salvación para esta profesión".

Extensión: 1.383 palabras

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“Europa ya no es el centro del mundo”

Occidente se aisló para entregarse al consumismo y no se ha enterado de que ha surgido un nuevo mundo más independiente, retador y rebelde

El periodista polaco denuncia que el continente europeo se enfrenta ahora a un gran reto: encontrar para sí un espacio en un mundo que antes dominó desde una posición privilegiada y que ahora ha perdido. Ryszard Kapuscinski es autor de una veintena de libros, entre los que destaca 'Ébano', 'El emperador' y 'Los cínicos no sirven para este oficio'.



Ryszard Kapuscinski

La constatación de que el mundo es muy diverso es trivial, pero hay que partir de esa trivialidad, porque es al mismo tiempo un rasgo típico de la familia humana, es decir, la humanidad, un rasgo que, a pesar de los muchos milenios que han pasado desde que apareció el hombre contemporáneo, no ha cambiado.
Ahora bien, aunque la diversidad es un rasgo que salta a la vista, su comprensión y aceptación encuentran una resistencia constante en la mente de los humanos. Nuestra mente se inclina por el autoritarismo y la unificación, y exige que todo y en todas partes sea idéntico y homogéneo. Nuestra mente desea que cuenten solamente nuestra cultura y nuestros valores, de los que pensamos, sin consultar con nadie, que son la única cultura y valores perfectos y universales. Y ésa es una de las grandes contradicciones del mundo.
Por un lado está la diversidad objetiva, omnipresente e incuestionable, y, por otro, los mecanismos de la mente que se esfuerzan por percibir el mundo de manera unificada e indiscutiblemente homogénea. ¡Cuántos conflictos, incluidos los más sangrientos, han sido generados por esa contradicción inexorable!, ¡y por otro omnipresente e incuestionable!
¿Y cómo se presentó la cuestión en el pasado? Sin remontarnos a un pasado demasiado lejano podemos constatar que, en los últimos cinco siglos, desde la expedición de Cristóbal Colón, reinó un equilibrio singular. Su característica principal era la dominación en todo ese tiempo de la cultura europea. Esa cultura, sus símbolos, cánones y modelos servían como criterios universales para todos. Europa dominaba en el mundo, tanto en la esfera política y económica como en la cultural, y era el punto de referencia y de valoración para todas las restantes culturas, tan distintas.
En esos 500 años era suficiente conocer la cultura europea e, incluso, ser europeo, de nacimiento o naturalizado, para sentirse dueño de la casa en cualquier parte, para sentirse amo del mundo. El europeo, para sentirse así, no necesitaba conocimientos ni preparación. Tampoco necesitaba una mente o un carácter de virtudes singulares.
Yo observé ese fenómeno todavía en las décadas de los años cincuenta y sesenta en África y Asia. Un europeo muy mediocre en su país, incluso un individuo por debajo de la media, conseguía inmediatamente en Malasia o Zambia el cargo de alto comisario, presidente de una gran sociedad o director de un hospital o escuela. La población local escuchaba con humildad sus enseñanzas y se esforzaba por asimilar sus ideas y opiniones.
En el Congo belga, las autoridades coloniales crearon la categoría de personas llamadas evolués, es decir, de aquellos africanos que habían salido del salvajismo tribal, pero que todavía no se merecían la denominación de personas europeizadas. El evolué era alguien que se dirigía hacia algo. Bruselas tenía la esperanza de que, gracias a sus esfuerzos, inversiones, paciencia y buena voluntad, esos individuos algún día conseguirían ascender hasta el nivel europeo, cumbre del ser humano.
Albert Memni describió, en su libro The colonizer and the colonized, el doloroso y humillante proceso al que eran sometidos los evolués. En su libro autobiográfico Portrait d'un juif, Memni, tunecino de origen judío, afirma que, tradicionalmente, la suerte del judío era apenas algo más llevadera que la suerte del musulmán. Los dos eran empujados a los guetos; de los dos se sospechaba que eran conspiradores eternos, empeñados en destruir el orden del mundo; los dos solían ser utilizados como cabezas de turco; los dos eran percibidos, a la vez, como causantes de todas las desgracias y tragedias. Esa sensación de acorralamiento siempre estuvo acompañada por una misma sensación de humillación y de marginación.
El siglo XX no fue solamente un siglo de totalitarismos y guerras. Fue también el siglo de la descolonización, de la gran liberación. Las tres cuartas partes de la humanidad se liberaron entonces del yugo colonial, y, al menos formalmente, conquistaron la categoría de ciudadanos del mundo con plenos derechos. Nunca antes hubo en la historia un suceso similar y jamás volverá a haberlo en el futuro.
Sin embargo, el proceso de descolonización interesó entonces, sobre todo, en sus dimensiones políticas y económicas. Interesaron, ante todo, los problemas relacionados con los regímenes que surgirían en los nuevos Estados, cómo serían gestionados, cuánta ayuda debían recibir del extranjero, cómo tratar su endeudamiento y de qué manera organizar la lucha contra el hambre. Pero resultó que el gran movimiento de los continentes colonizados hacia la libertad tenía también una enorme carga cultural. Fue un proceso que dio comienzo a un nuevo mundo, a un mundo de gran riqueza y diversidad cultural.
Obviamente, en la Tierra siempre existió una gran diversidad cultural, y lo confirman la arqueología y la etnografía, así como las tradiciones transmitidas de padres a hijos y la historia escrita. Pero en los tiempos modernos la dominación de la cultura europea fue tan aplastante y total que otras culturas se encontraron en un estado de inhibición o hibernación, como era el caso de las culturas árabes y china, o de marginación total o exclusión, como sucedió con la cultura de los bantú o de los pueblos andinos.
Brecha en el eurocentrismo
La primera brecha en el monopolio del eurocentrismo, en la dominación de la cultura europea, fue abierta a mediados del siglo XX, en la época de la descolonización. En los siguientes cuatro decenios, por culpa de la guerra fría, el proceso fue frenado y despojado de la dinámica que pudo tener. Las férreas y duras reglas de la guerra fría impidieron el desarrollo de la cultura. Ésa es una experiencia común de todo el mundo que vivió el colonialismo.
No obstante, las culturas no europeas que resurgían y que apenas habían empezado a cuajar y adquirir vigor, a pesar de las dificultades y limitaciones, consiguieron sobrevivir, desarrollarse y adquirir conciencia sobre su propia existencia. Como consecuencia, cuando terminó la guerra fría resultaron ser ya tan independientes y dinámicas que pudieron pasar ya a la segunda etapa, ahora en marcha, etapa que yo definiría como toma de autoconciencia, de creciente autovaloración positiva, de aparición de ambiciones palpables relacionadas con la ocupación de un nuevo e importante lugar en un mundo multicultural que se democratiza.
¡Son enormes los cambios que se han producido en el mundo extraeuropeo! En el pasado, Europa ocupaba una posición muy fuerte tanto en las instituciones como entre la gente. Por eso, aunque se viajase a los rincones más alejados del mundo, siempre se tenía la sensación de que, en algún sentido, siempre se estaba en Europa. Europa estaba presente en todas partes.
Cuando llegaba a Morondava, en Madagascar, me alojaba en un hotel europeo; cuando volaba de Salsbury a Fort Lama, aunque el avión era de una compañía local, lo pilotaban europeos; en el quiosco de la prensa de Lagos compraba The Times o The Observer. Actualmente, en Morondava, el hotel es malgache, los pilotos son africanos y en Lagos sólo se vende prensa nigeriana.
Cambios culturales
Los cambios que se han producido en las instituciones culturales son aún mayores. En las universidades de Kampala, Varanasi y Manila los profesores europeos han sido reemplazados por profesores locales, y en la Feria Internacional del Libro de El Cairo predominan, con mucho, los libros en lengua árabe.
A propósito, la palabra internacional tiene en Europa un significado distinto que en el Tercer Mundo. Por ejemplo, cuando veo el noticiario en Gabarone, la capital de Botsuana, me enteraré, en las informaciones sobre el extranjero, principalmente de lo que pasa en Mozambique, Suazilandia y Zaire. El mismo informativo en La Paz se centrará, en la información del extranjero, en las noticias sobre Argentina, Colombia y Paraguay. Desde cada punto de la Tierra el mundo tiene una imagen distinta y es percibido de manera diferente. Si no aceptamos esa sencilla verdad nos será muy difícil entender el comportamiento de otros, así como los motivos y objetivos de sus actos.
Lamentablemente, a pesar de los avances conseguidos por las comunicaciones, los hombres nos conocemos mutuamente de manera muy superficial e, incluso, muy poco y muy mal. Marshall McLuhan, un entusiasta de la revolución mediática, opinaba que la televisión transformaría el mundo en "una aldea global".
Hoy ya sabemos que su metáfora ha resultado totalmente falsa. El rasgo principal de la aldea es que todos sus habitantes suelen conocerse bien e, incluso, estar emparentados. La aldea es un lugar de relaciones estrechas, cálidas, incluso íntimas, de presencia conjunta y vivencias conjuntas. El mundo en que vivimos lo vemos a diario, no es una aldea global, sino, en el mejor de los casos, una metrópoli global. Una estación de trenes global por la que pasa la "muchedumbre solitaria" de David Riesman, muchedumbre integrada por individuos que se cruzan de manera indiferente, de personas sumidas en el estrés, neuróticas, que no se conocen ni quieren conocerse ni acercarse mutuamente. La verdad parece ser otra; cuanto más electrónica tenemos a nuestro alrededor, menos contactos humanos se necesitan.
Europa desaparece de muchas esferas de la vida de nuestro planeta. El excelente reportero italiano Ricardo Orizio publicó el año pasado un libro titulado Las tribus blancas perdidas, sobre los restos de los grupos de europeos que vivían en Sri Lanka, Jamaica, Haití, Namibia y Guadalupe. Se trata, por lo regular, de personas de edad avanzada y solitarias. Los jóvenes emigraron y de Europa no llegó gente nueva.
En los últimos decenios, Europa se ha retirado con su cultura de las regiones que tradicionalmente fueron espacio de influencia de las culturas china, hindú, islámica y africana. Al perder el interés político por esas regiones y al tener en ellas intereses económicos cada vez más secundarios, Europa se vio incapacitada para encontrar una nueva presencia y poder convivir con las culturas de otras civilizaciones. El vacío dejado por Europa está siendo rellenado eficazmente por enérgicas y vigorosas culturas locales, muy numerosas y con grandes ambiciones.
En los últimos tres años realicé muchos y muy largos viajes por países de Asia, África y América Latina. Viví con cristianos latinoamericanos y con musulmanes asiáticos, con budistas y animistas, con indígenas del Puno e hindúes, con habitantes de la Guayana y sudaneses. Mis primeros contactos con todas esas comunidades se produjeron hace varios decenios, cuando empezaban a salir de una dominación extranjera que había durado siglos enteros. ¿Qué fue lo que más me chocó en esa gente ahora? ¿Qué fue lo que más me llamó la atención? Su comportamiento, el orgullo por su propia cultura que sentían y manifestaban, por sus creencias, por la pertenencia a una civilización diferente y propia.
No advertí complejos de inferioridad, tan visibles y humillantes como en el pasado. Por el contrario, advertí un deseo imperioso de ser respetados y tratados en pie de igualdad. En el pasado, mi condición de europeo me daba ciertos privilegios. En mis últimos viajes fui tratado con hospitalidad, pero sin el menor privilegio. Antes me preguntaban sobre Europa, mientras que hoy no lo hacen, porque tienen sus propios asuntos y problemas. No dejé de ser un europeo, sólo que era un europeo destronado.
Revolución de la dignidad
Esa revolución de la dignidad y del valor propio se produjo con mucha rapidez, pero no de la noche a la mañana, no con la velocidad del relámpago. ¿Por qué no fue advertida por Occidente? Porque Occidente, en vez de interesarse por lo que sucedía en el mundo que dominaba desde hacía 500 años, se entregó al placer del consumismo, y para aumentarlo se encerró en su propio círculo y se aisló, con una gran indiferencia, del mundo que lo rodeaba, de todo lo que sucedía en él. Fue así como no se dio cuenta de que surgió un mundo nuevo, un mundo antes vencido, sometido y sumiso, pero ahora cada vez más independiente, retador y rebelde.
El proceso de aislamiento de Occidente del mundo subdesarrollado y pobre fue descrito hace poco por el reportero francés Jean-Christophe Rufin en su libro L'empire et les nouveaux barbares. Rupture Nord-Sud. Occidente, escribe Rufin, quiere aislarse, como en sus tiempos lo pretendió Roma, con una línea de contención, o con ayuda de una frontera infranqueable de apartheid. Se olvida, sin embargo, que los bárbaros de hoy constituyen ya el 80% de la población del mundo. La primera reacción de Occidente, ante el renacimiento de los pueblos del Tercer Mundo, es el aislamiento hermético ante ellos. Pero, ¿hacia dónde conduce ese camino marcado por la desconfianza y la animosidad en un mundo saturado de armas, en un mundo en el que todos están armados?
La estrategia del aislamiento y del encierro no es una buena solución. ¿Cómo arreglar, pues, las cosas? ¿Con encuentros, un mejor conocimiento mutuo, más diálogo? Todo parece indicar que ese comportamiento ya no puede ser considerado como una simple recomendación, sino como una obligación apremiante en un mundo multicultural. En ese sentido, Europa se enfrenta a un gran reto. Tiene que encontrar un nuevo espacio para sí en un mundo que antes dominó, en el que tuvo una posición privilegiada, que ahora ha perdido.
Espacio de intercambio
Tendrá que acomodarse en un mundo habitado por muchas otras culturas que presionan y ascienden hacia la cumbre, por ejemplo, mediante la emigración de muchos intelectuales del Tercer Mundo a los países de la civilización europea.
Mientras tanto, el nuevo ambiente cultural que surge en el planeta puede resultar muy inspirador y creativo para Europa. Los encuentros de las culturas y civilizaciones no tienen por qué convertirse en choques. Como lo indicaron Marcel Maus, Bronislaw Malinowski y Margaret Mead, puede ser un espacio de intercambio enriquecedor y de fértiles contactos.
Georg Simmel consideraba, incluso, que el proceso fundamental de la vida de las sociedades humanas consiste en la creación de valores generados por el espíritu del intercambio.
Esto abre una nueva oportunidad ante Europa. La fuerza de la cultura europea siempre surgió de su capacidad de transformarse, reformarse y adaptarse a las condiciones nuevas. Esas virtudes son indispensables también ahora para que Europa pueda seguir desempeñando un importante papel en el mundo multicultural. Todo depende de su voluntad, de su vigor y de sus ilusiones.
Los pensadores europeos de mediados del siglo XX con frecuencia reflexionaron sobre el futuro de la civilización humana, sus formas y su contenido.
Por ejemplo, Florian Znaniecki, en un su libro titulado Los hombres de hoy y la civilización del futuro, escrito en los años treinta, señaló: "Nos encontramos ante una alternativa. O surge una civilización universal que pueda salvar todo lo que merezca ser salvado de las civilizaciones nacionales y conduce a la humanidad hasta alturas inalcanzables incluso para los utópicos, o las civilizaciones nacionales se derrumbarán, lo que significa que, aunque el mundo de la cultura no sea destruido, sus principales sistemas, sus modelos más valiosos, perderán toda su significación vital...".

Ryszard Kapuscinski leyó este texto durante la ceremonia en la que recibió el premio literario italiano Grinzane Cavour (2003).

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Discurso

"Yo dudo mucho que haya habido jamás nada accidental. Todo lo que ocurre es intrínsecamente semejante al hombre a quien le ocurre". Aldous Huxley

Con Herodoto en la guerra



Ryszard Kapuscinski

Ryszard Kapuscinski, periodista y escritor polaco, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003. (Texto recogido por Francesco M. Cataluccio).

© Ryszard Kapuscinski, 2003. Traducción del italiano de María Luisa Rodríguez Tapia


La guerra es la degradación del hombre al mismo nivel que la bestia. Cada guerra es una derrota para todos. No hay ningún vencedor. He visto muchas guerras, pero recuerdo especialmente cómo acabó la II Guerra Mundial. Hubo unos días de euforia, pero luego fue saliendo a la luz la enorme infelicidad que la acompañaba: los mutilados, los niños huérfanos, las ciudades heridas y arrasadas, la gente irremediablemente enloquecida.
La guerra no termina el día en el que se firma el armisticio. El dolor persiste mucho tiempo. Existe un cuento del escritor polaco Jerzy Andrzejeswki que se titula El verdadero final de la gran guerra. El verdadero final de la guerra se produce muchos, muchos años después de la declaración oficial. En el fondo, la guerra no acaba nunca. La guerra es consecuencia de la interrupción de las comunicaciones entre los hombres. No hay que olvidar nunca que la capacidad de comunicarse es la esencia de la humanidad. A veces, en momentos como éstos, uno siente la necesidad de salirse de la corriente del río y sentarse en la orilla a observar las cosas desde fuera. Los acontecimientos se suceden, veloces y caóticos, y engendran remolinos contradictorios e incomprensibles. Es preciso aprender a mirar bajo la superficie, donde todo va más despacio y es posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos viviendo, lo que Fernand Braudel llamaba "la larga duración".
Yo quería escribir un libro sobre la globalización. En el último año y medio he vuelto a viajar por el mundo para recoger material y hablar con la gente, sobre todo en Latinoamérica. Pero me he dado cuenta de que este mundo cambia tan deprisa, de forma tan radical y violenta, que no puedo escribir ningún libro ni dar ninguna descripción convincente. No hay tiempo para hacer alguna reflexión profunda desde fuera. Y, sin embargo, estoy convencido de que lo que hace falta es precisamente intentar hacer una reflexión serena sobre el mundo. Ahora bien, para hacerla, es preciso distanciarse de los acontecimientos, encontrar una perspectiva más amplia y elaborada. Eso es lo que estoy haciendo ahora. Y para ello me he puesto a seguir los pasos de Herodoto: el maestro de todos nosotros, el primer reportero, un fenómeno único en la literatura mundial.
Herodoto fue el primero que entendió que, para comprender y describir el mundo, hace falta recoger gran cantidad de material y, para ello, uno tiene que salir de su tierra, viajar, conocer a personas que nos relaten sus historias. Nuestra escritura es el resultado de lo que hemos visto y de lo que nos ha contado la gente. Los reporteros somos el resultado de una escritura colectiva. El material de nuestros textos lo constituyen los relatos de cientos de personas con las que hemos hablado.
Herodoto no describía el mundo como hacían los filósofos presocráticos, partiendo de su propio pensamiento, sino que contaba lo que había visto y oído en sus viajes. Su filosofía consistía en que hay que moverse y descubrir ideas nuevas. Estaba convencido de que las culturas se mezclan y que, incluso cuando hay un conflicto, no tiene por qué ser un aniquilamiento. Herodoto polemiza con sus compatriotas, demuestra y prueba, por ejemplo, que los griegos, sin la cultura egipcia, no serían nada. Ninguna civilización existe de forma aislada: hay una interacción constante. Es un cronista y, al mismo tiempo, un patriota griego. Pero nunca emite una palabra de odio. Nunca usa términos como enemigo o aniquilamiento. El lenguaje del odio no tiene lugar en sus escritos. Escoge palabras dramáticas, que sirven para mostrar la desgracia humana dentro del conflicto. Lo que más le importa es destacar las razones de las dos partes. No juzga, da a los lectores las facultades y los materiales necesarios para formarse su propia opinión. Muchas veces, más que de cronista, tiene actitud de estudioso: después de narrar, se hace preguntas.
Todo se basa en un interrogante dramático: ¿por qué se hace la guerra? Oí hablar por primera vez de Herodoto cuando estudiaba historia en la Universidad de Varsovia, pero estábamos en el periodo estalinista y sus libros, aunque estaban traducidos, permanecían guardados en las cajas de la editorial. Porque su obra es una gran apología de la democracia, una acusación contra sátrapas y tiranos. Muestra que la guerra era el conflicto entre la democracia y la dictadura, y que la primera venció porque los hombres libres están dispuestos a dar la vida por conservar su libertad. En aquella época, en Polonia, publicar un libro que exaltaba la democracia y la libertad, y que condenaba las dictaduras orientales, era imposible. Hubo que esperar a 1954, tras la muerte de Stalin y en un clima de tímida liberalización, para que se publicaran las Historias.
En 1956, recién terminados los estudios, tuve posibilidad de partir al extranjero por primera vez, a India, Pakistán y Afganistán, enviado por el periódico de las juventudes comunistas, El Estandarte de los Jóvenes. La directora me regaló para el viaje un ejemplar de las Historias de Herodoto. Con aquel libro inicié mi viaje en el periodismo, empezando por una escala de dos días en Roma. Italia fue el primer país que veía fuera del bloque soviético. Desde arriba, me acuerdo, vi una ciudad toda iluminada. Me hizo una tremenda impresión que aún hoy me dura. Y aquel libro me ha acompañado en todos mis viajes. Incluso ahora lo llevo siempre conmigo, como fuente de inspiración, reflexión y placer. Un modelo de objetividad e información completa para nuestro oficio de "investigadores del mundo".
Para muchos, este trabajo no es más que una forma de ganar dinero, pero también hay muchos jóvenes que se preguntan sobre lo que hacen y buscan maestros y ejemplos (lo veo constantemente en los contactos que mantengo en la universidad, durante conferencias y presentaciones de mis libros). El libro sobre Herodoto será para ellos: lo veis, diré, hace 25 siglos, vivió un hombre que comprendió que el periodismo es un oficio que debe practicarse con escrúpulos, honradez y respeto, y que combate contra el partidismo y el chauvinismo. Herodoto quiso presentar el mundo como un lugar habitado por personas que pueden y deben vivir juntas y en paz.
Mi trabajo es una misión y debe estar sujeto a unos valores; debe ayudar a mantener el equilibrio del mundo, un orden no sólo político, sino ético. La guerra de Irak tiene muchas facetas. Una de ellas, por ejemplo, es la guerra televisiva entre Al Yazira y CNN, una gran guerra de manipulación. Un conflicto de propaganda a través de los medios. Cada uno intenta mostrar la guerra que le conviene para sus fines (tanto nacionales como internacionales). No es ninguna cosa nueva. Hace unos años, un amigo mío, el gran periodista Philip Knightley, escribió un libro que todos deberían hoy releer: The first casualty (La primera víctima). En él, Knightley muestra que las informaciones sobre las guerras, desde la de Crimea hasta la de Vietnam, siempre se han manipulado. Los re-porteros contaban los hechos de forma bastante objetiva, pero, cuando las noticias llegaban a las sedes de los periódicos, en Londres o París, se distorsionaban completamente, por razones políticas o de conveniencia. De forma que los datos que figuraban en el papel impreso no tenían ninguna relación con la realidad. Si en una página se colocara la información que contaban los diarios y, en la de al lado, los hechos que de verdad habían ocurrido, se descubrirían dos historias opuestas.
La primera víctima de cualquier guerra es la verdad. Y sigue siéndolo hoy. He estudiado los comunicados de prensa de la guerra de 1972 entre Israel y Egipto. De creer lo que decían, las dos fuerzas en combate habían destruido recíprocamente tres veces los medios reales del enemigo. En cuanto comienza un conflicto, lo que interesa no son las noticias, sino sus efectos psicológicos. Así se entiende mejor, por ejemplo, la continua destrucción de la verdad llevada a cabo en Rusia, desde la Revolución bolchevique hasta la caída de la URSS, e incluso después. Rusia es un país que siempre se ha sentido en guerra, rodeado de enemigos. Por consiguiente, no podía haber más que una manipulación constante de los hechos: nada de objetividad, sólo propaganda. Hoy, la máquina que selecciona las noticias y las manipula tiene que ser mucho más potente, porque todo ocurre bajo la mirada de las cámaras de televisión. Todo el mundo puede sentirse implicado emocionalmente desde su casa.
Hay que tener presente que en mí han convivido dos oficios: el periodista de agencia de prensa (la agencia polaca Pap) y el historiador-escritor. Ser corresponsal, un trabajo agotador, era mi única forma de tener dinero para viajar. Ahora bien, como periodista, tenía que estar sujeto a los criterios de brevedad y ahorro. No podía ofrecer un cuadro completo de la situación, en mis artículos no había sitio para las sensaciones, el trasfondo de las cosas, las reflexiones, los paralelismos históricos. Trabajaba en los países del llamado Tercer Mundo y redactaba informaciones muy "pobres". Reducía todo a los hechos desnudos. Pero así impedía que mis lectores obtuvieran un sentido de las proporciones. Fuera de su alcance quedaba un mundo inmenso. Por eso empecé a escribir libros. Volvía de los viajes con un material riquísimo que me permitía, en mi casa de Varsovia, explicar con calma el mundo de aquellos hechos que antes sólo había contado telegráficamente.
Nunca he escrito mis libros sobre el terreno ni al instante; algunos, muchos años después. Sólo así podía entrar, como Herodoto, hasta el fondo de las cosas. Lograba superar el carácter telegráfico de los despachos de agencia empleando un lenguaje distinto. Mis viajes de trabajo se convirtieron en la forma de recargar las baterías del historiador-escritor. Cuando tenía un día libre, tomaba apuntes o cogía la cámara de fotos para fijar (como se ve en mi álbum Desde África) rostros, colores y todas las cosas que, por desgracia, no es posible describir con números y datos. Siempre he intentado unir el lenguaje rápido de la información con la lengua reflexiva del cronista medieval. Mis libros y mis fotos tienen sabor de autenticidad porque estuve verdaderamente en esos lugares, viví esas situaciones, a veces incluso con riesgo para mi vida.

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